Esta es la curiosa historia de cómo llegó Dunkin Donuts a Colombia, contada por su presidente
En esta entrevista, en colaboración con Medaglia, Laura González habla con el presidente de Dunkin Donuts en Colombia, Miguel Merino, sobre la historia de la empresa y cómo surgió la idea de traer el famoso pan frito al país.
Miguel Merino es arquitecto de profesión. En 1967, inició una vida política en el departamento del Tolima, de donde fue concejal y posteriormente gobernador. Luego, alcanzó una representación política a nivel nacional, al ser nombrado Ministro de Desarrollo y Embajador Extraordinario ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
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En la década de 1970, durante su estancia universitaria en el famoso Massachusetts Institute of Technology (MIT), en Boston, le entró una llamada telefónica que lo llevaría a convertirse en el presidente de Dunkin Donuts en Colombia. En esta completa y curiosa entrevista, Merino contó cómo fue la historia.
Asimismo, se refirió a la manera como la empresa logró salir avante de la pandemia de Covid-19, una de las mayores crisis que ha vivido el mundo en los últimos años.
También dio su opinión frente a la reforma laboral propuesta por el gobierno del presidente Petro y señaló los desafíos que implica, en materia de cultura empresarial y de solidez económica, la implementación de una nueva política laboral en Colombia.
A continuación, transcribimos algunos apartados de la entrevista, la cual puede ver completa en el video que se encuentra en la parte superior de la página.
¿Cómo surgió la idea de traer Dunkin Donuts a Colombia? ¿Cómo creó esta compañía en el país?
La historia de Dunkin Donuts es reflejo del espíritu de empresario y emprendedor que he tenido, porque todos en mi familia siempre han estado en el sector privado, como exportadores de café y como industriales del jabón.
Cuando renuncié a la gobernación del Tolima, quise volver a estudiar para ampliar mis conocimientos en Arquitectura. Entonces, se dio la oportunidad de empezar a cursar estudios en planeamiento urbano y regional en el MIT, en Boston.
Al estar allá, un día recibí una llamada de mi hermana. Mi hermana era una ama de casa tradicional, dedicada a su hogar y a sus hijos. Es decir, era una de esas mujeres de los años anteriores, a las que no les tocaba tan duro como a las mujeres de hoy en día, que además de ser ser amas de casa y de cuidar sus hogares y a sus hijos, también tienen que trabajar.
Entonces, cuando los hijos de mi hermana fueron a la Universidad ella comenzó a aburrirse sin hacer nada en la casa y le dijo al esposo que le gustaría hacer alguna cosa para entretenerse. El esposo le propuso ir a la feria que se estaba realizando por ese tiempo en Bogotá, y le dijo que le contara qué le llamaba la atención, que él la apoyaba en lo que decidiera.
Fue a la feria y conoció una maquinita de hacer donas que le llamó la atención. Consideró que con eso podría en algún momento matar su tiempo libre, hacer algunas donas y venderlas en el barrio, venderlas en la iglesia o venderlas en el colegio de los muchachos.
Compraron la maquinita, pero no le funcionó. Se le explotaban las donas, eran grasosas, eran chiquitas, no eran las materias primas adecuadas. Me llamó a Boston y me dijo: “Miguel, yo qué hago que me puse a comprar esa maquinita y no me ha servido para nada, no la he podido hacer funcionar. ¿Por qué no me ayudas a conseguir una receta?”
Y, coincidencialmente, Boston es territorio Dunkin Donuts. Allí nació Dunkin Donuts a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, y está perfectamente dominada toda la actividad del café y de las donas por Dunkin Donuts. Hay más de 500 puntos de venta en la ciudad de Boston y en el área metropolitana unos 800 puntos de venta.
A mis hijas les fascinaba ir a Dunkin Donuts, entonces pregunté cómo era el asunto y en dónde quedaba Dunkin Donuts. Allí me informaron que la casa matriz quedaba en Randolph. Randolph es como ir a Chía desde Bogotá, en relación con Boston.
Le dije un viernes a mi señora que fuéramos a Randolph, ya que no teníamos nada qué hacer, y que visitáramos la casa matriz de Dunkin Donuts. Como buen colombiano llegué sin hacer citas, sino simplemente a golpear allí, a ver si me podían atender. Tuve la fortuna de que en ese momento fueron muy gentiles y me atendió un señor, Michael.
Michael me dijo muy formalmente: “Mira, esto es Dunkin Donuts. En este momento realmente tenemos interés de salir al mercado internacional porque hemos encontrado que los supermercados locales están colocando panaderías adentro. Eso ha significado una competencia para la actividad económica, entonces hemos considerado que es un buen momento para salir al mercado internacional. Aquí tienes este brochure. Esto te va a decir qué somos, quiénes somos, qué ofrecemos. Míralo y si te parece volvemos a charlar”.
Yo me vine con eso. Se lo comenté a mi hermana y le dije: “¡Esto está más interesante! Pero a su vez yo trabajaba con Walter Roethlisberger y compañía, y allí con Jorge Roethlisberger, que era mi amigo del alma y era el gerente, le dije:
– Oiga Jorge, mire, hay esto. Esto se me hace que puede ser interesante y que vale la pena que lo hagamos.
– Pero nadie conoce las donas en Colombia.
– Sí, pero eso es como un pan. Hagámosle que puede ser interesante.
– Déjeme yo le comento a mi papá.
Tuve la fortuna de que su padre era un joven de 90 años. Era un joven, digo yo un joven de 90 años, porque a pesar de su edad seguía pensando en el futuro, era un gran visionario.
Él iba todavía a su compañía, a las juntas directivas, y cuando oyó mis historia de lo que era Dunkin Donuts, dijo, con una voz ya muy pausada, lo siguiente: “Don Miguel, siempre hay que mirar el futuro y pensar qué se puede hacer en el futuro. Y yo veo el futuro en tres cosas: en la tecnología, en el entretenimiento y en la comida”.
Un gran acierto porque añadió: “y, además, la compañía no está en esto”.
Walter Roethlisberger y compañía era una firma dedicada a la representación de casas extranjeras en el campo farmacéutico y también en la parte tecnológica y de construcciones, que era lo que desarrollábamos en Ibagué.
Entonces, me dijo: “Yo lo apoyo y cuente conmigo. Depende de lo que digan los muchachos”.
Los muchachos, que eran sus socios, tenían 70 y 75 años. Eso me animó a que auscultáramos qué era. Le dijimos a Dunkin que estábamos interesados y coincidió con que ellos iban a venir a Venezuela a ver el mercado venezolano. Entonces, les dije que dieran un brinquito a Bogotá y ahí empezó toda la aventura de Dunkin Donuts.
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¿Cuál ha sido el reto más grande que ha tenido como empresario?
Yo diría que el reto que mayor satisfacción me ha dado en la vida fue cómo afrontamos el Covid-19.
La verdad es que cuando cayó esta inesperada pandemia, que nos dejó a todos perplejos y muy angustiados, nuestra política fue ante todo cuidar a nuestra gente, cuidar a nuestros empleados, corresponderles la confianza que habían depositado durante tantos años ayudando a construir la marca.
Entonces, tuvimos que mandarlos a sus casas, ya que el gobierno nacional cerró todo, los aeropuertos, las universidades, los centros comerciales, las calles… Todos estábamos en una situación de pánico, pero dentro de esa decisión, la decisión de Dunkin y la de Donucol, que es la firma colombiana, y la de sus accionistas fue: vamos a proteger a nuestra gente, nuestra gente es lo más valioso que tiene la compañía, entonces los mandamos a sus casas para que estuvieran tranquilos y les garantizamos sus ingresos económicos.
Ese fue un momento difícil. Lógicamente, al principio nos tocó endeudarnos. Afortunadamente, por la confianza que habíamos establecido, por el manejo durante años anteriores de seriedad y responsabilidad comercial, los bancos nos dieron el apoyo en ese momento y adquirimos un cuantioso crédito, siempre pensando que una vez se superara la situación íbamos a tener cómo construir y recuperarnos nuevamente si teníamos el equipo, si teníamos la gente.
Realmente, eso me dio inmensas satisfacciones, ver la respuesta de nuestra gente, cómo le ha respondido a la compañía y cómo se sintió agradecida de poder superar un momento tan difícil con sus familias, encerrados y sin tener que estar preocupados por el aspecto económico, que fue algo demoledor para la gente, y especialmente para los trabajadores del sector popular.
¿Qué opina de la reforma laboral?
Hay que hacer cambios. Yo soy un convencido de que para progresar y para poder seguir vigente se tiene que estar siempre dispuesto a los cambios.
Lo que tenemos que hacer los colombianos es asimilarlos y ajustarlos. Los cambios sí, pero no así. Cuando digo “cambios sí, pero no así”, es que no se genere incertidumbre, que no se generen confrontaciones, que no se generen situaciones difíciles para el manejo del país, sino simplemente que conciliemos todos las diferentes ideas, corrijamos y construyamos sobre lo construido y hagamos que cada día estemos mejor.
Hay una tendencia a nivel mundial y es reducir las horas de trabajo, es decir que las 48 horas semanales en Colombia ya son obsoletas. Países como Alemania trabajan 36 horas, no más.
Vayamos haciendo los ajustes adecuadamente y de manera proporcional a nuestra capacidad económica, sin lesionar al sector empresarial y evitando que se vea abocado a un cierre, porque sería lamentable.
Que haya una mejor remuneración, estoy de acuerdo. Tenemos que mejorar la calidad de vida de la gente. Las empresas colombianas tienen que cambiar un poco la filosofía que traían anteriormente. En los años anteriores, en Colombia había una tendencia de vender poco ganando mucho, y yo creo que el mundo actual nos lleva a que vendamos mucho ganando poco.
Es decir, que desde el punto de vista empresarial los márgenes se reduzcan y se transmitan más a los colaboradores, pero que ampliemos el mercado. Lo que se necesita es ampliar el mercado y que haya más oportunidades.
Yo creo que no hay que tenerles temor a los cambios, siempre y cuando se hagan con ese sentido.
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