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A falta de Kraken, sirenas y tritones

María Isabel Henao, Columnista

María Isabel Henao Vélez

Comunicadora Social y Periodista de la Universidad Javeriana. Especialista en Manejo Integrado del Medio Ambiente de la Universidad de los Andes. Twitter e Instagram: @maisamundoverde

Hubo un tiempo en que el ser humano respetó el mar, o por lo menos lo temía. Un tiempo en que míticas serpientes, pulpos y calamares protagonizaban las historias que los marinos traían a los puertos y encontraban lugar en leyendas y novelas. Un tiempo en que en noches de tempestad en alta mar se temía al kraken o perder el rumbo tras el encantamiento de sirenas. Pero en vez de ganar en respeto hacia el océano conforme aprendíamos más de él, le dimos las espalda. Nuestra especie en sobrepoblación lo volvió alcantarilla y con su “inventiva” logró arrasar y vaciar con redes de arrastre sus enormes maravillas.

Y así de espaldas al mar viven incluso los que habitan sus orillas. La displicencia para con lo que le garantiza la vida a la raza humana no tiene comparación. ¿O quizá es que nos falta conocer y comprender un poco más? ¿Por qué está tan lejos de nuestro alcance hacer la correlación y tomar responsabilidad frente a las acciones que contaminan nuestro entorno y nos enferman? ¿Esperamos a estar boqueando por la borda para abrir los ojos y hacer algo? Nuestro cinismo alcanza el límite de saber que le echamos veneno a nuestra cama y aún así vamos a dormir con un tapaojos cada noche, porque ojos que no ven corazón que no siente.  

Nos falta conectar con el océano. Y conectar no es tomar un bañito en la orilla, bucear o comer ceviche de camarón. Es tiempo de aprender para sensibilizarnos hacia su cuidado y emprender acciones. Permítame en este corto espacio dejar unos datos sobre los océanos que quizá desconocía:

  • Los bosques submarinos de algas participan con el 50% de la fotosíntesis global y nos permiten inhalar el necesario oxígeno, haciendo nuestra vida posible. Por otro lado, los océanos han capturado el 40% del CO2 que hemos emitido a la atmósfera quemando combustibles fósiles, con las terribles consecuencias de acidificación y calentamiento de sus aguas, que ya le hicieron jaque mate al 50% de los arrecifes de coral; salacunas del océano que permiten a una gran proporción de los peces que consumimos, desovar y alimentarse en sus primeras etapas de vida.
  • El 60% de la fuente de proteína para el ser humano proviene del mar, siendo la base de una actividad económica que genera al menos 2,5 miles de millones de dólares al año y más de 260 millones de empleos. Sin embargo la sobrepesca a la que lo hemos sometido en nuestra hambre de “frutos de mar” ha llevado a la extinción a algunas especies y a la reducción en el tamaño de sus poblaciones a otras. Sumado a esto, las redes fantasma que son las que se pierden o abandonan por daño en las faenas de pesca comercial, quedan como trampas mortales para tortugas, ballenas, delfines y otros animales acuáticos.
  • Muchos productos medicinales provienen del océano, incluyendo principios activos que ayudan a combatir el cáncer, la artritis y el Alzheimer. 

Como el espacio no me alcanza, dejemos hasta ahí. Pero solo esos son tremendos beneficios, ¿verdad? Y a cambio, el ser humano ha contaminado los océanos (envenenándose a sí mismo) con plásticos y microplásticos, vertimientos agroquímicos, petróleo, residuos industriales (entre ellos metales pesados) y domésticos. A eso súmele la maricultura que ha propiciado la floración de algas nocivas y enfermedades, la minería de fondos marinos, el tránsito de embarcaciones que tanto afecta los mamíferos acuáticos, y el desarrollo urbanístico costero que aumenta la contaminación y vertidos, y destruye hábitats claves para la vida y para la protección frente al cambio climático como los manglares.

Entonces, ¿cómo puede darle cariño a ese océano que tanto beneficio le ha dado para que se lo siga ofreciendo? 

Amigo querido, bájele a la comida de mar. Piense que por ejemplo, los camarones son de los animales que más microplásticos acumulan y el atún está lleno de mercurio. Local y variado se come más sano, apoya la economía de su región y se bajan las emisiones de gases efecto invernadero porque el transporte a su mesa es más corto. Si se va a dar el gusto, asegúrese de que el producto provenga de comunidades costeras que realizan pesca artesanal y que no sea una especie en veda. 

No arroje basura a playas o ríos, sin importar qué tan lejos viva, la basura que hoy bote, en algún momento un río la puede llevar al mar. Elimine el consumo de plásticos de un solo uso como bolsas, pitillos, vasos, cubiertos o bebidas embotelladas; hay opciones para reemplazarlos, revise mis anteriores columnas “Desplastifíquese Vol. 1 y Vol. 2”. Garantice que los residuos aprovechables lleguen de su casa o edificio a un “reciclamor”. Si está de paso o vive en una ciudad costera infórmese sobre jornadas de limpieza, seguramente hay una iniciativa a la que puede unirse. Importantísimo: apoye la restauración de manglares, vuélvase un amante de este ecosistema.

Si su plan de turismo trae avistamiento de ballenas o delfines, exija al operador ceñirse al procedimiento y distancias reglamentarias. Amigo buzo: nade suavecito no remueva sedimentos ni pise corales y sepa dónde tiran el ancla de su embarcación. 

Mejor dicho, a falta de kraken, sirenas y tritones, sea usted Guardián de los Océanos. Aún desde el interior del continente, un impacto positivo o negativo sobre la mar océano depende de usted.  

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