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lunes, 7 de octubre de 2024
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Episteme y techne 

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Guillermo Guevara Pardo

Licenciado en Ciencias de la Educación (especialidad biología) de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, odontólogo de la Universidad Nacional de Colombia y divulgador científico.

La Real Academia Sueca de las Ciencias acaba de otorgar el máximo galardón al que puede aspirar cualquier hombre o mujer que se dedique a la investigación científica: el Premio Nobel. La ciencia es a la vez episteme y techne, es decir, conocimiento de los fenómenos naturales y tecnología en forma de procesos, utensilios, objetos y máquinas.

El avance incontenible de la ciencia modifica nuestra comprensión del mundo y nuestro lugar en él, impactando también otros campos de la cultura como el arte y la filosofía. Arte, ciencia y filosofía hacen parte de los elementos a los que todo ser humano debería tener acceso para llevar una existencia digna.


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Cada uno de los trabajos galardonados con el Premio Nobel en medicina, física y química tienen como telón de fondo los conceptos desarrollados gracias a las investigaciones en ciencia básica, sin la cual es imposible el avance de la ciencia aplicada.

No habría sido posible desarrollar vacunas de ARN mensajero (m-ARN) si antes no se hubiera logrado un conocimiento exhaustivo de la estructura y función de los ácidos nucleicos. 

La investigación sobre la manera como interaccionan la molécula de ARN y nuestro sistema inmunológico permitió diseñar una vacuna eficaz contra la COVID-19 que salvó millones de vidas durante la pandemia que se desató a principios del año 2020. 

El Nobel de Medicina premió los descubrimientos que posibilitaron la producción de la novedosa vacuna, un trabajo que fue menospreciado en sus inicios, pero que abrirá puertas para combatir otras enfermedades causadas por diversos agentes infecciosos, facilitará diagnósticos médicos más precisos y permitirá avanzar en el tratamiento del cáncer.


Si captar con nitidez el aleteo de un colibrí (imposible para el ojo humano) es todo un desafío tecnológico, retratar el movimiento de los electrones en el interior de átomos y moléculas parecía una misión imposible pues esas partículas se mueven en fracciones de attosegundo. 

Para tener una idea de la brevedad de tal medida de tiempo, y la hazaña tecnológica que mereció el Nobel de Física, la Academia puntualizó que en un segundo hay tantos attosegundos como la cantidad de segundos que han transcurrido desde el inicio del universo hasta hoy, es decir, durante un lapso de 13.800 millones de años. 

Los laureados desarrollaron una técnica para generar pulsos de luz que duran attosegundos haciendo posible estudiar con mayor precisión la dinámica de los electrones en la materia. 

Las tecnologías que se deriven de la física de los attosegundos son asombrosas: aparatos electrónicos más veloces, chips de mayor potencia, computación cuántica, microscopios electrónicos con mejor capacidad de resolución, comprensión más profunda de los fenómenos biológicos a nivel molecular, diseño de nuevas moléculas y materiales, aplicaciones en medicina. 

Además, con este Nobel se premia la quinta mujer desde que Marie Curie lo ganara en 1903.

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Causa admiración la nitidez y belleza de las imágenes en las pantallas de computadores y televisores con tecnología QLED (Dispositivo Emisor de Luz de Punto Cuántico). Esa tecnología fue laureada con el Nobel de Química de este año. 


La Academia Sueca premió el descubrimiento y síntesis de los llamados puntos cuánticos, componentes nanotecnológicos de unas pocas millonésimas de milímetro. Con tales dimensiones los nanocristales (de cloruro de cobre y sulfuro de cadmio) formados por uno pocos miles de átomos, presentan cualidades de naturaleza cuántica que cuando son estimulados con luz o electricidad, emiten colores azules, amarillos y verdes dependiendo del tamaño del cristal. 

En los puntos cuánticos los electrones quedan confinados en regiones de muy pequeñas dimensiones siendo más fácil estudiarlos y manipularlos. Las aplicaciones tecnológicas son, entre otras, paneles de energía solar más delgados y eficientes, encriptación cuántica, optoelectrónica, biomedicina y tratamientos para distintas enfermedades.      

Durante la campaña presidencial Gustavo Petro prometió que, de ganar, las más importantes decisiones de su gobierno se tomarían apoyadas en la ciencia; sus funcionarios han pregonado en todos los tonos que hay que recurrir a la ciencia y la tecnología para avanzar en las grandes transformaciones que requiere el país. 

Sin embargo, una cosa fue lo que prometió para ganar y otra lo que hace para gobernar: en 2023 el presupuesto destinado para el Ministerio de Ciencia y Tecnología es de $487.000 millones de pesos (ya insuficiente) y el aprobado para la vigencia del año 2024 se redujo a $400.000 millones. Esas decisiones atentan de manera grave contra la ciencia que se hace en el país.

El gobierno que prometió el cambio condena a Colombia a seguir siendo un país exportador de bienes primarios, obedeciendo lo que han definido los poderes mundiales; le impide que incursione en temas más sofisticados y lo obliga a comprar en las metrópolis toda la tecnología que se necesita. El petrismo en el poder continúa y profundiza las desafortunadas políticas que para la ciencia y la tecnología implementaron los gobiernos anteriores.

«En el mundo están ocurriendo cosas increíbles», le decía José Arcadio Buendía a su mujer Úrsula Iguarán. «Ahí mismo, al otro lado del río, hay toda clase de aparatos mágicos, mientras nosotros seguimos viviendo como los burros». 

Desde la Academia, las universidades públicas y privadas, las organizaciones gremiales de profesores de todos los niveles educativos, el movimiento estudiantil, hay que seguir en la brega para que Colombia rompa los macondianos cien años de soledad científica y tecnológica a que quieren condenarla.