El Día Mundial de la Infancia no es una celebración — Es una acusación de nuestro fracaso colectivo
Fernando Morales-de la Cruz
Periodista, activista de derechos humanos y empresario social, fundador de Café For Change, Cartoons For Change y Lewis Hine Org.
Cada año, en el Día Mundial de la Infancia, gobiernos, ONG y corporaciones publican mensajes coloridos celebrando “el futuro de la humanidad”. Difunden fotos de niños sonrientes mientras se felicitan por sus supuestos avances. Pero millones de niños en todo el mundo no tienen absolutamente nada que celebrar hoy, porque las mismas instituciones que dicen defenderlos siguen beneficiándose de su explotación.
La verdad es brutalmente simple: casi 400 millones de niños están trabajando en este momento, y más de 140 millones de ellos forman parte de las cadenas de suministro de las corporaciones más ricas de la Tierra.
Cerca de 300 millones de niños no asisten a la escuela. La economía global —especialmente la agricultura, la minería y la manufactura— sigue dependiendo estructuralmente del trabajo infantil. E increíblemente, incluso los gobiernos de los países más ricos se benefician financieramente de esta explotación a través de sus fondos soberanos, fondos de pensiones, impuestos y compras públicas.
El Día Mundial de la Infancia, por lo tanto, no es una celebración. Es un recordatorio de nuestra quiebra moral.
Durante más de una década he documentado cómo países y empresas poderosas han construido su riqueza sobre las espaldas de los niños más pobres. Café, cacao, té, aceite de palma, algodón, azúcar, tabaco, frutas, verduras, cobre, oro, cobalto —industrias que valen billones— dependen de mano de obra infantil mal pagada o no remunerada. Las corporaciones globales dicen a los consumidores que tienen “cadenas de suministro éticas”, pero la evidencia es irrefutable: sus beneficios provienen de una injusticia sistémica.
Las organizaciones internacionales y ONG que deberían defender a los niños suelen subestimar la magnitud del trabajo infantil por decenas de millones. Estas subestimaciones “convenientes” protegen a la industria, no a los niños. Mientras tanto, los gobiernos firman declaraciones de “tolerancia cero” mientras permiten que las empresas sigan pagando salarios miserables a agricultores y trabajadores, garantizando que la pobreza —y con ella el trabajo infantil— sea inevitable.
¿Cómo puede alguien hablar de “celebrar a los niños” cuando uno de los fondos de inversión más rentables del planeta —el Fondo Soberano de Noruega, que ya supera los 2,1 billones de dólares— invierte en cientos de corporaciones que se benefician directa o indirectamente del trabajo infantil y del trabajo forzado? ¿O cuando los miembros del G20, que representan casi el 80% del PIB mundial, hacen prácticamente nada para procesar a las corporaciones o imponer salarios justos que permitan a las familias mantener a sus hijos en la escuela?
No hay ningún misterio. El trabajo infantil prospera por una sola razón: los adultos más poderosos —y los medios— lo permiten.

Poner fin a esta tragedia no requiere milagros ni caridad. Requiere justicia. Requiere pagar a los agricultores y trabajadores un precio justo por sus productos y su labor. Requiere leyes vinculantes que prohíban a las empresas beneficiarse de la explotación. Y requiere transparencia —transparencia real—, no los informes diseñados por equipos de relaciones públicas de corporaciones y ONG.
El Día Mundial de la Infancia no debería ser un día de discursos. Debería ser un día de responsabilidad —un día en el que enfrentemos la dolorosa verdad de que vivimos en un mundo donde los más ricos celebran a los niños mientras no hacen nada para detener su sufrimiento.
Sueño con el día en que el Día Mundial de la Infancia sea verdaderamente una celebración —cuando todos los niños estén en la escuela, no en una mina o en una plantación; cuando los padres ganen lo suficiente para proteger y educar a sus hijos; cuando ningún inversor obtenga ganancias de la explotación; cuando ningún gobierno, y ningún periodista, mire hacia otro lado.
Hasta que ese día llegue, seguiré hablando, denunciando, documentando y luchando. Porque los niños no necesitan nuestros hashtags.
Necesitan nuestro coraje.
Si deseas ayudarme a defender a los niños más pobres de la Tierra, no dudes en contactarme.
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