Sequía extrema en la Amazonia y el llamado silencioso de auxilio de los seres del agua
María Isabel Henao Vélez
Comunicadora Social y Periodista de la Universidad Javeriana. Especialista en Manejo Integrado del Medio Ambiente de la Universidad de los Andes. Twitter e Instagram: @maisamundoverde
A orillas del gran río
Anoche soñé con delfines. Desde que me sumergí en el mar en aquel arrecife volví a soñar, lo cual es algo inusual en mí. Llevo años sintiendo que no sueño, y si extrañamente me hacía consciente de que había soñado, lo olvidaba a segundos de despertar.
Ahora, curiosamente los volví a recordar. En una escena surrealista, me soñé sumergida entre el agua viendo desplazarse cadenciosamente unas estelas rosas entre aguas oscuras como las del bosque inundable en Tarapoto.
Es natural, pienso, soñar con ellos porque ayer en el trayecto de Leticia a Puerto Nariño vi dos delfines rosados Inia geoffrensis y un gris Sotalia fluviatilis, y como cada vez que veo asomarse una aleta o el lomo de un delfín en cualquier espejo de agua amazónico, mi corazón saltó de dicha. Lo que no imaginé es que esta temporada vería tan pocos… bueno, vivos.
Ayer volví a la Amazonia, y la entrada en este periodo de aguas bajas, al que ha sido llamado “el pesebre natural de Colombia” me generó desasosiego: el río Loretoyacu transformado en un hilo de agua, un charco miserable barroso lejos de las aguas brillantes y oscuras, cuyo frescor te suele dar la bienvenida y anunciar la cercanía del Complejo de Lagos de Tarapoto.
Al panorama de la sequía, se sumaron los desechos de las moles de cemento desquebrajadas del antiguo puente que unía el frente del municipio a la balsa donde llegan las lanchas.
Un material derrumbado que es testigo de la fuerza del agua sobre las riberas, y de la erosión ocasionada por la deforestación y los cultivos que le quitaron el amarre a las tierras del costado que separaba el río Loretoyacu del Amazonas y que protegía a Puerto Nariño de impacto directo del gran río.
Hoy la fuerza de las aguas parece ausente. El mundo acuático de la Amazonia se restringe al cauce principal y hasta acá se siente la gran sequía que azota la región.
¿Moeche estará bien?, le pregunto a Fernando Trujillo, director de la Fundación Omacha. Me responde “sí, eso espero, recuerda que hace rato cuando el Lago del Correo empezó a bajar el nivel del agua, lo llevamos Tarapoto adentro”.
Pienso en los guardianes de este manatí que Omacha preparó para que monitorearan su regreso al hábitat del que fue arrebatado hace años y que tras un enorme y dedicado trabajo de la Fundación ha logrado sobrevivir ya un año en libertad.
Quiero ir a verlo, pero me dicen que no va a ser posible. No hay manera de entrar a los lagos, toca cargarse el bote al hombro en un trayecto. Está bien, pienso. Va a lograr superar la sequía, adentro debe haber más agua.
Pero no dejo que pensar que para los delfines la cosa está más dura. Deben estarse encontrando más a menudo con pescadores que creen que, en medio de la sequía, ellos son competencia. Por Dios, que no se acerquen a las redes, que no los ataquen.
El sol canicular y la distancia a pie desde la orilla hasta Lomas del Paiyú con el morral a la espalda por cuenta de las aguas bajas, muy bajas, en esta sequía sin precedentes, me pone a sudar la gota gorda. De qué me quejo… dos jóvenes indígenas cargan largas varillas al hombro, loma arriba desde la orilla hasta el nuevo colegio que están construyendo.
El agobio del calor intenso me hace imaginar lo que están viviendo en Brasil: aguas rompiendo registros de calor a 41° C, donde en menos de un mes han muerto 156 delfines, millares de peces y algunos manatíes; comunidades sin suministro de agua potable; extensiones de playas que las aguas bajas de manera regular no revelan y que resultaron “encalladero” de botes, canoas y barcos. Hasta figuras de rostros tallados en petroglifos quedaron expuestos al aire luego de años sumergidos.
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Se vuelven imágenes en mi mente las historias que hoy al cerrar el día narró la abuela Alba Lucía Cuéllar, indígena ticuna a quien visitamos en cada ida al Amazonas.
Mientras teje una mochila que venderá en su pequeño sitio de artesanías, ella abre una puerta a ese otro mundo sagrado, “un lago muy hermoso donde viven y que cuidan los delfines, bufeo que nosotros llamamos”, dice la abuela, “o choreruma que es color rosado, porque tucuxí es gris, como el otro delfín”.
Ella me cuenta que cuando cae un rayo se abre una puerta y se desplazan a los ríos de acá. Parte de su tarea espiritual es ayudar a pasar las almas humanas de este mundo al otro. Los delfines son sagrados, los ticuna, cocamas y yaguas que han aprendido de sus padres, saben que no se deben molestar.
“Algunos no tienen ese conocimiento y los molestan, no respetan a los seres del agua y eso no está bien, porque por los delfines tenemos el agua, y por los árboles de allá y por los de este lado. No podemos descuidar al río, porque se nos va todo, incluso la selva”, dice la abuela.
Qué bueno fuera que sonara un trueno y por ese rayo pudieran devolverse todos los delfines a ese otro mundo mientras esta sequía tan brava pasa. ¿Pero, pasará? Un fenómeno del Niño parece prever que las aguas altas demorarán en llegar.
No va a haber tormenta con trueno o rayo que palie las sequías más largas y frecuentes que estamos empezando a vivir en esta época de ebullición global por cuenta de la crisis climática que encendió un mundo funcionando a punta de combustibles fósiles.
Mientras sigamos usando petróleo y sus derivados, gas y carbón, toneladas de gases efecto invernadero seguirán calentando la Tierra con las consecuencias nefastas que estamos viviendo ya. Y los cientos de delfines descompuestos serán solo la portada de unos ríos muertos que matarán de sed y hambre a los asentamientos humanos, grandes y pequeños, que dependen de estos cuerpos de agua.
La muerte en la orilla
No acabábamos de almorzar cuando nos llamaron a avisar que había un delfín muerto en la orilla. Me duele que pase eso. Sé que es el deber del veterinario y los biólogos ir a examinar el cuerpo, tomar muestras de tejido para estudios diversos; pero el procedimiento no es agradable.
El olor del cuerpo en descomposición es fuerte y llámenme romántica, pero no dejo sentir que escarbarlo es un poco profanar un magnífico ser del agua. Era un macho, grande, sin aparentes señales de violencia. No es clara la causa de la muerte. Y pienso en Brasil. Por favor que no pase también acá.
Si las sequías se vuelven recurrentes, ¿qué va a pasar con la vida en los ríos? ¿La muerte de cuántos individuos podrán soportar las poblaciones de la especie hasta que se haga inviable su sobrevivencia?
Las amenazas que enfrentan crecen cada día, y son las mismas de los ríos donde viven: sobrepesca, producción petrolera, contaminación de las aguas por plásticos, vertimientos de agroquímicos, aguas negras y mercurio de la minería ilegal, deforestación (las semillas de los árboles de las orillas son el alimento de numerosas especies de peces y menguar la masa forestal afecta los ciclos hidrológicos del Amazonas) y la presencia de hidroeléctricas cuyas presas cortan la conectividad de los ríos, detienen la movilidad de los animales y afectan todo el ciclo de la vida.
A todas estas amenazas, nosotros tampoco somos inmunes. ¿Cuándo nos daremos cuenta de que la muerte en las orillas, en el río, es una sentencia para todos? Un río sin vida hace inviable su entorno.
¿Queremos más migrantes climáticos? Planificar las ciudades en torno al agua debería ser nuestra meta de ahora en adelante, no tratar los ríos como caños a donde van los desechos que no queremos tratar.
Trato de concentrarme en las imágenes preciadas que tengo junto a delfines vivos. Acariciándolos para calmarlos o humedeciéndolos con agua mientras los científicos apuraban lo más posible el procedimiento de marcación satelital.
Trato de recordar un 25 de diciembre nadando en el centro del lago de entrada a Tarapoto, y la alegría de ver pintado el espejo de agua con los trazos rosas de aletas dorsales y caudales de delfines nadando muy cerca, honrándonos con su presencia.
Las últimas 6 especies de delfines de río viven en 8 ríos del mundo: Amazonas, Ayeyarwady, Ganges, Indo, Mahakam, Mekong, Orinoco y Yangtze. Estos ríos bañan territorios de 14 países: Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela, Bangladesh, Cambodia, China, India, Indonesia, Myanmar, Nepal y Pakistán.
¿Saben cuántos millones de personas viven en el área de influencia de las cuencas hidrográficas de esos ríos? 1.500 millones de seres humanos. Los gobiernos de estos países tienen normas o están desarrollando planes de manejo (algunos conjuntos) para la conservación de los delfines.
En la Amazonia con mucho esfuerzo se trabaja por el Conservation Management Plan o CMP, liderado por los gobiernos de Colombia, Brasil, Ecuador y Perú, el cual busca articular esfuerzos regionales por estas especies y los ríos donde habitan.
En el #DíaMundialDelDelfínDeRío, este 24 de octubre estarán en Colombia representantes de gobierno de los 14 países en los que habitan estas especies.
Firmarán una Declaración Global para la Conservación de los Delfines de Río, una manifestación de su compromiso para poner en marcha acciones sólidas que ayuden a detener el declive de las poblaciones de delfines en toda su área de distribución y que favorezcan la reproducción de las poblaciones más amenazadas en Asia.
No es un tratado vinculante y depende de la buena voluntad de las administraciones de turno para darle la importancia que tiene y la continuidad necesaria para su éxito. Por eso debe articularse a las acciones de los planes de manejo, normas o instrumentos legales de conservación en los territorios.
Caso contrario, quedará en el sueño de las ONG que tanto han trabajado por las especies de delfines y por los ecosistemas acuáticos en estos 8 ríos del mundo, como WWF, Omacha, Solinia o Sotalia.
Los gobiernos saben que los delfines son la cara de la conservación de los ríos de los que todos dependemos. Las preguntas son: ¿tendrán la voluntad política de ponerlos en marcha así represente una tarea enorme y con enemigos con intereses económicos que no quieren dar brazo a torcer a favor de la vida y la salud del resto de congéneres?, ¿habrá el presupuesto necesario para financiar las acciones requeridas para detener la contaminación y enfrentar todas las amenazas sobre los ríos?, ¿la crisis climática empujada por nosotros mismos cada vez que movemos el mundo con combustibles fósiles, nos dará el tiempo para restaurar lo perdido y enderezar el timón del barco?
Delfines tallados en remo caspi
Camino los adoquinados senderos de Puerto Nariño en mi último día de esta visita y veo al artesano Ruperto Awanare cepillar con cuidado una de sus tallas de madera (generalmente hechas de árboles de remo caspi). Pule un yacuruna, la representación local de esta deidad del agua amazónica con el poder de regir sobre los animales acuáticos y de transformarse en humano.
Dicen que gusta de salir a conquistar mujeres para llevárselas a su reino del agua. Acá el yacuruna luce como un delfín erguido como humano, con una raya en la cabeza como sombrero, una boa como cinturón y unas cuchas como zapatos.
A Fernando le llega un video desde otra zona del país y me lo muestra descorazonado en su celular. Es una cría de delfín, un bebé prácticamente. No tiene la aleta caudal, se le ve cercenada. Ni siquiera se oye su vocalización, se agita silente y desesperadamente en los brazos de alguien.
No puedo imaginar el dolor que debe estar sintiendo. No entendemos, ¿quedó atrapado, se la cortó en una red de pesca, lo lastimaron monstruosamente? No hay quien lo ayude a bien morir o a sobrevivir en una gesta a lo Misión Imposible.
Los delfines muertos en Tefé, el de la orilla en Puerto Nariño o la pequeña cría sin cola, no tienen voz propia para pedir auxilio en sus tragedias. Su silencio es el mismo de los yacurunas de madera que a diversos tamaños decorarán las casas de los turistas que los compren.
El corazón se me oprime dolorosamente y en un esfuerzo inmenso trato de no perder la esperanza. Cancelado el día en que solo quedasen delfines en las tallas de los artesanos.