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jueves, 3 de octubre de 2024
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Agua que no has de beber… ¿déjala correr?

María Isabel Henao, Columnista

María Isabel Henao Vélez

Comunicadora Social y Periodista de la Universidad Javeriana. Especialista en Manejo Integrado del Medio Ambiente de la Universidad de los Andes. Twitter e Instagram: @maisamundoverde

¿Alguna vez ha reflexionado sobre su relación con el agua? Yo, recientemente, bastante. Ha sido un encuentro de fascinación y temor. Confieso que no me gusta muy fría al bañarme en casa, pero esas agujetas frías en la naturaleza me encantan. 

De niña las soportaba estoicamente pues no podía rechistar cuando la abuela Aura para bañarme me sumergía en una pila de agua helada en el jardín de nuestra casita de campo en La Cumbre (donde no es que hiciera calor, la verdad, más bien templadito el clima). 


Luego aprendí a apreciar esa tonificante temperatura en los largos ratos que pasaba inmóvil, cual estatua sumergida en pocetas de aguas frías y cristalinas río Pance arriba, para que los peces se me acercaran lo más posible; mientras en la orilla la familia prendía leña para el tradicional sancocho vallecaucano. 

Años más tarde llegó el temor, cuando mi padre murió entre unas aguas nada claras y bastante espesas. Siendo yo alguien que valora tanto océanos, mares, ríos y humedales, sabía que mi amor por el agua no podía seguir marcado por el miedo, porque en estos ecosistemas acuáticos he aprendido y vivido a pleno experiencias maravillosas que me han hecho lo que soy. Así que hace un tiempo me obligué a mirar ese doloroso temor a la cara. 

Empecé mi aprendizaje en apnea, obligándome a bajar un metro y luego otro y luego casi al fondo de la piscina. Pero el momento del salto de fe fue hace poco gracias a Conexión Océanos (evento de BeClá la plataforma ambiental de Claudia Bahamón). Confiando gracias a manos amigas y amorosas, bajé no sé cuantos metros al arrecife coralino más hermoso, pleno de vida y color que pude imaginar. 

Por fin pude ver con propios ojos más abajo del horizonte marino este planeta azul que por su apariencia debería llamarse Agua y no Tierra. Me sumergí en esa panorámica mancha azul de la que gozan en la estación espacial internacional y que se extiende por el 70 % de la superficie del globo. 

1.386 millones de kilómetros cúbicos han acariciado y golpeado su corteza a lo largo de miles de millones de años manteniendo la vida, viendo surgir y desaparecer millones de especies.


Pero a pesar de esta apariencia, bien hemos llamado a nuestro mundo Tierra, porque esa agua solo representa 1/1000 del volumen del planeta, es decir, toda el agua del planeta cabe en un lugar 1.000 veces más pequeño. Así que imaginen toda el agua como una canica gorda encima de un balón de fútbol. 

Esa cantidad que sobre la superficie parece enorme, es en realidad muy pequeña, y si atendemos a las cifras de agua salada vs. agua dulce o fresca que tenemos disponible, resulta siendo evidente cómo el agua es un líquido precioso que vale su peso en oro. 

El agua salada en los océanos representa el 97.5% del total, así que el 2.5% restante es agua dulce. Pero… de este 2.5% se encuentra congelada en polos y glaciares (no muy a la mano para disponer) el 69.7%, en acuíferos subterráneos el 30% y en ríos y humedales un 0.3%. 

Esta matemática simple debería darle un valor al agua que por ahí pasó del costo que pagamos en la factura del acueducto o por los alimentos con enormes huellas hídricas en su cultivo o fabricación. En realidad, pagamos muy baratos los servicios del agua y los costos externalizados los está pagando la naturaleza a un precio que un día nos será cobrado con intereses, en escasez. 

Y eso que nuestra región, América Latina, tiene el volumen de agua dulce per cápita más alto: cinco veces más que África al sur del Sahara y Asia oriental, y 20 veces más que Asia meridional y Oriente Medio. Pero esto no nos puede cegar ante la realidad de que el 26% de la población mundial carece de acceso a agua potable. 

Agua que no has de beber, dice el dicho, déjala correr. Pero dejarla correr se ha convertido en un reto para una humanidad que no ha sabido relacionarse con ella a pesar de que nuestros propios cuerpos están compuestos curiosamente de alrededor del mismo porcentaje de agua que cubre la superficie de nuestro mundo. 

Y en vez de dejarla correr libre por sus cauces los cortamos con presas e hidroeléctricas y tomamos de ellos lo que se nos da y como se nos da la gana, y le devolvemos el 80% de aguas negras o servidas sin tratar, llenas de patógenos, medicamentos, fertilizantes, pesticidas, metales pesados, disolventes, aceites, detergentes, ácidos y hasta sustancias radioactivas. 


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Hoy, 16 de octubre, es el Día Mundial de la Alimentación y la FAO hace un llamado para proteger el agua dulce en la Tierra recordándonos que es la fuerza que cohesiona todo en la naturaleza, que es el alimento, la prosperidad, la energía y la vida. 

Nos recuerda que mientras unos malviven sin ella otros la dan por sentada, y que cuidar de ella es cultivar un futuro sostenible. Les recomiendo leer estas indicaciones de cómo pasar a la acción, desde cualquier sector al que pertenezcamos, para cuidar del agua 

También hoy, aprovechando este llamado a la acción acuática, se presenta el informe Dalberg para WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza), llamado “El elevado coste del agua barata”. Este calcula que el valor económico anual del agua y de los ecosistemas de agua dulce asciende a 58 billones de dólares, lo que equivale al 60% del Producto Interno Bruto (PIB) mundial. 

Pero no atendiendo a esta cifra, la degradación que ocasionamos sobre ríos, lagos, humedales y acuíferos, amenaza su valor económico y su papel insustituible en el mantenimiento de la salud humana y planetaria.

Consigno a continuación algunos puntos que señala el informe, empezando por el infinito valor que las sociedades, las economías y los ecosistemas obtienen de los ríos, lagos, humedales y acuíferos y que se pasa crónicamente por alto. 

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Más de un tercio de la producción mundial de alimentos depende directamente de los ríos por su papel crucial en el sostenimiento de la pesca de agua dulce y las tierras de cultivo de riego, la agricultura de recesión por inundaciones y los deltas altamente fértiles y ricos en nutrientes. 

El agua también es fundamental para la producción industrial de bienes, el transporte por vías de navegación interior y todas las formas de producción de energía. 


El principal medio por el cual las sociedades y las economías sufren el impacto de la crisis climática es el agua: por exceso con inundaciones cada vez más extremas, o por ausencia con sequías, irregularidad en las precipitaciones y la consiguiente inseguridad en el suministro de alimentos, fluctuaciones en el caudal de los ríos, incendios forestales y deterioro de la calidad del agua. 

Pero el inmenso valor de los ecosistemas de agua dulce —incluida la capacidad de los humedales para filtrar la contaminación, de las llanuras aluviales para absorber lo peor de las inundaciones, y de los acuíferos y manantiales para proporcionar suficiente agua de buena calidad para aumentar la resistencia a las sequías— pasa a menudo desapercibido.

Los gobiernos y las empresas se han centrado en los usos directos, considerando los ríos como simples conductos de agua, los humedales como “terrenos baldíos” y los lagos y acuíferos como reservas de agua que se pueden bombear y contaminar sin consecuencias. 

El precio del agua, sobre todo para grandes usuarios, ha sido demasiado bajo y no ha tenido en cuenta el valor o la salud de los ecosistemas acuáticos. 

Las extracciones insostenibles de aguas superficiales y subterráneas, las alteraciones de los caudales fluviales, la contaminación del agua por la agricultura, los desechos industriales y las aguas residuales, así como el impacto del cambio climático en los regímenes de lluvias y el deshielo de los glaciares, amenazan el agua que nos mantiene. 

Dos tercios de los grandes ríos del mundo ya no fluyen libremente y desde 1970 se ha perdido un tercio de los humedales. En consecuencia, la mitad de la población mundial está actualmente expuesta a la escasez de agua al menos una vez al mes, mientras que 55 millones se ven afectados por sequías anualmente. 

Para 2050, el PIB podría disminuir hasta un 6% en algunas zonas del mundo si las sociedades no cambian la forma en que gestionan el agua y protegen los ecosistemas de agua dulce. 


El informe hace un fuerte llamado a la acción, desglosando en detalle qué deben hacer gobiernos, sectores productivos, instituciones financieras y ciudadanía para afrontar esta crisis. Los invito a leer con detenimiento porque vale la pena. Pueden descargarlo aquí.

Con respecto al nivel gubernamental, quiero dejar aquí la moción a que los gobiernos se unan al Desafío del Agua Dulce, la mayor iniciativa mundial de restauración del agua dulce de la historia, con el objetivo de restaurar 300.000 km de ríos degradados y 350 millones de hectáreas de humedales degradados para 2030 y conservar intactos los ecosistemas de agua dulce. 

La iniciativa está liderada por Colombia, República Democrática del Congo, Ecuador, Gabón, Kenia, México y Zambia, y ha sido seleccionada en el Documento Final sobre Agua y Naturaleza de la COP28. 

Como al final todos somos ciudadanos solo enumero aquí algunas de las acciones mencionadas: educarnos y educar a los demás sensibilizando a las personas de nuestro entorno sobre la importancia de cuidar los ecosistemas de agua dulce; consumir conscientemente eligiendo productos que hagan uso eficiente del agua y con menor huella hídrica; participar en actividades de limpieza y restauración de ríos y humedales; propender porque nuestras empresas transiten rápidamente a una gestión adecuada del agua y exigir a nuestros gobernantes políticas de gestión del agua con soluciones basadas en naturaleza y prácticas sostenibles. 

Es tiempo de dejar correr el agua para poderla beber. Es tiempo, uno de los más decisivos en la historia humana, de tomar el timón del barco que nos lleva sobre las aguas del planeta para convertirlas en la vía que permita a la raza humana hacer realidad la esperanza de vivir con bienestar en armonía entre nosotros y con el resto de los seres con quienes compartimos esa Tierra que bien podría llamarse Agua. 

¡Salud! Y no se olvide de cerrar la llave.