Apuéstele a la naturaleza, sin ella no hay prosperidad económica
María Isabel Henao Vélez
Comunicadora Social y Periodista de la Universidad Javeriana. Especialista en Manejo Integrado del Medio Ambiente de la Universidad de los Andes. Twitter e Instagram: @maisamundoverde
Este año hemos atestiguado pérdidas en vidas humanas y animales, en infraestructuras de viviendas y negocios, y en bienes y cultivos por cuenta de incendios voraces e inundaciones por lluvias torrenciales. Turquía, Grecia, Alemania, Bélgica y China (por mencionar algunos países) han sido dolorosos protagonistas. Vivimos en una espiral destructiva: el cambio climático impacta ecosistemas y especies (por ende nuestro capital natural) y se suma a la degradación que ocasionan nuestras prácticas productivas sobre la naturaleza. Degradación que nos deja más indefensos ante el cambio climático, el cual es abonado a su vez por los gases efecto invernadero que emiten muchísimas prácticas productivas.
En 2020, por primera vez en 15 años del Reporte de Riesgos Globales que elabora anualmente El Foro Económico Mundial, los 5 primeros riesgos fueron de carácter ambiental: condiciones meteorológicas extremas, fracaso de las medidas climáticas, pérdida de biodiversidad, desastres naturales y otros desastres ambientales causados por el hombre. El reporte hace evidente que un entorno estable y una salud planetaria son la base de la civilización humana y la prosperidad, y que existen claras interconexiones entre ellos.
Además de los costos inmediatos de la pérdida y daño sobre infraestructuras y bienes de estos eventos, hay que contemplar los costos y tiempo de recuperación de los sitios afectados (por ejemplo, tierras anegadas o desertificadas que quedan inservibles durante años). Y lo que es peor, la actitud de respuesta ante el «evento» y no de prevención, nos inscribe en un club del damnificado que poco bien le hace a las finanzas estatales y privadas.
Los últimos 50 la explosión del comercio y el consumo mundial ha exigido triplicar la extracción de materiales de la naturaleza. Innumerables políticas económicas han venido ofreciendo incentivos para degradar la naturaleza, como las subvenciones directas e indirectas para el uso de combustibles fósiles, así como las relacionadas con la sobrepesca y prácticas agrícolas que degradan los suelos y contaminan.
La huella ecológica de la humanidad, estimada a partir de las estadísticas de la ONU, se ha incrementado en un 173% durante el mismo período de tiempo, y ahora excede en un 56% la capacidad de los ecosistemas del planeta para regenerarse. No hemos comprendido que el crecimiento económico infinito no es posible en un planeta finito y que una cosa es el bienestar y abundancia para todos y otra la acumulación compulsiva de capital y el consumo desaforado que no dan la felicidad y sugieren intentos de paliar carencias internas profundas.
Si bien el crecimiento económico mundial ha impulsado mejoras exponenciales en la salud, el conocimiento y calidad de vida de muchos, ha supuesto un enorme costo para la naturaleza y la estabilidad de los sistemas operativos de la Tierra que nos sostienen. Y estas mejoras no han sido equitativas, en los países en desarrollo y menos adelantados, millones viven en barrios marginales sin recursos ni acceso a los servicios públicos. Los índices de pobreza contrastan paradójicamente con las cifras del PIB (producto interno bruto) de muchos países. Aunque el auge del comercio ha permitido a los países de ingresos más altos aumentar su consumo, gran parte se ha debido a las contribuciones de la naturaleza importadas de los países de ingresos más bajos, que suelen cederlas por poco crecimiento económico.
Datos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente muestran que, por persona, nuestra reserva mundial de capital natural ha disminuido casi un 40% desde principios de los años 90, mientras que el capital producido se ha duplicado y el capital humano ha aumentado un 13%. Pero como lo menciona el Informe Planeta Vivo 2021 de WWF, muy pocos de nuestros responsables de la toma de decisiones económicas y financieras saben cómo interpretarlo o, peor aún, deciden ignorarlo. Hay un desajuste entre la «gramática económica» artificial que impulsa la política pública y privada y la «sintaxis de la naturaleza» que determina el funcionamiento del mundo real.
El mensaje es claro: la protección y mejora del ambiente deben estar en el centro de cómo lograr la prosperidad económica. Si no le apostamos a revertir y evitar la pérdida de naturaleza, no habrá ni prosperidad ni futuro, y el cambio climático tendrá cada vez un mejor escenario para hacer de las suyas. Manos a la obra: investiguemos, aprendamos y ejecutemos nuevas maneras de cuidar la naturaleza desde la casa, la empresa y la comunidad. Fuente: https://livingplanet.panda.org/es-es/