De Rafael Uribe a Miguel Uribe Turbay
Santiago Quintero Pfeifer
Politólogo de la Universidad de los Andes, creador de contenido.
La historia democrática de Colombia, desde su fundación misma, ha estado marcada por un factor tan desafortunado como constante: la violencia política. Desde el magnicidio de Rafael Uribe Uribe, no ha habido generación alguna que no haya presenciado la noticia de que un candidato presidencial ha sido silenciado por las armas.
El legado nefasto de la intolerancia política ha callado muchas voces en este siglo y medio. Desde que Rafael Uribe Uribe cayó en la Plaza de Bolívar a manos de dos hombres embriagados con chicha; pasando por aquella tarde en que Jorge Eliécer Gaitán fue martirizado en la intersección de la carrera Séptima con la avenida Jiménez; la terrible noche en la que Luis Carlos Galán Sarmiento pronunció su último discurso en la plaza de Soacha; el vuelo que Bernardo Jaramillo Ossa nunca pudo abordar en el aeropuerto de Bogotá por culpa de las balas que apagaron su voz; y el angustioso día en que el profesor Álvaro Gómez Hurtado fue asesinado a las afueras de la Universidad Sergio Arboleda.
Hasta llegar a los lamentables hechos que esta generación ha presenciado: por primera vez en este siglo, un candidato presidencial —Miguel Uribe Turbay— es asesinado tras un cruento atentado en la localidad de Fontibón. Un episodio sin precedentes para una nueva generación, que Daniel Samper Ospina resumió de manera trágica al afirmar que: “Estamos en un país cuya violencia deja huérfanos que, a su vez, dejan huérfanos”.
Como generación tenemos un reto definitivo y disruptivo: evitar las violencias y las palabras que las alimentan; recordar, incluso en la diferencia, a quienes representaron para algún sector de la ciudadanía un ápice de esperanza en este país azotado por el fenómeno trágico, triste y repetitivo de los magnicidios que va de Rafael Uribe… hasta Miguel Uribe.
PS/ en memoria de Miguel Uribe Turbay (1986-2025).
