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Mi cuento sobre el agua para niños

Roberto Ramírez Ocampo, Columnista

Roberto Ramírez Ocampo

Directivo de Democracia y Modernización Ganadera (Demogan). Consultor de Empresas en comercio internacional.

Gracias a la impecable coordinación de Alberto Castillo Losada, viajé a Neiva para hablarles a diferentes grupos de niños, con el propósito de presentarles mi cuento, titulado “De dónde va a salir el agua”. Alberto y su admirable asistente, Miriam Cristina Mendez, lo lograron. Sin ellos habría tenido más de un fracaso, pues mi conocimiento en conectividad y otros rudimentos de sistemas es inexistente.

El ejemplo y la dedicación de los niños, sus profesoras y profesores es admirable; estuve conmovido a cada paso. Además, algunos jóvenes de 70 años también nos acompañaron. 

Qué par de días maravillosos los que tuve la oportunidad de compartir en el Huila, un departamento olvidado por sus políticos, pero donde sus estudiantes y sus retirados hacen la diferencia. Desde luego, para que el Departamento salga adelante es fundamental que al menos sus instituciones se comprometan a liderar, y esto no es otra cosa que servir, dar ejemplo y amar su departamento. 

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Ese interés, en cambio, sí se nota en el brillo de los ojos de los niños y sus colegios. Era difícil tratar de completar las ideas por la avidez de conocimientos que todos tenían. Al final aprendí yo más que ellos; supe de sus sueños, me compartieron el huracán de deseos que alborota sus almas, me sentí diminuto cuando niños especiales se acercaban a darme las gracias por haberles compartido mi cuento y entendí que mis limitaciones eran mayores que las de ellos. Me fui con el compromiso de regresar. Debo confesarles que también dejé una que otra lágrima al ver tantas toneladas de generosidad que recibí.

¿Hasta cuándo se va a quedar que impulsa sus sueños? Yo quiero pedirle a Dios que la energía onírica que todos tienen la pueda capitalizar Colombia.

Una de las instituciones que asistió me llamó la atención, pues educa a partir de las entrevistas que les hacen a quienes los visitan, enseñan a preguntar. Esto no es otra cosa que el método socrático, que es la mejor manera de aprender. Se llama Utrahuilca. 

Nueve niños me rodearon. Su profesora miraba expectante el proceso, solo intervino para asegurarse de que me estuvieran enfocando bien y empezaron las preguntas. Uno tras otro, de manera clara, escarbó buscando mi alma. Tenían por lideresas a dos hermosas niñas, que me tomaron de gancho y se sacaron fotos en una nueva versión de “La bella y la Bestia”. ¡¡¡Tengo que regresar!!! Necesito dejarles historias que, en la medida de lo posible, alimenten sus futuros.

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En Neiva hay un afluente del Magdalena, que se llama el río del Oro o del Loro, todos se confunden. Les sugiero a las autoridades que en un trasnocho pongan un aviso y despejen la incógnita. Durante muchos años, ese río ha transportado toneladas de basura que de manera eventual las autoridades limpian. Ojalá los ​Neivanos lo limpien y prime la iniciativa privada por encima de la inoperancia pública.

Contaminar ríos parece ser la consigna. Mi cuento está dirigido a evitar llenar de basura afluentes y cauces principales y, al final, en un llamado de los niños de Gamarra (Cesar) a los niños ribereños de otros países, les piden que no contaminen y se junten en esa cruzada. Ojalá quienes me lean intenten hacer que este mensaje se multiplique.

Gracias a los niños y profesores de Neiva, gracias a mis contemporáneos que asistieron y me escucharon pacientemente, gracias a Alberto Castillo y a Miriam Mendez por su entrega y amabilidad. Todo fue posible gracias a ellos.  

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