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viernes, 17 de enero de 2025
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Cien días de gobierno libertario: el laberinto argentino

Nicolás Goszi, Columnista, Más Colombia

Nicolás Goszi

Escritor, periodista y traductor argentino. Ganó la Primera Mención en el Premio Casa de las Américas 2013 de Literatura Testimonial, con “El honor de la cuadra”.

Perdidos y devaluados en la era del lucro

Así estamos transitando los argentinos, sin organización, a la deriva, esta etapa de la historia donde el designio predominante que conduce a la humanidad –por encima del conocimiento, la verdad, el progreso, la religión, la ética o cualquier otro principio o interés– es la acumulación desmedida de riqueza y la apropiación de recursos ajenos.

Así vamos por la vida y por el mundo, peor que perplejos regalados, y como consecuencia de la decepción y la desesperanza expuestos a la labia de encantadores de serpientes nativos y extranjeros. Y así, claro, no queda otra que bancarnos la pelusa mientras vemos cómo nos quitan de la boca el durazno.


La idea de que en que cualquier período de la evolución económica y social de un país se puede aplicar con éxito cualquier modelo económico tiene menos rigor científico que el pensamiento mágico. O que la creencia en un líder mesiánico, o preclaro, capaz de corregir definitivamente el rumbo de una nación. Lo mismo ocurre con los viejos postulados esotéricos aunque se los disfrace de novedad (una mano invisible, un mercado misterioso, que se regula solo, ¡a sí mismo!).

Es indispensable, desde luego, un electorado atento y una dirigencia política a la altura de las circunstancias. Pero la misión resulta imposible sin el concurso del resto de los actores sociales que determinan el rumbo de una democracia capitalista, y que en nuestro caso son disfuncionales: la dirigencia judicial, la sindical, la mediática y la económica. Sobre todo la dirigencia económica. Que prevalece, por su naturaleza, en el transcurso del tiempo. Y que a partir de la década del ’80 (quizás antes) les ha torcido el brazo o ha cooptado –en algunos ca$o$ $olo por efecto de la mimetización– a los demás poderes.

¿Bronca, desilusión, hartazgo, desesperación? 

Y sí, qué esperaban. Seis años consecutivos de caída del salario real y aumento terrorífico de la inflación (211% anual en 2023), impotencia de los políticos tradicionales para evitar la catástrofe y una clase de privilegiados (políticos, jueces, empresarios prebendarios, sindicalistas, celebridades) que no importa cómo llegaron están a resguardo del horror –la amenaza de la miseria– y de la frustrante carrera de obstáculos en que se convirtió la vida del ciudadano promedio.

Todo esto pescó y usufructuó en campaña (la vio) el presidente actual. Con su estilo estridente y agresivo, disruptivo, desafiante. Y con su bien tensado mediomundo, no solo efectivo por el marketing electoral en redes sociales y porque buena parte de los electores desconoce la historia reciente y muy escasa o casi nula atención presta a la política (Los verdaderos militantes de la justicia social deberán analizar por qué no supieron canalizar esa rebeldía).

Pero ¿cuánto hay de responsabilidad propia en la ingenuidad de un pueblo? ¿Y en la incomprensión de texto de un electorado? ¿Cuántas veces compra un votante el mismo buzón? 


Estos, los anteriores o los próximos: no importa quién nos gobierne, mientras sigamos siendo una sociedad berreta nos va a ir mal. 

Los unos y los otros esperando la carroza

En Argentina, al menos desde 1976, ni los liberales generan crecimiento económico ni los progresistas redistribuyen en serio la riqueza. Los pseudoperonistas tampoco. Ni siquiera Néstor y Cristina Kirchner, pese a sus aciertos, lograron remontar los indicadores sociales a los niveles de 1975, cuando la pobreza rondaba el 8% y la desocupación el 3%. Si miramos la foto completa, excepto la meseta kirchnerista, desde la muerte de Perón (1974) a hoy casi todo fue caída para los trabajadores argentinos y sus familias. No solo del poder adquisitivo, también en términos de salud y educación, ocio, recreación, calidad de vida. 

Está claro que la concentración de la economía en pocas manos no es un fenómeno distintivo de Argentina. Y que las consecuencias de las mutaciones cada vez más perversas del capitalismo, en detrimento de la condición humana, tampoco (In lucri aera homo declinat). Salvo excepciones, los trabajadores de los países centrales también son más pobres que sus padres. Y si hasta comienzos de la década de 1990 un salario les bastaba para mantener el hogar de una familia tipo, a partir de que se consolidó el fundamentalismo de libre mercado —con la debacle de la Unión Soviética— ahora necesitan por lo menos dos. Además, ellos también tienen que lidiar con la tergiversación de valores que conlleva el neoliberalismo (donde se impone el lucro se devalúa el prestigio. Exitoso es solo el que acumula). Pero ni en Europa ni en Japón ni en el Reino Unido, ni siquiera en Estados Unidos, los capitales pueden hacer lo que quieren. Mucho menos si son extranjeros. Allá hay ciertas normas redistributivas que la dirigencia económica se ve obligada a acatar.

Hago lo que tú dices, pero no lo que tú haces

Los liberales argentinos promueven las teorías de los liberales europeos y norteamericanos. Sin embargo, a la hora de la verdad, vemos que los liberales primermundistas protegen su mercado interno y sus recursos naturales; mientras que los nuestros, en cambio, entregan los recursos a precio de soborno y destruyen la producción nacional y el salario.  

Cartelización y sobreprecios en contratos del Estado con empresas privadas (la Patria Contratista), abuso de posición dominante en sectores esenciales de la economía, monopolio, desabastecimiento… Hete aquí algunas de las prácticas habituales de los liberales argentinos (¿o son en realidad conservadores?) que contradicen los principios básicos del liberalismo y de la competencia, si no perfecta, por lo menos efectiva.

No hago lo que dices ni lo que haces

Por su parte, los representantes del campo nacional y popular citan a Perón, Keynes y Gramsci, pero no atinan a darles a los trabajadores una participación digna en lo que aquí se produce y genera. Ni siquiera les garantizan la seguridad alimentaria —por falta de voluntad política, imaginación o las dos cosas— en un país que se cuenta entre los principales productores de alimentos en el mundo. Donde, desde que se planta la semilla o nace el animal hasta que el producto llega a la góndola, existen las condiciones y los recursos necesarios para que una empresa estatal, mixta o privada cree una red de supermercados o ferias que ofrezcan precios accesibles. Sobre todo, si consideramos que las grandes cadenas del sector hace décadas ya barrieron a los almaceneros de barrio.

Abre los ojos

Antes de cumplir los primeros cien días de mandato, la política de shock de Javier Milei produjo 3 millones y medio de pobres (aumentó la pobreza un 13%: de 44% a 57%). Acumuló 70% de inflación y logró una caída de 20% del salario real (casi la mitad de los trabajadores formales son pobres). Las ventas en comercios se desplomaron un 30%. Ya empezaron el cierre de locales, la reducción de actividad en fábricas, las suspensiones, los despidos. Y, por si fuera poco, la cesantía masiva de estatales. Durante el macrismo —la experiencia neoliberal precedente— cerraron casi veinticinco mil empresas y se incrementaron considerablemente la pobreza y la desocupación. ¿Qué país del mundo donde se practica un “capitalismo virtuoso” pulveriza su mercado interno? 


El liberalismo bobo, con uniforme militar o travestido de peronista, encarnado en un señor aburrido y titubeante, en un hijo pródigo de la Patria Contratista o en la rebeldía histriónica de un psycho mediático —no importa qué apariencia adopte—, es una propuesta inviable para una nación que no completó siquiera las fases elementales de su desarrollo productivo. Nos conduce al fracaso. La retórica hueca de un pseudoperonismo errático, también.

Mal de muchos, consuelo de tontos, pero parece que no somos los únicos insatisfechos en la región. Hace aproximadamente un decenio que en varias democracias latinoamericanas los oficialismos vienen perdiendo las presidenciales. Esta incapacidad de reelección de los oficialismos —sean de izquierda o derecha— no necesariamente expresa un despertar de conciencia ciudadana. Pero sí una disconformidad recurrente, a esta altura casi endémica. Relacionada en muchos casos, tal vez, con los estragos sociales que causan las versiones de capitalismo que practicamos en los países periféricos. 

Con independencia de esta especulación, la única forma de transformar la realidad, como demostró Perón, es con hechos políticos. Si vamos a vivir en un régimen capitalista, por izquierda o por derecha tenemos que llegar a ser, como mínimo, una sociedad de consumo.

Al menos hasta que surja mejor alternativa a lo que hoy conocemos como capitalismo.

Fuentes

Chequeado.com, Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República Argentina (INDEC), Observatorio de la Deuda Social Argentina – Universidad Católica Argentina (UCA), Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (Cedlas) de la Universidad de La Plata.