Desarmar la palabra

Victoria E. González M.
Comunicadora social y periodista de la Universidad Externado de Colombia y PhD en Ciencias Sociales del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) de la ciudad de Buenos Aires. Decana de la Facultad de Comunicación Social – Periodismo.
Cuando se analizan los conflictos del mundo entero existe una clara tendencia a considerar su gravedad a partir de las cifras de muertos, heridos, desplazados y acciones bélicas. Pocas veces se piensa en otros elementos que también exacerban esos conflictos y que suelen ser más sutiles y menos perceptibles; hablamos de las palabras. Las herramientas diarias que nos permite comunicarnos, expresarnos, encontrarnos. El legado que nos han dejado nuestros ancestros y ancestras.
El nombre que tenemos es, justamente, la palabra que nos denomina, que nos diferencia, que nos designa. La mayoría de nuestros nombres no fueron elegidos al azar, tienen un significado para nuestros padres y madres. Algunas veces, incluso, ellos los eligen como una especie de mantra con la intención de evocar una cualidad que deberíamos tener por el simple hecho de llamarnos Victoria, Esperanza o Piedad.
Por eso, y por muchas cosas más, la palabra es poder, las palabras buenas, positivas y bien intencionadas, pero también las palabras malas, las negativas, las denigrantes.
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Si nos detuviéramos a reflexionar un poco, solo un poco, acerca de lo que decimos y de las consecuencias de eso que decimos, quizá tendríamos un mundo mucho mejor.
Porque es con las palabras que descalificamos a los seres y a sus acciones; es con las palabras que exaltamos a personas que no merecen ninguna exaltación; es con las palabras que sentenciamos a muerte a los que consideramos nuestros enemigos; es con las palabras que destilamos odio; es con las palabras que determinamos qué es bueno y qué es malo, según nos convenga; es con las palabras que desinformamos, confundimos y dividimos; es con las palabras que injuriamos y calumniamos; es con las palabras que mentimos.
Pero luego de todo eso, o incluso simultáneamente, también es con las palabras que pedimos mesura; que hacemos llamados a la paz; que exaltamos la reconciliación; que llamamos a la solidaridad; que oramos por los necesitados y que proclamamos valores como la libertad, el amor y el respeto.
Si muchos de quienes brindan información o expresan su opiniones gracias a medios de comunicación con audiencias masivas o a redes con muchos o poco seguidores entendieran la magnitud de su poder y las consecuencias de sus discursos, quizá pensarían dos veces antes de decir ciertas cosas.
Si dejara de mirar la paja en el ojo ajeno y dejaran de acusar a otros de prácticas que ellos realizan cotidianamente. Si entendieran su inmensa responsabilidad con un país tan difícil como el que nos ha tocado que no necesita avivar más fuegos ni cultivar más rencores; si tuvieran un poco, solo un poco de conciencia de sus actos seguramente nuestra realidad sería muy distinta.