Se me acabó la envidia
Marta Isabel González
Ingeniera de Diseño de Producto, Magíster en Mercadeo, creadora de La Vendedora de Crêpes.
Alguna vez leí en alguna parte que la única condición que existe para que un texto sea bueno es que sea verdad. Que incluso quienes inventan historias y escriben novelas tienen que escribir sobre sentimientos y acontecimientos verdaderos, que esas historias son ciertas aunque sean inventadas, porque mezclan realidades que sí pasaron y sentimientos que alguien algún día sintió, y solo cambian de protagonista o de lugar.
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Con la esperanza de que esto que hoy escribo sea bueno, voy a contar una verdad sin ínfulas, sin querer quedar bien, para conectar con esas cosas que todos sentimos y que pocos expresan.
Esta es una de mis muchas verdades: hace aproximadamente dos años estuve en un evento lleno de gente bonita, exitosa, lleno de esas personas que todos queremos ser o por lo menos parecer.
Dentro de esa cantidad de gente perfecta me llamó la atención una pareja: él era sencillamente espectacular y ella era… linda.
Como estoy sola para hacerme películas en la cabeza, mi novelista interna decidió que tenían una vida perfecta, que todo les salía bien y que ella tenía todo lo que yo alguna vez había querido para mí. Hablando en cristiano, me dio envidia.
Sí, soy un ser humano y he sentido envidia no solo una sino muchas veces. Probablemente soy mala persona, pero como la idea es decir la verdad entonces toca quedar mal de vez en cuando porque la perfección, afortunadamente, no me ha alcanzado.
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Estuve una buena parte del evento pensando en todas las cosas que ella tenía y yo no. Crucé un par de palabras con la feliz pareja. Muy a mi pesar, ambos fueron muy amables y no el par de arpías que mi envidia quería que fueran.
Hace unos días me enteré de que ella murió después de sufrir de esa enfermedad horrible que todos sabemos cuál es y de la que nadie quiere hablar.
Cuando supe la noticia pensé en todas esas cosas que le envidié y me sentí afortunada por estar viva y tener salud. Se me acabó la envidia, todo lo otro que ella tenía ya no me parecía tan importante.
Qué cosa tan estúpida es la envidia, que probablemente voy a volver a sentir, pero espero haber aprendido la lección y haber entendido que las vidas son simplemente diferentes, que no es necesario ni sano envidiar nada de nadie porque cada vida tiene sus luces y sus sombras y lo mejor que podemos hacer es enfrentarnos a las propias.