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lunes, 7 de octubre de 2024
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De Piltdown a Nazca

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Guillermo Guevara Pardo

Licenciado en Ciencias de la Educación (especialidad biología) de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, odontólogo de la Universidad Nacional de Colombia y divulgador científico.

En Uno y el universo Ernesto Sábato, el argentino que empezó en el campo de la ciencia y terminó brillando en el de la literatura, escribió: 

«…El científico es un hombre como cualquiera y es natural que trabaje con toda la colección de prejuicios y tendencias estéticas, místicas y morales que forman la naturaleza humana. Pero no hay que cometer la falacia de adjudicar estos vicios del modus operandi a la esencia del conocimiento científico». 


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Frente a los hechos, el hombre de ciencia renuncia a las creencias que no coincidan con la realidad. Lo hizo Kepler cuando sus ecuaciones y las observaciones registradas por Tycho Brahe demostraron que la órbita seguida por los planetas era la humilde elipse y no el divino círculo.  

La ciencia es un camino hacia la celebridad. El científico puede saltar del anonimato a la gloria gracias a su trabajo, como fue el caso de Albert Einstein: de ser un desconocido examinador auxiliar de patentes en Berna, su teoría y un eclipse lo llevaron a la fama mundial. 

Hay individuos que, impulsados por la ambición de reconocimiento o por el fanatismo que puede despertar en ellos los enunciados de una teoría, caen en la repudiable práctica del fraude. Lo desafortunado para estos tramposos es que tarde o temprano son desenmascarados ante la sociedad por la comunidad científica. 

El mayor fraude científico del siglo XX fue el Hombre de Piltdown, un bulo arqueológico que se empezó a montar en 1912, hasta que en 1953 se demostró su falsedad. 

Las sospechas sobre la autoría del engaño cayeron sobre el paleontólogo Arthur Smith Woodward, del Museo Británico, y sobre Charles Dawson, abogado y paleontólogo aficionado. También fue señalado el teólogo y antropólogo jesuita Pierre Teilhard de Chardin y hasta Arthur Conan Doyle, el creador del astuto Sherlock Holmes, resultó implicado. 


Dawson y Woodward presentaron  ante la Sociedad Geológica de Londres, en 1912, el flamante cráneo del Eoanthropus dawsoni, proclamado como el eslabón perdido que conectaba los seres humanos con los simios, de unos 500.000 años de antigüedad: una mezcla de cráneo humano y mandíbula simiesca. 

El fraude inglés avalaba la tesis que consideraba la evolución como un proceso ortogenético, es decir, que va en línea recta, impulsada por una misteriosa fuerza interna, desde los organismos unicelulares hasta el surgimiento del Homo sapiens, que marca el final del proceso evolutivo. 

Además, respaldaba la creencia racista de que la cuna de la humanidad estaba en la blanca y adelantada Europa, en lugar de en los extramuros pobres y de piel oscura de África o Asia. La impostura llevó a desconocer el descubrimiento de los primeros fósiles de australopitecos, pues no se encontraban en la senda marcada por el Hombre de Piltdown. 

Las sospechas de fraude pronto se hicieron evidentes. En 1913, un especialista escribía en la revista Nature que el fósil era en realidad la mezcla de cráneo humano con mandíbula de orangután, aseveración ratificada en 1923 por un antropólogo alemán. 

El engaño perduró durante décadas, pues al fósil tuvieron acceso pocas personas, hasta que, en 1953, con las técnicas adecuadas, científicos del Museo de Historia Natural desenmascararon el fraude. Hoy en día se tiene casi la certeza de que Dawson fue el único falsificador, motivado por sus ansias de lograr el reconocimiento científico que sí tenía Woodward.

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Hace pocos días, se desenmascaró una mentira monumental en la que participó Jaime Maussan, periodista y ufólogo mexicano. Este personaje ha intentado respaldar su creencia en los eventos paranormales y en las inteligencias extraterrestres, recurriendo a falsedades y fraudes. 

El hecho ocurrió el pasado 12 de septiembre en el recinto del Congreso de México (sin la participación de científicos), donde presentó dos momias supuestamente encontradas en Nazca en 2016, como evidencia de visitas de civilizaciones extraterrestres: «Son seres no humanos que no son parte de nuestra evolución terrestre y que, después de desaparecer, no hay una evolución posterior». 


¡Guillermo de Ockham se debe estar revolcando en su tumba! Las momias de Nazca resultaron ser unos muñecos construidos con papel, pegamento sintético, huesos humanos y de otros animales. El charlatán mexicano aseveró además que la Universidad Autónoma de México (UNAM) respaldaba sus hallazgos, lo cual resultó falso. 

Importantes personalidades científicas mexicanas tuvieron que salir a desmentir al fantoche de turno por el revuelo mundial causado en los medios de comunicación y porque la racionalidad, seriedad y objetividad de la ciencia que se hace en el país azteca se ponía en entredicho. 

El doctor en Física e investigador del Instituto de Astronomía de la UNAM, José Franco, anotó con sorna: «En ningún lugar se ha encontrado vida, y tampoco se ha encontrado inteligencia en el Congreso». 

La búsqueda de vida e inteligencia extraterrestre llama la atención del público general, pero tal empresa no puede quedar en manos de embaucadores como Maussan sino que tiene que estar bajo la dirección de la ciencia, su método y sus instituciones en el marco de la ética y diligencia que exige la investigación científica.

Para terminar, vale la pena citar las palabras del astrofísico Vladimir Ávila, de la UNAM, como experiencia a sacar de tan bochornoso suceso: 

«La visión mágica aún perdura en una fracción no despreciable de la sociedad, y hay personas inescrupulosas que, con base al engaño, la farsa y la pseudociencia la explotan con fines lucrativos e incluso políticos (…). Seguramente algún día tendremos evidencia científica de vida o civilizaciones extraterrestres y habrá que estar preparados. Mientras tanto, no caiga en el engaño de los charlatanes».