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Todo cambia, aunque no parezca ser así

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Guillermo Guevara Pardo

Profesor de biología vinculado a la Secretaría de Educación del Distrito, IED La Amistad, Bogotá.

Desde que el ser humano fue capaz de reconocer la realidad del mundo que lo rodea tuvo la impresión de que nada cambiaba: el sol siempre salía por un lado del horizonte y se ocultaba por otro, plantas y animales eran los mismos de todos los días, las estaciones iban y venían iguales, las estrellas permanecían estáticas en el firmamento. Tal creencia perduró durante milenios.

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Para explicar el mundo la humanidad recurrió a la magia, al mito, a la astrología, a la alquimia y, más tarde, a la ciencia. Descubrió que este último recurso es el único que realmente funciona y permite hacer preguntas cada vez más profundas sobre la naturaleza de las cosas.

El universo parece ser el producto de “un diseño extraordinariamente ingenioso”, sostiene el físico Paul Davies, mientras que Carlo Rubbia, Premio Nobel de Física y ex director del CERN, cree ver en el orden y la belleza del cosmos “una inteligencia de un nivel superior, más allá del mismo Universo”.

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Esa manera de concebir el mundo supone que el surgimiento y desarrollo de todas las cosas en la naturaleza no está determinado por leyes materiales sino por el objetivo al que sirven, por el fin al que están destinadas: el ojo para captar imágenes, la aleta para nadar, el corazón para bombear sangre, el cosmos para ser coronado por el espíritu humano. En consecuencia, ojo, aleta, corazón y cosmos son el producto terminado de un diseño consciente.

Así como el reloj está hecho para marcar el paso de las horas, puede parecer que el ala de un ave también fue intencionalmente diseñada para volar. Como tras los mecanismos de los objetos artificiales siempre hay un diseñador, hay quienes pretenden extender esa idea a los objetos naturales: todo ser vivo está perfectamente diseñado para vivir en su respectivo ambiente gracias a la intervención de alguna inteligencia superior.

Al observar los fenómenos del universo, en especial la estructura de los seres vivos, algunos creen que es imposible que su existencia se deba a un proceso de evolución, y necesariamente han debido surgir por la acción directa de un arquitecto sobrenatural.

Militar en la opción evolutiva permite entender que el universo no tiene propósito alguno y resulta ser una ilusión creer que las leyes que gobiernan el cosmos han sido seleccionadas por o para nuestra existencia. El evolucionismo es una forma de pensar totalmente liberadora.

La idea del diseño intencional de la vida es muy antigua; hoy toma el nombre de diseño inteligente y pretende explicar la presencia de patrones en la naturaleza, no por la acción de fuerzas materiales ciegas, sino por la de una inteligencia diseñadora.

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Dos concepciones se enfrentan en este campo con tesis irreconciliables:

  1. Existe una inteligencia sobrenatural que diseñó y creó el universo y todo lo que hay en él, incluyendo a los seres humanos.
  2. Todo lo que existe en el universo, inclusive cualquier inteligencia creativa capaz de diseñar algo, es el producto de un prolongado proceso de evolución.

El creacionismo explicó la forma y función de los seres vivos recurriendo a la primera opción, hasta que no se consolidó una teoría de la evolución que propusiera un mecanismo material de cambio que pudiera ser contrastado experimentalmente.

Ese fue el aporte científico de Charles Darwin y Alfred Russel Wallace con su teoría de la selección natural confirmada por los aportes de la biología, la geología y otras ciencias y por el cúmulo de fósiles desenterrados en distintos lugares del planeta. No hay sombra de duda sobre que la evolución es un hecho incuestionable y el evolucionismo una ciencia en continuo desarrollo.

A pesar de todo, hay quienes ponen en duda el estatus científico del darwinismo. Otras creencias han terminado por aceptar que la teoría de la evolución ya no es solamente una hipótesis, pero rechazan de plano la posibilidad de que la mente humana tenga un origen evolutivo, que sea una manifestación compleja de la organización de la materia como lo demuestran continuamente las neurociencias.

Algunos han emprendido una cruzada contra la teoría de la evolución argumentando que el diseño inteligente merece el tratamiento de tesis científica pues, según ellos, la ciencia actual está atada a las interpretaciones materialistas de lo que es el cosmos. Desean derrocar tal concepción filosófica, “sus legados culturales” y favorecer “un amplio entendimiento teístico de la naturaleza” según lo expresa el Discovery Institute en alguno de sus documentos*.

Admitir los presupuestos del diseño inteligente implica abandonar la búsqueda científica del origen de todas las cosas, poner en igualdad de condiciones ciencia y pseudociencia, condenar la inteligencia humana a la oscuridad de lo ininteligible.

Ante la reaparición del creacionismo travestido de diseño inteligente, la teoría de la evolución necesita ser defendida con mayor vehemencia que otras verdades establecidas por la ciencia. Que se sepa, no existe ningún movimiento de ese tipo en contra de, por ejemplo, la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica, la química del carbono o la física del estado sólido.

* El Centro de Investigaciones de la Ciencia de la Creación de San Diego (California) advierte en uno de sus ‘sesudos’ documentos que la evolución fomenta “la decadencia moral de los valores espirituales, lo que contribuye al deterioro de la salud mental y [el predominio del] divorcio, el aborto y las enfermedades venéreas”.
Cuando Thomas Dale DeLay estaba en el congreso estadounidense, en 1999, ante el doloroso episodio en la escuela de Columbine, Colorado, declaró que dicha masacre “podría deberse a que nuestros sistemas escolares enseñan a los niños que no somos más que unos simios pretenciosos que han evolucionado a partir de algún primordial caldo de lodo”. Comento: ¡maestro que enseñe eso no sabe biología!

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