Sobre la ciencia hegemónica
Bernardo Useche
Psicólogo de la Universidad Nacional de Colombia, PHD en Sexualidad Humana del IASHS de San Francisco, CA y PhD en Salud Pública de la Universidad de Texas en Houston.
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Un grupo de académicos del Pacto Histórico presentó a manera de propuesta interna un documento para reformar el Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación y el Ministerio de Ciencias. Se postula, también, un nuevo modelo de democracia multicultural para el país, con eje en la filosofía del buen vivir. Es un documento breve pero ambicioso en sus propuestas, que reabrió un viejo debate sobre la relación entre ciencia e ideología y su papel en el desarrollo de las naciones.
Uno de los planteamientos centrales es el de la necesidad de rechazar la ciencia hegemónica que han establecido los países poderosos del norte sobre los del sur. Al hacerlo retoman en filosofía de la ciencia el enfoque de las tendencias intelectuales del postmodernismo y el constructivismo social y, en política, las novísimas teorías que proponen “Descolonizar el saber, reinventar el poder” (ver enlace aquí).
Acusan a la ciencia hegemónica de hacer daño a la naturaleza y a la sociedad y buscan bajarla del pedestal en el que se encuentra, mediante la relativización del conocimiento científico. En el trasfondo de su argumentación se encuentra el desconocer la objetividad de las ciencias y el asumir la imposibilidad de desentrañar las leyes que rigen el universo, la naturaleza y la sociedad. Con estos supuestos, terminan por negar el papel de la ciencia y la tecnología como motores fundamentales en el desarrollo económico, social y político de los países.
Igualmente, plantean que es similar la validez del conocimiento aportado por la investigación científica y del hasta ahora no reconocido conocimiento ancestral que los pueblos han acumulado durante generaciones y que tan valioso les ha sido en el diario vivir. Ciertamente, el conocimiento tradicional ha resuelto problemas de sus pueblos y comunidades. Admirable, por ejemplo, en salud, el manejo de plantas medicinales, y en agricultura, los sistemas de riego y el cultivo en terrazas de comunidades precolombinas. Sin embargo, los dos tipos de conocimiento son diferentes y no debieran compararse. Mucho menos intercambiarse.
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En lo político subyace la idea de que la opresión sufrida por mujeres, etnias / razas y minorías sociales diversas se reparará cuando representantes de sus culturas y sabiduría obtengan participación en la estructura administrativa gubernamental, a nivel nacional y especialmente a nivel territorial o local. Desde allí, los diálogos de saberes y la acción de las comunidades contribuirán a la conservación de la naturaleza, a combatir el cambio climático y al buen vivir.
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El desarrollo tecnológico y científico está determinado por el modelo económico que predomina en una sociedad. Así, en el nacimiento del capitalismo, el comercio demandó mejorar el transporte marítimo, lo que a su vez requirió de la generación de conocimiento en áreas de la ciencia como la hidrostática y la hidrodinámica.
La globalización neoliberal, en la que predominan los monopolios en la producción y en el comercio internacional, ha demandado de Estados Unidos y demás potencias económicas la convergencia de nanotecnología, informática y biotecnología, entre otras, generando en consecuencia un conocimiento científico muy avanzado en las distintas ciencias naturales. Tecnologías y conocimiento cuyo control se reservan para sí las grandes corporaciones, por medio de legislación en propiedad intelectual, el secreto industrial, patentes y múltiples mecanismos más.
Por el contrario, empobrecidos y sometidos a la desindustrialización y al retroceso de la producción agrícola, por medio principalmente de Tratados de Libre Comercio, los países con gobernantes condescendientes con esta modalidad de economía de libre mercado no hacen esfuerzo alguno por desarrollar la ciencia. ¡Qué diferencia con Corea del Sur! Nación que, como consecuencia de la decisión gubernamental de industrializar el país, tomada en los 1960s, pasó en tres décadas de ser “tierra estéril” para la ciencia y la tecnología a convertirse en un líder mundial.
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En las ciencias sociales, especialmente en antropología y sociología, el planteamiento de la ciencia hegemónica ha contado con terreno abonado. Los filósofos de la denominada Escuela de Frankfurt fueron de los primeros en desplazar del ámbito de lo económico las relaciones de dominación entre los países, al argumentar que es en la cultura y en el pensamiento científico donde se concentra la hegemonía de los países más poderosos.
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Hoy, los teóricos de la ciencia hegemónica sostienen que existe un imperialismo académico impuesto principalmente por Estados Unidos, Francia e Inglaterra, “los poderes contemporáneos en las ciencias sociales” (ver enlace aquí). Imperialismo académico manifiesto en el número de programas, la generosa financiación que reciben sus proyectos de investigación, la cantidad de publicaciones, el prestigio de los investigadores y la capacidad para hacer llegar sus teorías a los países de la periferia.
Paradójicamente, como lo explica en detalle Pierre Bourdieu (ver enlace aquí), este imperialismo cultural incluye el exportar a nuestros países —desde los círculos intelectuales ingleses, franceses y de otros países europeos, y muy especialmente desde los centros de estudio sobre las minorías sociales en las universidades norteamericanas—, la ideología misma de la ciencia hegemónica.
En Estados Unidos son numerosos los programas y centros de estudio que promueven las mismas tesis del documento citado del Pacto Histórico. Son miles los científicos sociales que trabajan en programas académicos tales como “African American Studies”, “Women´s and Gender studies”, “Latin American Studies”, “Climate Change Studies”, “American Indian and Ethnic Studies”…
Mientras que en las ciencias naturales la validez del conocimiento se pondera por su utilidad en controlar las leyes de la naturaleza para resolver problemas —por ejemplo, cómo lanzar y poner a 1 millón 500 mil kilómetros de distancia del planeta Tierra, y orbitando alrededor del Sol, el telescopio espacial James Webb—, en las ciencias sociales predomina el componente ideológico —por ejemplo, “…las soluciones modernas propuestas por el liberalismo y también por el marxismo ya no sirven” (Boaventura de Sousa Santos)—.
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Un amigo científico hizo el siguiente comentario sobre esta discusión: “Necesitamos que la ciencia se ponga al servicio de la nación. Eso es lo único. Que nos pongamos a investigar nuestros problemas y que desde la investigación científica surjan soluciones. Que MinCiencias deje de ser un ministerio de papel y que además de buen presupuesto tenga gente buena en los diferentes temas”.
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