El trabajo, el ocio y la vida

Victoria E. González M.
Comunicadora social y periodista de la Universidad Externado de Colombia y PhD en Ciencias Sociales del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) de la ciudad de Buenos Aires. Decana de la Facultad de Comunicación Social – Periodismo.
Hace al menos cincuenta años, el ocio era visto como algo malo. Algo similar a ese horrible pecado capital llamado pereza. Los abuelos en las fincas arrojaban al suelo maíces y fríjoles y los mezclaban para luego poner a sus nietos a separar unos y otros para que hicieran algo útil.
De hecho, en municipios grandes y pequeños, gran parte de los presupuestos que se invierten en clubes deportivos, clubes juveniles, etc., se justifican porque eventualmente la creación de estos evita que los y las jóvenes estén ociosos en las calles y esto los conduzca a consumir drogas o a sucumbir a las malas compañías.
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El paso del tiempo nos ha conducido de esa idea negativa del ocio visto como un vicio del cuerpo y del alma, a la idea del ocio como una fuente de riqueza para unos y satisfacción para otros, en la cual la oferta de productos es realmente impresionante.
El desarrollo de industrias culturales como las dedicadas a videojuegos, música, películas, redes, series, libros, etc. se disputan a esas audiencias ociosas en busca de obtener millonarias ganancias.
La paradoja de todo esto es que, eventualmente, todos y todas estaríamos viviendo en medio de un mundo lleno de opciones para disfrutar largos ratos de ocio, frente a un mundo que cada día nos exige más horas de trabajo y que, incluso, exalta el trabajo excesivo como una gran riqueza, por encima de la vida familiar y personal.
La imagen que podría venir a la mente cuando se piensa en algo como esto es la de una persona encerrada en una gran torre, en la cual debe sortear cientos de escollos para sobrevivir, mientras mira por una ventana por la que se ve un parque de diversiones. Pero no, no es así.
Lo de estar encerrados en la torre sí tiene mucho de verdad. Las jornadas exhaustivas de trabajo son una realidad. Sin embargo, lo que está pasando es que cada vez se hace más delgada la línea entre el trabajo y el ocio.
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La misma pantalla que roba nuestra energía durante el día y que nos permite resolver los problemas del trabajo, en la noche nos conecta con un espacio “personal” en el cual, lejos del “yugo laboral”, nos internamos en historias de amor, de acción o de guerra o les robamos la identidad a personajes fantásticos.
O sea, la torre entró en el parque de diversiones y abrió sus puertas para que entremos y salgamos permanentemente de ella sin darnos cuenta, convencidos de que la vida pasa exclusivamente en ese lugar.
Entre tanto, el tiempo se evapora y entonces ¿a qué hora amamos, abrazamos, reímos, dormimos, acariciamos a nuestros hijos, hablamos con nuestros padres y madres sobre cosas triviales? ¿A qué hora disfrutamos un atardecer? ¿En qué momento tomamos un café, lentamente, sin sentir culpa? ¿A qué hora?