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Cambia, todo cambia

Victoria E. González M., Columnista, Más Colombia

Victoria E. González M.

Comunicadora social y periodista de la Universidad Externado de Colombia y PhD en Ciencias Sociales del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) de la ciudad de Buenos Aires. Decana de la Facultad de Comunicación Social – Periodismo.

Todos aquellos(as) que fuimos la primera generación de profesionales en nuestras familias crecimos con la idea fija de que estudiar era la única oportunidad que teníamos para lograr una vida mejor que la que tuvimos en nuestra infancia y adolescencia. Muchos de nosotros heredamos principios y valores, pero ninguna propiedad, negocio o patrimonio familiar que nos garantizara una vida futura sin afugias económicas.

Lo paradójico del asunto era que nuestros padres y madres hicieron descomunales esfuerzos para darnos educación porque soñaban que nos convirtiéramos en millonarios gracias a los conocimientos adquiridos en la Universidad. Pero el tiempo demostró que, si bien la mayoría no pudimos lograr el sueño de nuestros padres, estudiar sí nos permitió tener una vida digna, trabajar en asuntos de nuestro interés, desarrollar un buen proyecto de vida y educar a nuestros hijos.

Cambia, todo cambia, como diría la gran Mercedes Sosa. Los años pasan y las nuevas generaciones tienen otras expectativas. Algunos de los más jóvenes tienen padres y madres e incluso abuelos y abuelas universitarios. Sin embargo, su sueño ya no son las aulas, ni los libros, ni un empleo fijo, ni comprar una casa, ni criar hijos tal como vieron en sus hogares.

La volatilidad de la vida, la incertidumbre, la pandemia y el miedo reinan, por eso los sueños empiezan a caminar hacia lugares muy diferentes: tener una formación veloz, gracias a la certificación en un curso corto que garantice un conocimiento especifico; lograr el estrellato rápido, gracias a la consecución de muchos seguidores en las redes sociales; viajar gratis por todo el mundo narrando experiencias exóticas patrocinado por hoteles y lugares de ensueño, en fin… expectativas de vida que nunca se hubieran pasado por la mente de mi generación.

Por ello, y por una cada vez más baja tasa de natalidad, las universidades a las que pertenecimos y a las que acudimos día tras día durante cinco años para obtener un título; las mismas de las que recibimos un diploma que colgamos con orgullo en las casas de nuestros padres, se desocupan cada vez más.

En un afán de seguir atrayendo público muchas prometen menos teoría, más práctica, más diversión y menos rigor, pero no es suficiente, los sueños siguen pasando de largo por allí, ya no tienen asiento en las aulas. Porque estudiar “no me llena”, “no me reta”, “es una inversión a muy largo plazo que no estoy dispuesto a hacer”, “porque la vida es muy corta para perderla estudiando”.

Ante un panorama tan crítico hay muchas reflexiones para hacer. Desde la academia, desde los padres y madres, desde los cambios del mundo y de las necesidades. Entre tanto solo queda pensar que quizá los grandes sueños se fueron y tal vez seguirán siendo nada más que eso, simples sueños.

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