¿Es de izquierda el gobierno de Gustavo Petro?
Diego Otero
Ingeniero eléctrico de la Universidad de los Andes y PhD en Economía de la University of Pennsylvania. Presidente de la Asociación Colombiana de Economía Crítica (ACECRI) y miembro de la junta directiva de la Academia de Ciencias Económicas (ACCE).
La oposición de derecha afirma que el gobierno de Gustavo Petro es comunista, mientras que los seguidores del presidente dicen que es de izquierda. Esto se oye por parte de sus partidarios en las redes sociales, por profesionales que se identifican a sí mismos de izquierda y por miembros del Pacto Histórico.
Sin embargo, es muy difícil definir al presidente Gustavo Petro. Su política macroeconómica es ortodoxa, furiosamente neoliberal, solo quiere agradar a las agencias o calificadoras de riesgos, y a los organismos internacionales, especialmente al Fondo Monetario Internacional (FMI).
En los valores culturales, es progresista woke. En materia social promete reformas, pero no siempre son claras y no necesariamente de izquierda. Por ejemplo, la reforma pensional es un atentado contra las clases medias y profesionales, contrario a lo que dicen sus partidarios y las burocracias sindicales.
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En lo energético, está influenciado por las ideas de Europa. En lo internacional da bandazos, abre relaciones diplomáticas con Venezuela –lo que es correcto–, pero trata de andar bien con los Estados Unidos en la guerra de Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y Rusia.
En este sentido, la actual política del gobierno de Gustavo Petro sigue pegada a la OTAN, continúan los radares manejados por los estadounidenses a la largo de la frontera con Venezuela, a la par que el gobierno sigue sin denunciar o pedir reformar el Tratado de Libre Comercio (TLC).
Podría, de golpe, clasificar al presidente Petro como un socialdemócrata ligero, es decir, un neoliberal con aspectos progresistas en lo cultural y reformista en lo social.
No es anticapitalista, porque no propone comenzar a romper con este sistema económico sino que lo defiende; no habla de antiglobalización neoliberal y tampoco tiene propuestas de un cambio real.
Es lo que llama el filósofo italiano, Daniel Fusaro, una izquierda fucsia, es decir, desteñida, una izquierda de progresismo woke, tal como la de Gabriel Boric de Chile, que de izquierda tiene poco.
Dice Fusaro que, “hoy hay una especie de totalitarismo liberal que nos permite ser liberales de derecha, liberales de izquierda, liberales de centro, o, precisamente en liberalismo político y económico, en la práctica libertaria en las costumbres y, por supuesto, en atlantista en la esfera geopolítica. Creo que hoy debemos replantearnos una recategorización de la realidad política según la dicotomía alto/abajo o las categorías élite/pueblo”.
“Además, ellos, los del sistema, crean una especie de microconflictualidad generalizada que actúa como un arma de distracción masiva y, también podríamos decir, como un arma de división masiva permanente. Por un lado, distrae de la contradicción capitalista que ya ni siquiera se menciona y, por otro lado, por así decirlo, divide a las masas en homosexuales y heterosexuales, musulmanes y cristiano, veganos y carnívoros, fascistas y antifascistas, etcétera. ¡Y mientras esto corre de manera natural, el capital deja que las personas salgan a la calle por el orgullo gay, por los animales y por todo, pero que no se atrevan a echarse a las calles para luchar contra la esclavitud de los salarios, contra la precariedad o contra la economía capitalista! De ser así, ahí está la represión, como sucedió en Francia con los chalecos amarillos”.
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“Si, en lo esencial, Gramsci es todo lo contrario de lo que está haciendo la izquierda en Italia y en gran parte de Europa, las izquierdas ya no son rojas sino fucsias, ya no son la hoz y el martillo, sino el arco iris. Luchan por el capital y no por el trabajo, luchan por el cosmopolitismo liberal y no por el internacionalismo de las clases trabajadoras”.
Fusaro insiste en que el eje político no debe ser ‘izquierda’ ni ‘derecha’, sino de los de arriba y los de abajo. Insiste también en que ideológicamente hay que ser conservadores en cuanto a los valores –arraigamiento, lealtad, familia, eticidad, patria– y de izquierdas en emancipación, socialismo democrático, dignidad del trabajo.
Por otra parte, Gustavo Petro siempre ha dicho que él no es de izquierda, y hay que creerle. En cierta forma, indirectamente lo que defiende es un capitalismo con rostro humano. Hacer unas reformas para defender al capitalismo y modernizarlo.
Habla mucho de la reforma agraria, pero, en verdad, lo que se propone no es una reforma agraria de distribución de las tierras para hacer más igualitaria la propiedad rural.
Lo que propone es entregar tierras que posee el gobierno, o que quieran vender los terratenientes a buenos precios, a campesinos. Por esta razón está ahí el presidente de Fedegán, porque él entiende muy bien que aquí no se trata de hacer una verdadera reforma agraria que rompa con el latifundio y perjudique a los terratenientes.
Curioso, pero no se escuchan protestas de los grandes propietarios. ¡Qué reforma agraria tan curiosa que los ricos terratenientes se quedan callados cuando por esta situación de inequidad agraria llevamos peleando desde la independencia!
Colombia Humana, el partido de Gustavo Petro, no es nada, no tiene organización, no hay estatutos ni doctrina, ahí se da de todo, mucho exmilitante del M-19, que como sabemos no era de izquierda.
El Pacto Histórico es un revoltillo de partidos, grupos, personajes, de todo tipo de tendencias, sin ninguna coherencia a la ahora de gobernar y aprovecharse del poder.
Por todas estas razones, me parece muy equivocado decir que estamos ante la presencia de un gobierno de izquierda, el cual me parece peligroso, porque desprestigia la verdadera naturaleza de la izquierda.
Es lo que está pasando en Europa. Todos los partidos socialistas o socialdemócratas son un fiasco y por eso está ganando la derecha.
Qué atractivo tiene un Pedro Sánchez, belicista, globalista, otanista, traidor a Sahara Oriental, súbdito de los Estados Unidos, neoliberal en lo económico; o el canciller Olaf Scholtz de Alemania, otro guerrerista, traidor a su país y neoliberal; o Neil Kammer, el líder laborista que atacó al líder de Jeremy Corbyn y su tendencia, los persiguió y los tiene en el ostracismo; o de Tsipras, de la coalición Syriza de Grecia, que se entregó al FMI y a la Comisión Europea, y traicionó sus ideas.
Podría mencionar más líderes europeos, de estos llamados “socialistas y socialdemócratas”, que hacen que dé pena llamarse de izquierda. Estos que abandonaron todos sus ideales, que se convirtieron al globalismo y al otanismo (pro-OTÁN), que se volvieron guerreristas, que adoptaron el neoliberalismo y se olvidaron de sus bases populares, que se convirtieron en partidos de élites.
Por eso las clases populares, los obreros, las clases medias se han volteado y se han ido hacia partidos de derecha o extrema derecha que los atraen con cantos de sirena.
Para mí no puede ser de izquierda un gobierno que sigue todos los mandatos del FMI, que solamente habla de regla fiscal, de estabilidad macroeconómica, de subir los precios de los combustibles como piden los organismos internacionales y la ortodoxia colombiana.
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Por eso es que las agencias internacionales ya no están tan críticas con el gobierno de Gustavo Petro, porque ya se dieron cuenta que no era el tigre que pintaban.
Pero, eso sí, la experiencia muestra que el país que sigue los mandatos del FMI se va para el infierno. Pero, ahora, nuestros seudo izquierdistas se quedan callados, no dicen nada de la política económica, del aumento exagerado en los precios de los combustibles, de los energéticos y de los servicios públicos.
Lo voy a poner de este modo: si lo que se ha hecho el primer semestre de 2023 con el precio de la gasolina (un incremento de 44,41% hasta julio de 2023) se hubiera producido en los gobiernos de Santos, Duque o Uribe, estos mismos que están callados –las burocracias sindicales, los supuestos izquierdistas– ya habrían incendiado al país con paros, protestas y disturbios.
Lo mejor que le puede pasar al sistema es que un gobierno que se proclame de izquierda o progresista tome medidas impopulares, incluso medidas que perjudiquen a la población para que esta no proteste. Comparto las ideas de Diego Fusaro sobre lo que tenemos es una izquierda fucsia, de rojo desteñido, que no atenta contra el capital. Y, en varios aspectos, lo que se llama progresismo woke, que divide a los ciudadanos, no si son explotados, no si son de abajo o arriba, sino si son afros, indígenas, LGTBI, gitanos, feministas radicales. Así se pierde el concepto de ciudadanía, de República, de que todos somos ciudadanos colombianos, todos con iguales derechos y deberes, pero que hay una minoría, una élite, con todos los beneficios y un 99 por ciento dominado, explotado, con vida precaria, objeto simplemente de consumo.