Sobre polvo cósmico, lunas jovianas y un vendedor de humo
Guillermo Guevara Pardo
Licenciado en Ciencias de la Educación (especialidad biología) de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, odontólogo de la Universidad Nacional de Colombia y divulgador científico.
Interesa a la ciencia explicar el origen de la vida en la Tierra: ¿fue el producto de un complejo proceso de evolución química que se dio únicamente de manera local? ¿Hubo aporte de moléculas extraterrestres que llegaron en meteoritos y cometas?
Y, por extensión, también ha planteado la pregunta sobre la posibilidad de que la vida haya florecido en planetas y lunas de nuestro sistema solar o en otros astros de los miles de millones de galaxias que pueblan el universo. Las portentosas tecnologías de exploración espacial desarrolladas en los últimos años están contribuyendo a dar respuestas, por ahora parciales, a tales inquietudes.
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Entre las órbitas de Marte y Júpiter gira una multitud de rocas estelares llamadas asteroides. Algunos de ellos han sido catalogados como planetas enanos: Ceres, Palas, Vesta, Higia y Juno; con un diámetro de unos 950 kilómetros, Ceres es la roca orbital más grande del llamado cinturón de asteroides.
Esos cuerpos rocosos, como todos los demás componentes del sistema solar, se formaron a partir de los materiales que componían una nebulosa primitiva hace unos 5.000 millones de años. Alrededor de Júpiter, el planeta más grande del sistema, giran 92 lunas. Supera a otro gigante, el hermoso Saturno, que tiene 83 satélites. Algunas de las lunas jovianas manifiestan una intensa actividad volcánica y poseen bajo sus superficies helados mares de agua líquida, más grandes que los terrestres.
La Agencia Japonesa de Exploración Espacial lanzó en diciembre de 2014 la misión Hayabusa 2 hacia el asteroide Ryguyu, situado a unos 300 millones de kilómetros de la Tierra, donde aterrizó con éxito en julio de 2019. Tomó muestras de la superficie y del interior del asteroide, las guardó en una cápsula perfectamente sellada, partió de la oscura roca y desde el espacio envió la cápsula a la Tierra, que llegó al sur de Australia en 2020.
En su interior traía 5,4 gramos del material puro más antiguo al que ha tenido acceso la ciencia y cuyo estudio aportará indicios sobre la formación de los planetas rocosos del sistema solar, así como sobre el origen del agua y la vida en nuestro planeta. Toda una hazaña tecnológica.
Hayabusa 2 se dirige ahora a visitar otro asteroide de 30 metros de diámetro, al cual arribará en 2031 pero no se posará sobre él. Los datos recolectados serán comparados con los resultados del análisis químico del material que se trajo a la Tierra, para así obtener nuevos y más esclarecedores conocimientos.
El análisis de ese polvo cósmico demostró la existencia de varias moléculas orgánicas, entre las que se destacan el uracilo y la niacina (vitamina B3). El uracilo (junto con la adenina, la guanina y la citosina) hace parte del ácido ribonucleico (ARN), una molécula presente en todos los seres vivos. La niacina es un componente clave en el conjunto de reacciones químicas (metabolismo) que ocurren en las células.
Estos hallazgos refuerzan la hipótesis de que diferentes formas de materia orgánica llegaron desde el espacio a la Tierra primitiva durante el gran bombardeo de meteoritos y cometas que acompañó la génesis del planeta, moléculas que se incorporaron a la compleja evolución química que condujo a la formación de los primeros organismos vivos. Así como ocurrió aquí, es posible que el proceso se haya repetido en otros lugares del universo. La vida no sería un fenómeno raro en la inmensidad del cosmos.
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La misión de la NASA OSIRIS-REx, lanzada en 2016, regresará este año a la Tierra trayendo polvo de otro asteroide, Bennu, con lo cual será posible hacer estudios comparativos de las dos muestras.
La Agencia Espacial Europea (ESA) lanzó este 14 de abril desde la Guayana Francesa la misión JUICE (Explorador de Lunas Heladas de Júpiter) que llegará al gran planeta en 2031, tras recorrer algo más de 800 millones de kilómetros; la nave aprovechará inicialmente las ayudas gravitacionales de la Tierra, la Luna y Venus para ganar velocidad y ahorrar combustible. Es la misión espacial más ambiciosa hasta ahora emprendida para estudiar Júpiter y tres de sus grandes satélites.
Cuatro de las lunas de Júpiter fueron descubiertas por Galileo Galilei en 1610 cuando apuntó su telescopio hacia el planeta, observación que empezó a dar respaldo empírico a la teoría heliocéntrica de Nicolás Copérnico. A las lunas las llamó estrellas medíceas en honor a su mecenas, Cosme II de Médici; posteriormente, fueron bautizadas con los nombres de Calisto, Ío, Europa y Ganímedes.
JUICE lleva una placa metálica en homenaje a Galileo, que tiene grabada en el centro la portada del Sidereus Nuncius y a los lados escritas las páginas de ese tratado donde el científico italiano anotó sus observaciones sobre las cuatro grandes lunas del planeta.
El hecho de que bajo la superficie helada de algunas de las lunas galileanas haya mares de agua líquida abre la posibilidad de encontrar vida en otros lugares del sistema solar. JUICE, además de estudiar diferentes características de Júpiter, explorará Calisto, Europa y Ganímedes.
En 2034, estará girando alrededor de Ganímedes (el objeto principal de la misión) y se convertirá en el primer artefacto humano que orbitará un satélite diferente a nuestra Luna. JUICE estudiará el gran océano de agua salada que se cree está oculto bajo la helada coraza del satélite, para compararlo con los datos obtenidos de los océanos de otras lunas y tener así una idea de qué tan aptos son para albergar vida.
Terminando 2035, la sonda se estrellará contra la superficie del satélite. Cuando JUICE se acerque a Europa (que tiene dos a tres veces la cantidad de agua que hay en la Tierra) buscará señales de moléculas orgánicas fundamentales para la evolución de la vida. Si las encuentra, sería un indicio para sospechar de la existencia de vida en esa luna joviana, algo que también podría suceder en Encélado, uno de los satélites de Saturno.
Mucho es lo que se aprenderá gracias a los datos recolectados por JUICE; sería extraordinario encontrar en nuestro vecindario bichos jovianos o saturnianos y que se hallaran antes que los siempre soñados marcianos.
Toda esta maravilla científica y tecnológica la logran naciones que apoyan con largueza la investigación científica, mientras que, en nuestro país, el vendedor de humo sentado en el Palacio de Nariño propone un “techo indicativo” de 257.202 millones de pesos para financiar la ciencia durante 2024, un 50% menos que el presupuesto asignado para 2023.
Con su propuesta de desfinanciar la investigación científica, Gustavo Petro termina poniéndose al lado de ideas tan absurdas como la expresada por Ronald Reagan al plantear que el Estado “no tiene por qué subsidiar la curiosidad intelectual”, o la de Martha Lucía Ramírez, vicepresidenta del también nefasto gobierno de Iván Duque, quien considera que la investigación en ciencia básica “es solo vanidad”; de contera acepta las recomendaciones que sugieren que Colombia debe dedicarse a lo que sabe hacer bien, pero no cometer el error de tratar de incursionar en temas más sofisticados en los cuales no tiene ninguna oportunidad, que lo único que hay que hacer es leer y tratar de entender la ciencia que se hace en otros países y vender a las metrópolis los recursos naturales que permitan comprar, totalmente elaborada, la tecnología que necesita el país.
Para este gobierno, como para todos los anteriores, la ciencia no es una prioridad. Entonces, ¿de qué cambio es que se habla?