“Para afrontar el hambre, debemos proteger al campesinado”: director del Observatorio Hambre Cero del Externado
Recientemente la FAO publicó un informe que ubicaba a Colombia como uno de los 20 países en riesgo de caer en hambre aguda. Uno de los reparos del Gobierno al reporte es que el país no está en riesgo de desabastecimiento de alimentos. ¿Cómo está el país en materia de seguridad alimentaria?
La producción interna y las importaciones de alimentos conforman la oferta bruta alimentaria. Sin embargo, para saber la disponibilidad neta de alimentos del país hay que restar las exportaciones y la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos (PDA) a la oferta bruta alimentaria. El resultado debe suplir las necesidades nutricionales de los residentes de manera eficiente y oportuna. Solo así es posible hablar de seguridad alimentaria.
Actualmente la seguridad alimentaria en Colombia se encuentra en estado crítico. En cuanto a la oferta alimentaria, la decisión del Gobierno de reducir los aranceles de las importaciones de alimentos es uno de los factores que más ha profundizado la crisis. Frente a la reducción de los precios de los alimentos importados, por la disminución de los aranceles, los campesinos colombianos quedaron en una situación de desventaja. Sus cosechas, si no se pierden, tienen que ser vendidas a precios irrisorios para que logren competir con los alimentos de afuera.
En cuanto a la disponibilidad neta de alimentos en el país, no parece existir voluntad gubernamental para cambiar la situación de la PDA. La Ley 1990 de 2019, por medio de la cual se crea la política para prevenir la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, había ordenado, en primer lugar, expedir una política contra la PDA antes del 2 de febrero de 2020 y, en segundo lugar, adoptar un Sistema de Medición y Control de la PDA, cuyos resultados fueran dados a conocer por el DANE y la Comisión Intersectorial de Seguridad Alimentaria y Nutricional (CISAN). Nada de eso se ha hecho.
Adicionalmente, hay otros fenómenos agravan la situación:
- La crisis logística mundial y el encarecimiento del dólar.
- El Incremento de los precios de los insumos y de los alimentos finales.
- Las anomalías del clima por el exceso de la pluviosidad en ciertas zonas o por las sequías.
- La concentración de la propiedad rural y la distribución desigual del ingreso.
- La desigualdad en la distribución de la tierra fértil.
- El atraso tecnológico.
- La excesiva dependencia de fertilizantes, herbicidas y plaguicidas importados.
- La ausencia de vías terciarias que permitan la llegada de los agroalimentos a los centros de consumo.

Más allá de la discusión sobre el reporte de la FAO, el último reporte del DANE sobre seguridad alimentaria indica que en Colombia casi el 30% de los hogares no come las tres comidas diarias. ¿Cuál es su lectura de estas cifras?
Lo primero que tengo que decir es que el hambre y la malnutrición no se pueden medir por el número de comidas diarias. A inicios de este año se repitió hasta el cansancio un comercial de Asoleche, con respaldo del Gobierno, que decía: los expertos recomiendan comer cinco veces al día, como ocurre con la dieta mediterránea. Si esto fuera así, seguramente las cifras de hambre en Colombia serían mucho más elevadas de lo que son.
Se han buscado otras alternativas de medición, como la ingesta de calorías, pero el problema sigue presente: ¿una persona que consume menos de 1.700 calorías al día está en situación de hambre? ¿Una persona que consume entre 1.700 y 2.300 calorías no está en situación de hambre? No, nada de eso. Sobre todo porque estas mediciones no tienen en cuenta el tipo de alimentos que se consumen. Así, alguien que consume al almuerzo un paquete y una bebida azucarada no entraría en las mediciones de hambre y malnutrición.
Entonces, ¿qué debe tenerse en cuenta?
Lo que creo es que el DANE debe esforzarse para que la base de sus estadísticas, en este tema, sea el balance nutricional de macronutrientes (carbohidratos, proteínas y grasas) y micronutrientes (zinc, hierro, vitamina A y calcio). Este esquema ya está funcionando en el Programa de Alimentación Escolar (PAE), y también cuenta con el respaldo de médicos y nutricionistas. Por ejemplo, el médico funcional Carlos Jaramillo ha encontrado que gran parte de los síndromes metabólicos que sufren los colombianos y del incremento de los ciudadanos medicados con fármacos se deben a los desbalances nutricionales entre estos tipos de nutrientes.
¿Qué efecto se espera que tengan el aumento de la inflación y los mayores precios de los alimentos en la seguridad alimentaria del país?
El porcentaje de hogares bajo la línea de indigencia inevitablemente va a aumentar. Pero hay un efecto mayor, si analizamos este fenómeno a la luz del desbalance nutricional que ya mencioné. Al aumentar los precios de los alimentos, por el encarecimiento del dólar, el incremento del precio de los insumos, los factores climáticos y demás, el consumo de “pseudoalimentos” seguramente aumentará. Estos pseudoalimentos no son alimentos, sino preparaciones industriales comestibles que resultan nocivas para la salud, aportan calorías vacías y usualmente son más baratas.
La gente ya no va a alimentarse adecuadamente, sino que va a consumir lo que encuentra más barato en el mercado: paquetes, alimentos ultraprocesados y bollería industrial, entre otros. El resultado seguramente va a ser el aumento de enfermedades. ¿Y quiénes se lucran con esto? Aquí quiero ser enfático y seguir a Carlos Jaramillo. Lo que está detrás de todo esto es una especie de “Ley de Say” o “ley de mercado”: toda oferta pseudoalimentaria genera su propia demanda farmacéutica y hospitalaria.
La FAO podrá retractarse de incluir a Colombia en el mapa de países en riesgo de inseguridad alimentaria aguda y el informe podrá controvertirse por todo lo que quieran, pero la inflación de los precios de los alimentos es real, todos la conocemos, y sus consecuencias serán más graves con el paso del tiempo.
¿Qué se ha hecho en el país con respecto a la oferta “pseudoalimentaria”?
Ahora mismo estamos enfrentando un reto enorme en este aspecto. La Red PaPaz ha liderado la expedición de la ley sobre el etiquetado, que resultó con algunas mutilaciones y nada que se pone en práctica. Siguiendo otras experiencias, como la de los cigarrillos en Norteamérica y los alimentos ultraprocesados en Chile, los “paquetes” y bebidas azucaradas deberán llevar un hexágono negro con advertencias, como “exceso de azúcares”, “exceso de sodio”, “exceso de grasas saturadas” y “contiene edulcorantes”. Después de este paso, viene otro más difícil: acabar con el conocimiento alimentario asimétrico.
Hablemos ahora en términos más generales. ¿Cuál es la situación de hambre a escala mundial?
Según las cifras de las últimas cumbres mundiales alimentarias, cerca de 800 millones de personas padecen hambre y más de 2.000 millones sufren de obesidad. Sin embargo, estas cifras se basan en las definiciones operativas del hambre, las mismas que he criticado arriba. Con esto, no digo que haya que satanizar dichas cifras ni a la misma FAO, sino que hay que pensar mejor el modelo.
Quiero llamar la atención aquí sobre un asunto de las políticas alimentarias de Europa. El nuevo ministro de Agricultura en Alemania, Cem Özdemir, ha anunciado un combate frontal a la “comida barata”, pues sus “precios basura” arruinan a los productores de agroalimentos, ocasionan contaminación y enferman.
Hemos advertido que la política alimentaria para afrontar el hambre se encuentra estrechamente relacionada con la protección al campesinado productor de agroalimentos. Esto, que ya entró en el debate de la Unión Europea, lo hemos venido reclamando desde hace décadas en Colombia.
Ya que usted trajo el país a colación, ¿cómo se encuentra Colombia en términos de hambre?
Desde la Asociación de Bancos de Alimentos de Colombia (ABACO), se emiten estadísticas de mayor magnitud que las del informe de la FAO. Según estas, alrededor de 16 millones de residentes en el país no pasan de las dos comidas al día. Si asumimos que esto se debe al ayuno forzado, Colombia no estaría en riesgo de hambruna, sino que ya la estamos enfrentando.
¿En qué zonas o regiones del país es más crítica la situación?
La situación en Chocó acostumbraba a ser la más crítica, pero ahora lo que ocurre en Norte de Santander ha alcanzado escalas que reclaman con urgencia la atención humanitaria.
En materia de seguridad alimentaria, ¿cómo les va a las zonas rurales en comparación con las urbanas?
En términos relativos lo que ocurre con la hambruna en las zonas rurales es tres veces más agobiante que en las cabeceras municipales. Sin embargo, cuando vemos a una escala más baja la situación, hay una “Colombia profunda” habitando en las zonas marginadas y segregadas de nuestras metrópolis, cuyas privaciones alimentarias son de proporciones muy cercanas a las de las zonas rurales más empobrecidas.
Usted ha reiterado la importancia de abordar un problema que suele pasar desapercibido: la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos (PDA). ¿Podría contarnos en qué consiste y si hay alguna diferencia entre la pérdida de alimentos y su desperdicio?
Sí, existe una diferencia entre la pérdida y el desperdicio de alimentos. Hablamos de pérdida de alimentos cuando esta ocurre en las etapas de producción, postcosecha y procesamiento de alimentos. En cambio, hablamos de desperdicio cuando este ocurre en las etapas de comercialización y consumo.
La pérdida de alimentos se debe a los precios bajos, a la degradación de la tierra por sobreexplotación, al exceso de químicos en el suelo, a la desertificación del paisaje y al papel de algunos intermediarios cuya regla es comprar barato la producción al campesino y situarla a precios lucrativos para ellos en las centrales de abasto.
En cambio, el desperdicio se explica por exigencias casi irracionales de los distribuidores. Por ejemplo, pedirles a los productores que los alimentos cumplan con estándares estéticos de forma, color y tamaño, entre otras. También ocurre por ciertas prácticas abusivas, como que los productores asuman los costos de las devoluciones de lo que no logran vender. En Francia ya se han tomado medidas para evitar estos abusos.
En cuanto al consumo, estamos en mora de educarnos para apreciar el alimento auténtico, controlar la insaciabilidad y comer bien para llevar una vida saludable.
¿Cuántos alimentos se pierden y se desperdician al año en el mundo y en Colombia?
El último informe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente estimó en 931 millones de toneladas el desperdicio mundial. El 61,2% de estas toneladas perdidas ocurre en los hogares.
En cuanto a Colombia, el Departamento Nacional de Planeación (DNP) estimó para 2021 una PDA de 9,7 millones de toneladas, lo que representa el 34% de la oferta total de alimentos.
De los 9,7 millones de toneladas de PDA, el 64% corresponde a la pérdida de alimentos y, en este sentido, ocurre en las etapas de producción, postcosecha, almacenamiento y procesamiento industrial. El 36% restante corresponde al desperdicio de alimentos y, como tal, ocurre en los eslabones de distribución y consumo.
Ahora bien, no sabemos muy bien las metodologías usadas para sacar estas cifras. Mientras el DNP calculó que, en 2021, las pérdidas agroalimentarias en el eslabón de producción y cosecha fueron de 3,95 millones de toneladas, el Observatorio Hambre Cero de la Facultad de Economía de la Universidad Externado de Colombia estimó que fueron 4,80 millones de toneladas, con base en los resultados del Censo Nacional Agropecuario.
Cada metodología tiene sus ventajas y desventajas. En nuestro caso —el del Observatorio Hambre Cero de la Universidad Externado—, la principal ventaja es la identificación de los sistemas agroalimentarios regionales más frágiles; aquellos en los que ocurre una pérdida de masa alimentaria significativa. Nosotros encontramos, por ejemplo, que a la región Caribe le va muy mal.
¿Podría darnos algunas estimaciones de lo que ocurre en la región Caribe? ¿Por qué la pérdida de masa alimentaria es tan grande en esta región?
Con base en los resultados del Censo Rural de 2014, estimé las pérdidas en arroz, maíz, papa, banano y algunas legumbres y hortalizas. Bienes agroalimentarios como el maíz amarillo son un componente crucial de la dieta de los hogares pobres. A través de procedimientos como la autocorrelación espacial, verifiqué la concentración de las pérdidas en la sabana interior caribeña y buena parte del caribe del litoral, desde el Golfo de Urabá hasta el Cabo de la Vela.
Luego, cotejé estos resultados con las estadísticas de pobreza extrema: en el 2013 La Guajira (28,1%), Córdoba (27,0%) y Magdalena (23,5%) se contaban entre los departamentos con mayor incidencia de la pobreza extrema y, al finalizar el 2017, a escala de ciudades, se encontraban en tal situación Riohacha (15,1%), Valledupar (7,5%) y Santa Marta (7,4%). Esto no es ninguna casualidad.
La erosión, la concentración de la propiedad de la tierra fértil y las anomalías del clima en la zona septentrional fueron los principales determinantes que hallé en ese momento.
En su concepto, ¿qué se debe hacer para reducir la PDA? ¿Existen programas que se orienten en esta dirección?
La política que Colombia necesita con urgencia es la ordenada por la Ley 1990 de 2019. No hay que inventarnos nada diferente.
Conozco algunas iniciativas interesantes de Organizaciones No Gubernamentales (ONG) que buscan reducir el desperdicio. Por ejemplo, hay algunos grupos étnicos que se resisten a la globalización alimentaria. En el Cauca hay increíbles adelantos científicos para producir compost, herbicidas y plaguicidas amigables con el medio ambiente, elaborados con la hoja de coca, que es un insumo abundante. Pero son hechos aislados, muy difíciles de coordinar en ausencia de una auténtica política alimentaria.
El país necesita avanzar en esta dirección. Poner en marcha políticas que mitiguen la PDA podría, en primer lugar, proteger al campesinado —minifundista y pequeño— y, en segundo lugar, generar excedentes suficientes para suplir una porción considerable de las necesidades de macronutrientes y micronutrientes de los miembros de los hogares que se encuentran bajo la línea de indigencia. Con estos dos aspectos, se contribuiría enormemente a la seguridad alimentaria nacional.