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Manglares colombianos contribuyen a la reducción global de emisiones de CO2

En exclusiva para Más Colombia, Laura Jaramillo, directora de Gestión Integral y Gobernanza del programa de Océanos de Conservación Internacional (Colombia), habló sobre el trabajo de más de 15 años en el país y los logros alcanzados en 2021.
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Laura Jaramillo Segura es abogada y directora de Gestión Integral y Gobernanza del programa de Océanos de Conservación Internacional – Colombia. 

¿Qué hace Conservación Internacional y en qué consiste el programa Océanos?

Conservación Internacional trabaja por la conservación de los beneficios que la naturaleza brinda a la humanidad. Desde nuestros inicios, hemos ayudado a proteger más de 6 millones de kilómetros cuadrados (2.3 millones de millas cuadradas) de tierra y mar en más de 70 países. Actualmente, estamos en 23  países y contamos con 2.000 socios en todo el mundo. Nuestro alcance es verdaderamente global. En Colombia llevamos más de 30 años trabajando y hoy lo hacemos a través de diversos programas. Está el programa de Amazonía, el de Agua y ciudades, Océanos, Cambio Climático y servicios ecosistémicos.

El programa de Océanos, tiene que ver con el aprovechamiento y manejo integral de los recursos naturales del territorio marino costero, tanto en el Pacífico como en el Caribe, y nuestro trabajo es en asocio con las comunidades locales y con diversas organizaciones nacionales. En el Pacífico con las del Valle del Cauca, Cauca y Chocó Norte, y en el Caribe con las poblaciones de la  Guajira), las del Magdalena, Atlántico, Córdoba, Sucre y las de San Andrés. 

Este programa tiene 15 años. Comenzó en el Pacífico y recientemente amplió sus acciones al Caribe. 

Cuando usted menciona que CI trabaja en asocio con las comunidades, ¿a qué se refiere exactamente?

Nosotros no abordamos ningún programa que no sea implementado por las organizaciones locales y de base. Una de las metodologías que usamos se llama Acuerdos de Conservación, un modelo que consiste en que las comunidades locales se comprometen a realizar sus labores de explotación de recursos naturales de forma amigable con el medio ambiente y nosotros nos comprometemos a los ingresos económicos que ellos “pierden” al transformar sus prácticas en acciones sostenibles. Porque, por lo general, un cambio de este estilo implica un cambio en la cantidad de producto extraído y, por lo tanto, de sus ingresos. 

En el caso del Acuerdo de Conservación de la Piangua en Iscuandé Nariño, por ejemplo, nosotros costeamos lo que ellos pierden anualmente al no sacar conchas de un tamaño menor al permitido, y se les entregan reconocimientos individuales y reconocimientos colectivos. Con este modelo nos ha ido muy bien porque poco a poco han ido interiorizando el valor de conservar dichos recursos a largo plazo.

¿Cómo se financian?

Conservación Internacional presenta proyectos en convocatorias nacionales e internacionales. Así hemos conseguido una mezcla de donantes en Noruega, Suecia y Estados Unidos, entre otros. También hemos contado con recursos del sector público en Colombia, como el Ministerio de Ambiente y el Fondo Colombia en Paz, creado en el marco del Acuerdo de Paz de 2016. 

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¿Qué proyectos están en curso en el Caribe?

Uno de los más importantes es un proyecto liderado por el Ministerio de Medio Ambiente que se llama Vida Manglar, con el cual certificamoss, el año pasado (2021), el primer programa de créditos de carbono azul, bajo el estándar de VERRA, en el mundo. 

El carbono azul, para quienes no saben, es el carbono capturado o “secuestrado” por organismos costeros y marinos como las praderas de pastos marinos, los manglares, los y marismas. Se le pone el adjetivo de “azul” para diferenciarlo del carbono capturado por bosques u organismos terrestres.

La historia con este proyecto comienza hace 30 años con las comunidades del Golfo de Morrosquillo del caribe colombiano —en los departamentos de Sucre y Córdoba—, que comenzaron a trabajar en la recuperación y la conservación del bosque del manglar. 

Poco a poco, fueron recibiendo el apoyo de organizaciones y entidades como de  la Corporación Autónoma Regional de los Valles del Sinú y del San Jorge (CVS) , la Corporación Autónoma Regional de Sucre (Carsucre), el Invemar y Fundación Omacha, entre otras. 

Todas estas organizaciones les ayudaron a fortalecer sus capacidades, sabiendo que son estas las que garantizan el cuidado efectivo de los ecosistemas. En este panorama llegamos nosotros, hace algunos años , y nos unimos a esos esfuerzos al ver una gran oportunidad para desarrollar un programa de créditos de carbono azul.

¿En qué consiste ese programa?

Si bien el bosque terrestre cumple una función importante de secuestro de CO2, el bosque de manglar captura 5 veces más dióxido de carbono dado que el sedimento fangoso, sobre el cual se asientan estos bosques marino-costeros, atrapa mucho más carbono. Entonces, desde Conservación Internacional decidimos emprender el proceso de certificación internacional VCS (Verified Carbon Standard) y CCB (Clima ,Comunidad y biodiversidad) en donde tuvimos certificación Oro emitido por VERRA, una organización sin ánimo de lucro muy seria que está compuesta por un equipo de expertos internacionales del Grupo Climático, la Asociación Internacional de Comercio de Emisiones (IETA por sus siglas en inglés), el Foro Económico Mundial y el Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible (WBCSD por sus siglas en inglés), entre otros. 

Pasado un tiempo, obtuvimos la certificación de 70 mil toneladas de carbono azul, que efectivamente habían sido secuestradas por el manglar en esta región del país entre el 2015 y el 2018. Esto nos daba luz verde para vender créditos en el mercado internacional de carbono. 

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¿Cómo funciona este mercado?

Básicamente consiste en que industrias y países emisores de CO2 pueden comprar créditos de carbono para “neutralizar” sus emisiones en el planeta. En palabras más sencillas. Yo soy una empresa grande y con mi actividad industrial genero emisiones de carbono, pero, como empresa, tengo la obligación de compensar y generar carbono neutralidad. Entonces puedo, o bien reducir mis propias emisiones, o apoyar procesos de conservación y ecosistémicos que ayuden a reducir las emisiones de carbono a nivel global.  

En este punto cobra importancia un programa como Vida Manglar, que logra certificar que se dejaron de emitir 70 mil toneladas de carbono a la atmósfera gracias a su trabajo de conservación del manglar, lo cual le da derecho a vender 70 mil créditos de carbono azul en el mercado internacional. Entonces, Vida Manglar va a este mercado y vende esos créditos, y muchas empresas que necesitan neutralizar sus emisiones de carbono, los compran. El dinero que se obtiene luego es reinvertido en el programa. Vida Manglar es un Programa a  30 años y esperamos poder reducir un poco menos de 1 millón de toneladas de Carbono en ese tiempo.

¿Por qué es el primer programa de carbono azul en el mundo? 

No es el primero de carbono azul, pero sí es el primero validado bajo el estándar de humedales costeros de VERRA. Conservación Internacional vio que el estándar de Verra (VCS) estaba próximo a salir y se adelantó al resto de países. Dijimos: “—hagamos una metodología para que cumpla con los estándares de Verra y, tan pronto salga, presentamos el proyecto”. Y así fue. Hemos vendido créditos a empresas extranjeras muy grandes, unas estadounidenses y otras europeas, de sectores como los de entretenimiento y joyería, entre otros. 

Además, los créditos se han vendido a 20 dólares la tonelada, cuando a nivel nacional se venden a 5 dólares. Esto quiere decir que vendemos a 4 veces el valor en el mercado internacional, lo cual ha sido posible por el hecho de estar certificados bajo los dos estándares caracterizados por su alta calidad.

¿Quien administra estos recursos y qué porcentaje de esto se queda en el territorio?

Tenemos el respaldo institucional del Ministerio de Medio Ambiente. Los recursos son administrados por el Fondo Acción, un fondo privado, para que año a año se garanticen los recursos, y podamos seguir implementando las acciones de conservación con las comunidades. Con respecto a qué porcentaje de los recursos se quedan en las comunidades, el acuerdo firmado exige que mínimo el 80% tiene que ser reinvertido en el territorio. 

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¿En qué parte del Golfo de Morrosquillo se está llevando a cabo este proyecto de conservación y certificación?

El proyecto empezó en los manglares de la bahía de Cispatá (en el departamento de Córdoba), un área protegida regional. Ahora se está ampliando a los manglares de la Caimanera y Guacamayas, en el departamento de Sucre, que también son áreas protegidas regionales. 

¿Cómo evaluan ustedes el trabajo del Ministerio de Medio Ambiente en este tipo de proyectos? 

A nosotros nos ha ido muy bien con el Ministerio de Medio Ambiente. En el 2018, la entidad actualizó toda la normativa referente al Manejo Integral del Manglar e incluyó conceptos muy interesantes como decir que el manglar es un “socio-ecosistema”. Está actualizando el Programa Nacional de Manglares, incluyendo soluciones de co-manejo, y lo hace muy bien como órgano rector de la política. 

¿Qué hace falta? Fortalecer las corporaciones de base, para que puedan implementar todo lo que se pide en esta nueva Política. Porque se crea una normativa increíble, pero las corporaciones la miran y dicen “—venga, pero yo no tengo la plata, ni el personal, ni tengo lancha, ¿cómo hago?”—. Entonces, ahí es donde organizaciones como nosotros entramos. 

Es una normativa complicada, porque el manejo del manglar requiere de recursos técnicos, humanos y financieros para poderse implementar. Entonces, hace falta mayor cercanía y trabajo de acompañamiento y recursos para que más corporaciones puedan unirse al trabajo de recuperación, conservación de los manglares y de su respectiva certificación de captura de carbono. 

¿Cuáles son los mayores desafíos de este proceso?

Hay muchos desafíos. El principal es que el manglar es la fuente de vida de las personas. Uno tiene que entender que, para trabajar con las comunidades, uno no puede aterrizar y decirles “—no pesquen, no hagan, y dejen de comer esto o lo otro para no dañar el medio ambiente”. No, lo hay que hacer es trabajar con ellos e implementar procesos de formación, en los que efectivamente se mejoren sus condiciones de vida y se genere apropiación. Crear esa metodología no fue fácil, pero tenemos unos índices de evaluación socioeconómica que nos dice que si lo estamos haciendo bien.

Otro reto es que hay celos institucionales entre las mismas organizaciones de base. A veces se da porque unas tienen más antigüedad que otras,  y eso no es tan difícil de lidiar,. Ese es un reto grande, poder trabajar con todas. Pero lo más importante es que a veces se desconocen los procesos internos que ellos tienen entre ellos y ese conocimiento es importante para no meter la pata. 

El otro reto es el acceso al manglar. Esto es difícil por el contexto de conflicto permanente en estas zonas. Estamos hablando de poblaciones muy vulnerables y vemos que, mientras conservamos, hay todo tipo de actores. Si a uno le llegan con motosierra, conservar es difícil o imposible. Entonces, necesitamos que el conflicto sea reconocido como un tensor de la biodiversidad y que ese tensor también tenga estrategias para abordarlo, y ver cómo hacemos. Las comunidades son unas defensoras tremendas del medio ambiente y, a veces,  ponen hasta su propia su vida para defenderlo.

¿Cómo puede uno, desde el interior del país, contribuir a la recuperación del manglar?

La desconexión entre las capitales y el mar, las capitales y el manglar, y las capitales y la pesca es muy grande. Nosotros tratamos de cerrar una brecha todo el tiempo para que la gente que ve el manglar como algo oloroso y lleno de mosquitos entienda su importancia y valor. Lo que creo que las personas desde las ciudades podemos hacer, además de ir hasta allá y relacionarse con las comunidades locales y donar directamente, es generar hábitos de consumo responsable en sus casas. El pitillo por favor no lo pidan, no lo consuman, los cubiertos desechables tampoco. Yo me la paso visitando manglares y viendo tenedores, bolsas plásticas, pitillos… ¡Por favor! Empecemos con acciones pequeñas, nadie se tiene que ir a vivir a la costa, pero sí puede reducir y modificar su consumo y el de sus hijos. 

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