Entre el cielo y el suelo… de un país anfibio

María Isabel Henao Vélez
Comunicadora Social y Periodista de la Universidad Javeriana. Especialista en Manejo Integrado del Medio Ambiente de la Universidad de los Andes. Twitter e Instagram: @maisamundoverde
¡Feliz día de los humedales! Y bienvenidos a Colombia Anfibia. ¿Otra vez esta señora con su lora del país anfibio? preguntará usted, querido lector. Pero dígame si no, aquí podemos pasar en un abrir y cerrar de ojos, de una temporada seca a una húmeda y llamamos verano o invierno a la escasez o abundancia de lluvias. Aquí, algunas regiones de nuestro país ven transformar su paisaje radicalmente gracias a periodos de aguas altas, bajas o en transición, como la Amazonia.
Entre el cielo que toca las cumbres de nuestras montañas hasta el suelo de los bordes costeros, el agua teje de maneras maravillosas su hilo conductor de vida. La geografía de nuestro territorio arma “vasijas” por todo lado, que así estén secas en algún momento del año, seguramente se llenan en otro.
Desde las turberas paramunas o lagunas altoandinas cual esponjas que captan y distribuyen de a pocos el agua, pasando por las ciénagas del Caribe (vasijas anchas y de fondo generoso), los morichales y las planicies inundables de la Orinoquia (vasijas panditas tipo plato empantanado), las várseas e igapós del bosque inundable amazónico, hasta llegar a las lagunas costeras o manglares (vasijas de recovecos laberínticos entre las raíces de sus árboles).
Si ese recorrido no bastó para que de ahora en adelante se interese por los humedales y apellide Anfibia a Colombia, cito unas cifras del mapa de humedales continentales a escala 1:100.000, logrado por un trabajo de muchas entidades institucionales y privadas, y coordinado por el Instituto Humboldt y el Fondo Adaptación (proyecto donde trabajé durante 3 años).
Colombia tiene 30.781.149 hectáreas de humedales, eso es el 26% del territorio. Dentro de esa cifra destaco los datos de espejos de agua permanentes y a cielo abierto con 2.529.117 ha, permanentes bajo dosel de bosques con 1.625.407 hectáreas y temporales con 17.861.536 ha.

A esos números póngales nombres que escuchará según la región de Colombia donde vaya: estero, morichal, tembladero, arracachal, naidizal, ojo de agua, acequia, charco, catival, bajío, madrevieja, jagüey, cocha, playón y muchos más.
Póngales música y busque en el gran repertorio de canciones que le cantan al agua. Recuerdos de la montaña, de Diomedes Díaz, cantándoles a las quebradas y manantiales de la Sierra Nevada; El mangle, de Eliseo Herrera, cantándoles a los manglares del Caribe; La Subienda, de Senén Palacios, cantando a ese maná pesquero de nuestros ríos, o Las Aves de mi Llano, de Tirso Delgado, habitantes de las sabanas inundables de la Orinoquia.
Si pudiéramos ir atrás en el tiempo, hasta antes de la Conquista, veríamos como los antiguos Zenúes y Malibúes vivieron efectivamente ese carácter anfibio adaptando sus modos de vida y actividades productivas a los flujos anuales del agua.
Pero eso cambió cuando pretendimos dominar la fuerza, el flujo y el avance del agua poniéndole muros, secando y drenando humedales, permitiendo la construcción en zonas de alto riesgo, deforestando los cauces de los ríos.
En fin, yendo en contravía de su naturaleza hasta el punto de propiciar tragedias y pérdidas económicas con sus consecuentes clubes de damnificados a cada paso de temporada de lluvias o de un fenómeno del Niño o de la Niña. La crisis climática pone el dedo en la llaga, y la resolución de los retos para la gobernanza del agua se hace más apremiante.
¿Por qué son tan importantes los humedales?
En primer lugar, son la despensa de la naturaleza pues nos surten de agua dulce, alimentos principalmente producto de la pesca, materias primas como fibras y maderas, recursos para medicinas tradicionales y principios activos para las farmaceúticas.
Son reguladores de la fuerza del agua, pues controlan inundaciones al actuar sus suelos y geoformas como contenedores (vasijas) del agua de las lluvias y las crecientes de los ríos.
Actúan como riñones que depuran el agua, disminuyen la erosión, regulan temperaturas extremas y son increíbles sumideros de carbono (páramos y manglares).
Al descargar lentamente el agua a través de sus suelos hidromórficos, recargan los acuíferos subterráneos.
Aportan al bienestar de las poblaciones proporcionando enriquecimiento espiritual, herencia cultural, identidad regional y experiencias estéticas de turismo ecológico, observación de aves, recreación y educación, entre otros.

El reto es enorme porque en el camino del agua entre los humedales, las actividades humanas reparten por el territorio y le entregan a los océanos una carga dolorosa de contaminantes y basura.
A nivel global, hemos perdido o degradado el 90% de los humedales que una vez tuvo el planeta. Perdemos humedales 3 veces más rápido que bosques. Debido a esto el llamado de este año para el Día Mundial de los Humedales alrededor del mundo es “Es tiempo de restaurar los humedales”.
Así que lo invito a que si no sabe cuál es el humedal más cercano a su casa, averigüe. Vaya y conózcalo, pregunte en qué condiciones está y si usted puede hacer algo para apoyar su recuperación o mejorar sus condiciones. No deje basura, no haga bulla y conéctese con amor con el entorno. ¡Puede convertirse en su lugar de refugio y solaz favorito!
Nuestra Colombia Anfibia es de una ambivalente fragilidad y fortaleza en sus ecosistemas. Cómo gestionarlos de tal manera que promovamos su resiliencia y la de los seres que los habitan debe ser nuestra prioridad.
Estamos llamados a conservar la integridad de los humedales para que, en los escenarios de cambio climático actual, la biodiversidad con la que fuimos bendecidos no desaparezca, y el agua siga andando un camino lleno de vida entre el cielo y el suelo, entre la tersura de las hojas del frailejón y la frescura de los suelos del mangle.
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Guarde en su mente este viaje donde el humedal es el camino, la magia en el recorrido. Entre el cielo y el suelo de nuestro país anfibio: las nubes en los páramos donde se capta el agua, descendiendo por variopintas vasijas de humedales, y abandonando el suelo del continente por manglares y llanuras costeras para internarse de nuevo al mar.
En el retorno de la vida el ciclo se repite y el agua del océano evapora su tributo de nubes a los vientos para volver a las cumbres donde serán atrapadas nuevamente para iniciar el camino de vuelta.