Con tanto doctor

Victoria E. González M.
Comunicadora social y periodista de la Universidad Externado de Colombia y PhD en Ciencias Sociales del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) de la ciudad de Buenos Aires. Decana de la Facultad de Comunicación Social – Periodismo.
Una de las cosas que más llaman la atención de los extranjeros que vienen a Colombia es la forma tan ceremoniosa como la gente del común se comunica.
Por ejemplo, se usan saludos larguísimos compuestos de preguntas que no esperan respuesta, tales como ¿cómo está? ¿cómo le ha ido? ¿Qué tal por su casa?… Pero más que eso, causa sorpresa y confusión esa costumbre tan particular de doctorar a todo aquel que use corbata o tacones, o a quienes hayan tenido la suerte de haber pasado por una universidad.
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Es doctor el contador, el abogado, el periodista, el diseñador gráfico; doctora la bacterióloga, también la enfermera y la odontóloga. En cualquier edificio que se respete, en cualquier universidad, en cualquier empresa, el colombiano se siente como en una clínica porque doctores y doctoras pululan por todos los rincones.
¿A qué obedece esta costumbre tan rara? ¿Tan particular? Quizá, solo quizá, a que vivimos en una sociedad en la cual se valora el trabajo físico por encima del intelectual, en la cual las oportunidades de formación para la mayoría son mínimas, debido a la falta de educación pública y de calidad. Entonces, si alguien logra obtener un cargo “de oficina” o un diploma profesional, de inmediato se convierte en doctor.
Pero también están quienes realmente ostentan el título de doctor; aquellos o aquellas que hacen una carrera profesional, una maestría o especialización y un doctorado. Esos mismos que completaron una larga tesis cuyo contenido aportó conocimiento nuevo a un campo. Pero esos infortunadamente son muy pocos. Porque un doctorado es un trabajo de largo aliento, un compromiso personal y profesional que requiere tiempo, dinero, paciencia, entrega y disciplina. Un proyecto de vida que, cuando culmina, muchas veces no recibe los reconocimientos que merece.
Colombia necesita más doctores, doctores de verdad que dinamicen la ciencia y la tecnología. Doctores que analicen los fenómenos sociales, que descubran la cura para tantas enfermedades, que propongan nuevas perspectivas del mundo, que contribuyan a formar nuevos científicos.
Infortunadamente en Colombia son pocas las ofertas nacionales para formar doctores, pocas las becas y pocas las oportunidades. Muchos profesionales con maestría quisieran hacer un doctorado, pero hacerlo en el país implica una dedicación de tiempo completo que impide trabajar.
Todo se convierte en un círculo vicioso que se mueve entre trabajar para poder pagar un doctorado, pero no poder hacer un doctorado porque no se puede trabajar para pagarlo.
La otra cara de la situación es la de tantos y tantas que abandonan el país en busca de poder doctorarse. Muchas de esas búsquedas terminan en un no retorno, en los famosos cerebros fugados que, ante la perspectiva de vivir en mundo mejor en el que su formación realmente se valore, olvidan de dónde vienen y por qué su país los necesita.
El desarrollo de un país está justamente en la producción de conocimiento que contribuya a brindar una vida mejor para la mayoría. La obligación de los gobiernos es invertir en proyectos de formación de largo aliento para aquellos que quieren hacer una larga carrera académica.
Nos falta, mucho, mucho camino por recorrer.