Inicio  »  Columnistas  »  Los TLC y la OMC

Los TLC y la OMC

Enrique Daza, Columnista

Enrique Daza

Exsecretario de la Alianza Social Continental y de la Red Colombiana frente al Libre Comercio, Recalca. Director del Centro de Estudios del Trabajo, Cedetrabajo

En sus 27 años de existencia y después de haber realizado once cumbres ministeriales, la Organización Mundial del Comercio (OMC) se acerca a su 12ª Cumbre en junio en Ginebra. Su promesa fundacional era lograr una completa liberalización del comercio mundial de mercancías y servicios, así como establecer reglas que protegieran la propiedad intelectual para estimular la investigación, permitiendo que los creadores de innovaciones recuperaran el dinero invertido. 

Era un proyecto liderado por Estados Unidos en el momento en que había caído el Muro de Berlín y estaba ya disuelta en trizas la Unión Soviética, no encontrando rival capaz de competirle en lo económico. El proyecto era ambicioso, pues partía de que todos los mecanismos de protección comercial eran un obstáculo a la expansión de la economía mundial.

Muy pronto surgieron obstáculos, comenzando por los de Estados Unidos. Los países desarrollados no aceptaron eliminar los subsidios a su producción agraria, fueron tacaños en liberar los aranceles a sus productos industriales y exigieron a los países en desarrollo medidas que lesionaban enormemente las capacidades de los Estados para promover el desarrollo, como fueron los famosos temas de Singapur, hoy todavía controvertidos: protección a las inversiones extranjeras, garantías a la libre competencia, acceso a las compras gubernamentales y facilidades al comercio. En todos ellos se esconden pretensiones lesivas para los menos desarrollados.

En realidad, las famosas cumbres han sido una gazapera y después de tantos años se dista mucho de llegar a acuerdos en el terreno del comercio agrícola sobre temas cruciales, tales como la constitución de existencias públicas con fines de seguridad alimentaria, las subvenciones internas causantes de distorsión del comercio, el algodón, el acceso a los mercados, el mecanismo de salvaguardia especial, la competencia de las exportaciones y las restricciones y prohibiciones a la exportación.

Las negociaciones son lentísimas. Hay grandes intereses nacionales en conflicto y la OMC está manejada por los intereses corporativos de enormes multinacionales que invierten millones de dólares en el cabildeo.

Muchas de las cumbres fracasaron, ya sea por desacuerdos fundamentales o por gigantescas protestas, como las realizadas en Cancún (2003), Seattle (1999), Hong Kong (2005) y Buenos Aires (2017). Muchos de los acuerdos incluyen solo a una parte de los participantes, como fue el suscrito sobre comercio electrónico, votado por apenas 46 de los 164 países, con la oposición de los africanos y de Japón, o el acuerdo plurilateral sobre contratación pública, que reúne a tan solo 48 miembros.

Desde el comienzo de la OMC fue evidente la contradicción entre los reclamos de los países en desarrollo y los países avanzados. El mecanismo del consenso ha bloqueado los acuerdos.

Fue de allí de donde surgieron los tratados bilaterales de libre comercio, pues una cosa es convencer a Francia o cualquier país europeo para que desproteja su economía y liberalice las inversiones y otra imponérselo con un tratado a países débiles como Colombia.

Los TLC incluyen los temas de Singapur y muchos otros aspectos que no tuvieron curso en la OMC. Potencias como Estados Unidos y la Unión Europea aprovechan la situación subordinada de muchos países para imponerles unas onerosas condiciones que ellas no pudieron tramitar en lo multilateral. Por ejemplo, que los países en desarrollo les abran sus mercados agrícolas, pero manteniendo ellas los subsidios por cientos de miles de millones de dólares. O alargar la duración de las patentes, en su mayor parte en manos de las multinacionales. O abrir a las compañías extranjeras la contratación pública, eliminando la prioridad para los oferentes nacionales.

La evolución reciente ha mostrado la ineficacia de la OMC para superar las barreras al comercio, como ha sido evidente en su parálisis ante la guerra comercial declarada por Estados Unidos a China. También el “acuerdo sobre facilitación del comercio”, inútil ante la crisis de suministros. Muchos países han prohibido exportaciones de insumos claves, pensando en resguardar la seguridad alimentaria de su población o sus necesidades industriales. Estados Unidos con Trump adoptó numerosas medidas proteccionistas que no han sido desmontadas por Biden y hay toda una tendencia a privilegiar los mercados locales o subregionales. Los flujos comerciales se mantendrán, entre vaivenes, pues es una tendencia irreversible de la economía mundial, pero se reestructurarán en función de los intereses nacionales. En suma, la globalización no será el paradigma del desarrollo económico mundial.

Estados Unidos no ha suscrito tratados de libre comercio con la inmensa mayoría de países. En Asia apenas con Japón, Corea y Singapur, en América Latina solo con Centroamérica y con los países latinoamericanos de la Cuenca del Pacífico. En total tiene solo 14 tratados y fracasó en hacer uno con Europa y otro con los más importantes países de Asia. Solamente el 35% de su comercio se realiza con países con los cuales tiene TLC y los últimos que entraron en vigencia por parte de esta potencia fueron hace diez años con Corea del Sur, Panamá y Colombia. 

Solo Iván Duque y dos o tres más rezagados defienden la idea de que solo se puede comerciar tramitando este tipo de tratados. La inserción en el comercio mundial se logra mejor fortaleciendo otro tipo de prioridades, como el avance en tecnología de punta y en infraestructura y sin hacer concesiones innecesarias que atentan contra la capacidad del país de crear riqueza y desarrollarse.

Salir de la versión móvil