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sábado, 11 de octubre de 2025
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Contaminación sonora supera los límites legales en el 85% de las zonas residenciales de Bogotá

El ruido se ha vuelto parte del paisaje bogotano: la contaminación sonora afecta la salud, el descanso y la convivencia, y refleja desigualdades difíciles en la ciudad.

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Un artículo publicado por la Agencia de Noticias de la UNAL muestra cómo la contaminación sonora se ha convertido en uno de los principales problemas ambientales y sociales de Bogotá.

Más del 85% de las zonas residenciales superan los límites legales de ruido establecidos por el Ministerio de Ambiente, lo que revela que el silencio en la capital dejó de ser un derecho para convertirse en un privilegio reservado a los sectores con mayores ingresos.


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Una ciudad que no calla ni de día ni de noche

El estudio liderado por Andruss Mateo Ávila, especialista en análisis espacial de la Universidad Nacional de Colombia, muestra que apenas el 12% de las viviendas cumplen con la norma de 65 decibeles durante el día. La situación es aún más crítica en la noche: solo el 0,3% de las áreas habitacionales está dentro de los límites legales.

En sectores como Bosa, Kennedy o Ciudad Bolívar, los niveles de contaminación sonora superan los 70 decibeles, valores que la normas solo permite en zonas industriales o de espectáculos nocturnos.

El análisis muestra cómo avenidas principales y zonas de alto tráfico atraviesan barrios residenciales y generan ruido constante, lo que afecta el descanso y el bienestar de miles de familias. Este impacto se agrava por la dificultad de encontrar espacios tranquilos: apenas un tercio de los bogotanos vive a menos de un kilómetro de un sitio silencioso como un parque o una biblioteca.

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Contaminación sonora: refugios que no cumplen su función

Incluso los lugares concebidos como espacios de descanso tampoco escapan a la contaminación sonora. Parques como El Tunal, en el sur de la ciudad, aparecen en los mapas como zonas silenciosas, pero en la práctica están rodeados de vías congestionadas y actividades ruidosas.


Algo similar ocurre con el Parque Entre Nubes, cuyo uso se ve limitado por problemas de acceso e inseguridad, lo que reduce su capacidad como refugio sonoro. Así pues:

  • Menos del 1% de las áreas habitacionales cumple con la norma nocturna.
  • La mayoría de parques urbanos están rodeados de tráfico o comercio informal.
  • Solo un tercio de los ciudadanos tiene acceso cercano a espacios tranquilos.

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Injusticia sonora: ruido y pobreza van de la mano

Para dimensionar el problema, Ávila creó el índice U3, que combina niveles de contaminación sonora, pobreza, densidad poblacional y acceso a espacios silenciosos. Los resultados evidencian que más de la mitad de Bogotá enfrenta un alto impacto sonoro y una cuarta parte se encuentra en situación crítica.

Los mapas del estudio muestran una clara relación entre desigualdad y exposición al ruido: el sur y suroccidente de la ciudad, donde se concentran los mayores índices de pobreza, sufren niveles más altos de contaminación sonora y menor acceso a espacios tranquilos. En cambio, zonas del nororiente como Chapinero alto o Usaquén gozan de ambientes más silenciosos, mejor planificación urbana y controles efectivos.

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Efectos secundarios en la salud y la convivencia

Más allá del malestar cotidiano, la contaminación sonora tiene consecuencias directas sobre la salud física y mental. Exposiciones prolongadas a altos niveles de ruido pueden generar estrés, alteraciones del sueño, pérdida auditiva y problemas cardiovasculares.

Además, el ruido constante deteriora la convivencia, como lo reflejan las estadísticas distritales: las quejas por ruido se ubican entre las principales llamadas al 123, junto con las riñas y los conflictos vecinales.

La mezcla desordenada de usos del suelo, con viviendas cercanas a talleres, bares y zonas de carga, agrava la situación. Mientras los sectores de mayores ingresos pueden aislarse en conjuntos cerrados con control de ruido, en las zonas más vulnerables la exposición es permanente y desgastante.


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