Manual para (no) quitarle la magia a la Navidad
María Isabel Henao Vélez
Comunicadora Social y Periodista de la Universidad Javeriana. Especialista en Manejo Integrado del Medio Ambiente de la Universidad de los Andes. Twitter e Instagram: @maisamundoverde
Si es de los que odia la Navidad, amigo Grinch, quédese. Esta columna se viene con importantes consejos para sobrellevar esta época que tanto lo incomoda y ser un Grinch que vacíe con el mayor de los estilos su verde bilis sobre tanta tontería y desperdicio navideño.
Si es de los que la ama, también. A mucha diversión mucha responsabilidad, y la verdad es que quienes amamos los villancicos, los platillos típicos de la época, las casa adornada de verde y rojo, compartir con la familia y amigos en las novenas, y recibir y obsequiar regalos, no podemos ser bobos útiles del consumismo exacerbado que se volvió más fuerte que el espíritu de la Navidad.
Qué pena con este espíritu resiliente a lo largo de 2000 años, que lo tergiversemos y volvamos un mete candela al fuego del efecto invernadero, el cambio climático, la contaminación o la pérdida de naturaleza. No se trata de ser aguafiestas; se trata de no aguarnos futuras fiestas. Podemos pasar bueno sin romper el juguete y lograr que la temporada navideña deje de ser el más duro golpe al ambiente que recibe la Tierra cada año.
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Arbolito de navidad y hacia Belén va una burra
Empecemos por el arbolito, ¿de plástico o de verdad? Uno plástico de dos metros tiene una huella de carbono de aproximadamente 40 kg de CO2, más del doble que la de un árbol real, que ojo, emitirá metano descomponiéndose en basureros de manera inapropiada pues seguramente no será compostado adecuadamente.
¿Punto para el de plástico? Sí, pero no. Así se reutilice a lo largo de los años va a terminar desechado, que no reciclado, y sus microplásticos y nanoplásticos, finalmente en nuestro torrente sanguíneo.
La mejor alternativa es un árbol de Navidad en matera, que se pueda utilizar en años siguientes o volver a plantar. Yo estoy feliz con el que compré el año pasado, ahí está firme. De mi patio volvió el 1 de diciembre al interior de la casa para cargar en sus ramitas los adornos. Que, a propósito, son los mismos de hace 10 años, no le juego la moda del moño, el peluche ni las cintas ahorca ramas.
Afortunadamente ya no cogemos musgo de páramos para apoyar las figuras del pesebre. Bien por eso. Pero tampoco le apostaría a los papeles esos de cartón que botan hojuelitas verdes y que uno barre hasta entrado marzo. Yo usé una carpeta larga, divino me quedó.
Mamá, dónde están los juguetes
Vamos ahora con los regalos. Qué delicia recibir algo que uno necesita o de lo que tiene un antojo grande. Pero hoy en día, por compromiso, “algo hay que darle” a ese familiar, amigo, asociado o jefe. Y por equivocadas prácticas de crianza, si el bolsillo o la tarjeta aguanta, les damos a los niños todo lo que piden así no lo necesiten, así a los 3 meses lo ignoren porque ya no les parece divertido o porque la obsolescencia programada ha marcado su fin.
Cosas, cosas, cosas, cuán obsesionamos estamos con el poseer y no con el ser. Cosas que además terminan empacadas con papel y moños que terminan rasgados con violencia y derechito al basurero. No, no se crea que ese papel se recicla y vuelve a sus manos al año siguiente. Millones de árboles serán cortados para hacer fibra de papel y cajas que tendrán la vida útil más corta de la historia.
¿Cuál es mi propuesta? Envuelva en pañoletas que sean devueltas o que el homenajeado pueda usar. Sea creativo, dé su tiempo, su afecto, brinde la posibilidad de una experiencia. Bono de paseo juntos, una clase de cocina, alfarería, pintura, Tai Chi… las posibilidades son múltiples y averiguar lo que a su ser querido le gustaría lo puede acercar más a él.
Una carta, diciendo con cariño eso que no se atreve a hablar, vale también. Magnífico regalar también una adopción simbólica, ya sea de una especie silvestre a través de una ONG que trabaje en conservación, o de un perro o gato en una fundación que haga rescates y les dé bienestar.
Manual para una opípara cena y #NavidadSinDesperdicio
Millones de toneladas de alimentos se desperdician en todos los países durante las festividades de diciembre. Si de manera regular 4 de cada 10 alimentos cosechados nunca son consumidos porque se pierden en una parte de la cadena que va del campo al consumidor final, el último mes del año, con sus cenas y festines, es el mes del desperdicio a todo furor.
Nuestra sociedad confunde abundancia con bienestar y una mesa desbordada con reflejo de estatus y capacidad económica. Los ojos padecen un hambre que el estómago no, por lo que terminamos cocinando de más y dejando perder incluso en la nevera, comida que le significó a la Tierra y a las personas un gran esfuerzo.
¿Qué hacer? Podemos ser generosos y no pasar de líchigos, sin exagerar para terminar botando. Calculemos lo que los invitados a la mesa podrán comer, usemos ingredientes variados, de manera completa (el tallo del brócoli también se come, las hojas del apio son regias, etc), pidamos que se sirvan moderadamente y si quedan con hambre que repitan.
Y pilas pues, frondio eso de decorar la comida con comida. Confieso sentir desconfianza por esas flores hechas de zanahoria, rábano, pepino, champiñones o tomates masacrados. No sabe uno que tanto lo manosearon antes de lograr la bendecida forma. Supongo que el “tallado de alimentos” funciona para que los niños se coman la manzana en forma de cangrejo, pero en serio… ya estamos grandecitos y esas formas no resultan apetitosas, van a terminar desperdiciadas. Y las lentejas en el bolsillo para la prosperidad… hay agüeros mejores y más divertidos. Destine las lentejitas para la olla, que de grano en grano, el desperdicio va sumando.
Lo que sobre, guárdalo en el congelador en recipientes marcados o dé porciones de regalo a los invitados. Recuerdo una sopa maravillosa que mi suegra solía hacer al almuerzo del 25 de diciembre con las sobras del pavo, más sabrosa aún que la tajada de la noche del 24. Si además vive la aventura de eliminar los animales de su plato, puede hacer una cena exótica, plena de sabores y especias, sorprendiendo a la familia y bajando el impacto que tiene sobre la naturaleza la ganadería extensiva.
¿Y la servida? En serio, qué boleta eso de servir en platos y vasos plásticos, queda como el perezoso al que le parece terrible lavar y le vale hongo colapsar rellenos sanitarios. Las bebidas en vasos desechables adquieren ese sabor tan maluco del cartón o plástico, los cuchillos se cortan al primer hueso que se topen en el tamal y los tenedores pierden dientes a la primera papa empuñada, corriendo el riesgo de ser ingeridos y dejar el abuelito en el hospital hasta año nuevo. Y recordemos, esos desechables sucios no se van a reciclar, van a la cadena del plástico que ingerimos del ambiente y nos están enfermando.
Noche de paz
Las noches de Navidad en países como el nuestro no son muy pacíficas. Si bien la rumba tiesa y pareja es el 31 de diciembre, nuestro espíritu fiestero hace de las suyas desde el 16 que empiezan las novenas. Vaya ruido el que metemos los seres humanos. Y una vez más, no es por ser aguafiestas, pero en verdad, no hay necesidad de quitarle la paz a la naturaleza y amanecer con zumbido de oídos la mañana siguiente.
Los perros, gatos, aves y otros animales sufren física y emocionalmente con los altos decibeles en la música y las explosiones de pólvora. Aves caen infartadas, los canes y felinos debajo de una cama sienten reventar sus oídos (ellos oyen en un espectro sonoro más grande que nosotros) y sufren ansiedad y estrés.
Muy lindas las luces, yo sé, pero la belleza no justifica el sufrimiento ajeno. Y por último, prender las luces todo el día le aumenta la factura de la luz y no le aporta distinción al predio. Préndalas el rato que las vaya a disfrutar en familia.
El espíritu de la Navidad tiene una larga historia en la humanidad. Una fusión de culturas que heredamos al día de hoy pero que, en últimas, celebran el despertar de la luz y el amor en los corazones de las personas. Algo que no es imposible, así sea para parar unos frentes de guerra y a la mañana siguiente volver a las balas; como sucedió en la Primera Guerra Mundial, en 1914.
Desde las fiestas del solsticio de invierno y luego con la institución de la Natividad el 25 de diciembre por parte de la Iglesia para contrarrestar los cultos “paganos”, el final del año cierra para muchas culturas con festividades que agradecen lo cosechado durante el año (no solo alimentos, sino logros y experiencias) y que dan sus votos por el despertar de la luz (en alusión a la esperanza de la llegada de la primavera) y por un nuevo año de bienestar para todos.
Que ese espíritu juguetón de la Navidad logre hacer de las suyas. Que dé una tregua en los conflictos, tanto los bélicos entre países, como los que en su interior padecen las personas. Que al cesar tanta bulla externa, podamos ingresar a un interior pacífico donde la armonía se establezca en nuestras vidas. Que incluyamos al otro, al diferente, al necesitado y que seamos compasivos. Que no seamos Mr. Ebenezer Scrooge, para que nuestras únicas visitas no sean los fantasmas de las Navidades pasadas, presentes y futuras. Hagamos con la Navidad un futuro más verde que el Grinch, un mundo en el que las personas y la naturaleza puedan vivir en armonía. ¡Feliz Navidad!
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