Diálogo interno
Marta Isabel González
Ingeniera de Diseño de Producto, Magíster en Mercadeo, creadora de La Vendedora de Crêpes.
Si oyéramos a alguien hablándole a otra persona en la forma en la que nos hablamos a nosotros mismos, muy probablemente no bajaríamos a esa persona de guache, mal educada e incluso sería probable que saliéramos a defender a la otra persona.
¿Por qué no nos defendemos de nosotros mismos cuando nos decimos cosas horribles? Tristemente es común en nuestra cultura que usemos expresiones como: yo sí soy bruta; me embobé; como estoy de fea; etc.
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Me atrevo a decir que pasan desapercibidas y las consideramos inofensivas, y puede que si lo hacemos una vez muy de vez en cuando efectivamente lo sean, pero cuando se vuelven una constante y es lo que nos repetimos día a día, estas palabras empiezan a dejar mella.
Empezamos, sin darnos cuenta, a pensar que son verdad y lo peor de todo: a actuar según las coas que nos decimos. ¿Has revisado tu diálogo interno? Yo conozco dos formas de hacerlo:
- Sacar unos minutos al día y empezar a escribir sin ánimo de ser coherentes, simplemente haciendo el ejercicio de sacar lo que tenemos en la cabeza para saber qué es lo que tenemos en la cabeza que, en contra de toda lógica, pocas veces conocemos.
- Hacer una lista. Puede ser en una hoja cualquiera o en el celular; lo importante es tenerlas siempre a la mano. Cada vez que hablemos con nosotros mismos y usemos una expresión positiva o negativa, se anota en la lista la expresión que usamos.
Al final del día o al final de la semana, haz el recuento y te va a sorprender cómo (en la mayoría de los casos) la cantidad de expresiones negativas supera a la cantidad de expresiones positivas.
Nos enseñaron a tener una falsa modestia, nos enseñaron que estaba bien decir que somos malos para algo y que es prepotencia decir que somos buenos en algo. Creo que las intenciones eran buenas, pero en la práctica esa falsa modestia nos llevó a muchos a subvalorarnos y pensar que está bien hablar y hablarnos mal de nosotros mismos.
La idea no es creer que somos perfectos porque ni lo somos ni lo seremos; la idea es que el trato que nos demos sea por lo menos amable. Si está mal decírselo a otra persona también está mal decírtelo a ti mismo.