¿El té matcha es una moda pasajera que pone en riesgo la tradición? Lo que nadie dice sobre el consumo del oro verde
La creciente demanda del té matcha está generando un escenario inesperado en su país de origen y en los países donde se consume. ¿Qué factores están detrás de esta situación? Lea más.
El té matcha ha pasado en pocos años de ser un producto tradicional japonés a convertirse en un fenómeno mundial. Su presencia en redes sociales, cafeterías y supermercados ha impulsado un consumo masivo que supera la capacidad de producción en Japón, país de origen de este polvo verde elaborado a partir de hojas de té cultivadas a la sombra.
No obstante, la creciente popularidad de este té japonés enfrenta un problema evidente: la oferta no está alcanzando a la demanda, lo que ha generado escasez, aumento de precios y preocupación en el sector.

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El consumo de té matcha: una demanda que no se detiene
Plataformas como TikTok han convertido el té matcha en tendencia global. Millones de videos muestran su preparación en bebidas y recetas, especialmente entre públicos jóvenes.
Al mismo tiempo, la popularidad del turismo en Japón después de la pandemia ha incrementado el interés por el consumo de productos locales, en particular este tradicional té japonés, símbolo de ceremonias ancestrales que hoy está en el centro de una presión internacional inédita.
Las exportaciones de té verde, incluido el matcha, crecieron un 25% en 2024, pero esa expansión no ha sido suficiente para responder a un mercado que consume a un ritmo acelerado, afirma Rie Takeda, experta en té japonés y trabajadora de una cadena de ceremonias del té con sede en Tokio.
Un cultivo a la sombra, manual y lento
Esta moda global está tensionando un sistema de cultivo que depende de procesos artesanales y climáticamente sensibles.
El té matcha no puede producirse de manera acelerada sin perder su autenticidad. La elaboración de este producto requiere semanas de cultivo bajo sombra, recolección manual y molienda lenta en molinos de piedra que apenas generan 40 gramos por hora. Esto implica que la oferta mundial está limitada por un proceso que no admite industrialización masiva sin afectar su esencia.
Al mismo tiempo, las olas de calor recientes en regiones como Kioto han reducido drásticamente la producción de tencha, la hoja base del matcha, y Japón enfrenta una falta de agricultores jóvenes, lo que agrava la dificultad para responder a esta demanda sin comprometer su calidad.

El té matcha es cada vez más costoso
Las restricciones en la producción ya se reflejan en el mercado. En tiendas especializadas de Uji, ciudad reconocida por su matcha, se han impuesto límites de compra de una lata por persona.
Incluso, cadenas de ceremonias de té en Tokio han aumentado sus precios cerca de un 30% este año debido a la escasez. Esta situación muestra cómo un producto culturalmente significativo se ha transformado en un recurso cada vez más difícil de sostener.
Además de los problemas climáticos, las decisiones económicas también están influyendo en la disponibilidad del té matcha por fuera de Japón. Los nuevos aranceles de Estados Unidos sobre productos japoneses han encarecido su importación, lo que se traduce en precios más altos para consumidores fuera de Japón.
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¡No está de más hacer un llamado al consumo responsable!
La situación ha generado un debate en torno al uso adecuado del té. La Asociación Global del Té Japonés sugiere diferenciar entre matcha ceremonial, de alta calidad y destinado al consumo puro, y matcha de cosechas tardías, más apropiado para mezclas y repostería.
Esta medida busca evitar que el producto más delicado se diluya en preparaciones que no requieren su complejidad, además de reducir la presión sobre los cultivos.
- Los límites de compra en Japón reflejan la necesidad de proteger el suministro local.
- La falta de relevo generacional en el campo pone en riesgo la continuidad del cultivo.
- Las olas de calor afectan directamente las cosechas y reducen la disponibilidad.

Un punto de inflexión para el té matcha
Ahora bien, la escasez actual del té matcha no solo es consecuencia de una moda, sino también una señal de alerta sobre cómo el consumo masivo puede tensionar productos tradicionales y frágiles ante el cambio climático.
Si bien su demanda sigue creciendo, el reto está en equilibrar su valor cultural con un consumo más consciente que evite comprometer su sostenibilidad.