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sábado, 27 de diciembre de 2025
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La cara oculta de la Revolución Verde en Colombia

La Revolución Verde en Colombia perfiló el modelo agrícola actual. A pesar de haber incrementado significativamente los rendimientos agrícolas, suscita cuestionamientos por su impacto social y medioambiental.
Sorgo

El modelo de producción agrícola colombiano se encuentra fuertemente perfilado por la Revolución Verde. Dicha Revolución consistió en la implementación de un modelo tecno-económico, basado en el mejoramiento de semillas, el uso intensivo de insumos químicos, el monocultivo, la mecanización de la agricultura y la fuerte financiación estatal. 

En conjunto, estas prácticas tenían como objetivo principal incrementar los rendimientos agrícolas y la producción de alimentos para, con ello, erradicar el hambre y la malnutrición de la población mundial. 


¿Cómo llegó la Revolución Verde al país?

Según el científico británico, Raj Patel, la narrativa dominante sobre el modelo de Revolución Verde indica que este surgió en los Estados Unidos hacia 1941, cuando científicos de ese país, financiados por la Fundación Rockefeller, llevaron a cabo una serie de estudios sobre la agricultura mexicana, que posteriormente dieron como resultado el Programa de Agricultura Mexicana (MAP, por sus siglas en inglés), al cual se vinculó Norman Borlaug en 1944. 

Las investigaciones de este biólogo dieron lugar, en 1954, a la variedad de trigo conocida como el “trigo milagroso”, la cual fue esparcida por el mundo, junto a otros cultivos como el arroz, por las fundaciones Rockefeller y Ford en las décadas de 1960 y 1970. Las variedades desarrolladas en el marco de la Revolución Verde lograron un aumento considerable de los rendimientos agrícolas, lo cual fue muy bien recibido, en un contexto de fuerte aumento poblacional y de esfuerzos por mejorar la seguridad alimentaria y erradicar el hambre.

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Colombia no fue ajena a esta situación. Hacia la década de 1970, explicó Wilson Vergara, zootecnista y profesor de la Universidad de La Salle, se implementó en el país el programa de Desarrollo Rural Integrado (DRI), con financiación del Banco Mundial (BM). Este incluyó un conjunto de intervenciones, especialmente en las áreas de asistencia técnica y transferencia de tecnologías agrícolas provenientes de los Estados Unidos. 


“Con el DRI, llegó la Revolución Verde a Colombia. La idea era aumentar el rendimiento de los cultivos a partir de semillas mejoradas que se traían de afuera —desde Estados Unidos, por ejemplo—”, indicó Vergara.  Esas semillas requerían, para desplegar todo su potencial, la aplicación de agroquímicos costosos y en la mayoría de los casos importados, una asistencia técnica considerable, la utilización de maquinaria agrícola y en muchos casos la construcción de sistemas de riesgo, entre otros elementos del modelo. 

El análisis del impacto que ha tenido la Revolución Verde en Colombia es diverso. Aunque hay acuerdo en que los rendimientos agrícolas aumentaron considerablemente, se discute si el modelo fue exitoso en su conjunto, dados los resultados desiguales que se lograron en la economía empresarial y la economía campesina, y el impacto medioambiental que ha tenido su aplicación. 

Las condiciones ecosistémicas de nuestro país fueron pasadas por alto

Para Tomás León Sicard, antropólogo y profesor de la Universidad Nacional, señaló que las condiciones ecosistémicas de los países en los que se originó el modelo de Revolución Verde eran distintas. “La mayoría de los países eran de climas templados, con cuatro estaciones muy marcadas a lo largo del año, que permiten que los suelos conserven la materia orgánica y que no estén expuestos a microorganismos todo el año. Eso no ocurre en Colombia, que es un país del trópico cuyos suelos son en su mayoría húmedos. Aquí los suelos son frágiles y la materia orgánica se destruye más rápido porque está expuesta todo el año a la actividad de los microorganismos”, explicó el docente de la Universidad Nacional de Colombia.

A su juicio, estas diferencias ecosistémicas entre los países en los que surgió la Revolución Verde y los países del trópico a los que se transfirió fueron pasadas por alto. Según indicó, en 1976, cuando el Gobierno colombiano definió implementar el DRI con financiación del Banco Mundial, no contempló las especificidades locales de la producción y del territorio nacional y, más bien, busco darles a las tecnologías una aplicación homogénea. 

“Pensemos en un lugar como La Guajira o el Caribe, en donde los suelos son deficientes de agua y están expuestos todo el año a cantidades exorbitantes de radiación. Ahí la implementación de un modelo tecnificado resulta inviable por donde se le mire. Y, sin embargo, lo hicieron”, afirmó el académico. 

En la misma línea, Wilson Vergara señaló que el modelo de la Revolución Verde no estaba pensado para las condiciones ambientales del país. “Las semillas mejoradas estaban adaptadas a las condiciones climáticas de las zonas templadas, no de las tropicales, donde hay más plagas y enfermedades”, aseguró el académico. 


En efecto, los monocultivos resultan más fáciles de mantener en los países que tienen estaciones, pues los meses de frío ayudan a controlar la proliferación de plagas. En el trópico, en cambio, se requiere un mayor uso de agroquímicos para mantener las plagas a raya, especialmente cuando se ha sembrado una gran extensión de un mismo cultivo. 

Aumentaron los rendimientos agrícolas, pero también la desigualdad

Las condiciones ecosistémicas no fueron el único problema a la hora de implementar la Revolución Verde en Colombia. Según Wilson Vergara, este modelo exigía grandes subsidios por parte del Estado, pues el alto uso de insumos químicos, la necesidad de asistencia técnica, el uso de maquinaria agrícola y la complejidad de los sistemas de riego elevan los costos de producción. 

“En países como Estados Unidos no hubo mayor problema con esto. En cambio, en Colombia no podíamos darnos el lujo de subsidiar toda la agricultura. Y lo que ocurrió fue que los subsidios se concentraron en agricultores grandes, principalmente en aquellos que tenían el potencial para exportar”.

El académico explicó que la concentración de los subsidios en manos de unos cuantos tuvo efectos negativos sobre el modelo agrícola del país. “La Revolución Verde en Colombia creó una clase empresarial de agricultores. Estos recibieron ayudas por parte del Gobierno: mejores tierras, canales de riego, carreteras, beneficios tributarios, etc. Todo eso, en conjunto, generó aumentos en el rendimiento de los cultivos y en la producción de alimentos. De hecho, en la década de 1970, los crecimientos del Producto Interno Bruto (PIB) agrícola alcanzaron el 5%”, comentó Vergara. 

Al respecto, León Sicard agregó: “Nadie puede negar que la implementación de este modelo sí produjo un incremento en la actividad agrícola y en la producción de ciertos alimentos. Entre 1970 y 1987, el área destinada a la agricultura pasó de 3,5 millones de hectáreas a 5,3 millones de hectáreas. Asimismo, los rendimientos por hectáreas de los principales cultivos comerciales, incluso de aquellos que son típicos de la economía campesina, tuvieron incrementos notables. El cultivo de arroz pasó de generar rendimientos cercanos a los 2.700 kilogramos por hectárea, en 1970, a 5.000 kilogramos por hectárea, en 1980. El cultivo de fríjol también aumentó desde los 700 kilogramos por hectárea hasta los 1.200, entre 1970 y 2003. Y el de maíz igual: mientras que en 1970 por cada hectárea se producían 1.200 kilogramos de maíz, en el año 2000 por cada hectárea se producían 2.100 kilogramos de maíz”. 

Sin embargo, según explicó el académico, los beneficios y réditos económicos no se distribuyeron de la misma manera entre todos los productores. Mientras que los grandes empresarios pudieron aprovechar mejor el modelo de producción propio de la Revolución Verde —por factores como su mayor acceso a recursos privados y estatales, su presencia en tierras más planas y su producción a mayor escala—, los campesinos quedaron en una posición de vulnerabilidad: con menos ayudas gubernamentales y con la necesidad de comprar las semillas certificadas, los agroquímicos, los fertilizantes, etc.


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El Desarrollo Rural Integrado (DRI) fue implementado luego de que las políticas de Reforma Agraria redistributiva entraran en declive en el país, y entre sus principales objetivos estuvieron el mejoramiento de la productividad de los pequeños agricultores, su inserción en el mercado y su modernización. Los beneficiarios eran presionados para privilegiar ciertos cultivos y ciertas técnicas de producción, que en general respondían al modelo de Revolución Verde. 

Sin embargo, su aplicación no solo resultaba costosa, dada la necesidad de adquirir paquetes tecnológicos, sino que se dificultaba sobremanera en tierras de ladera que, las más de las veces, no eran mecanizables. Además, el apoyo estatal no siempre fue suficiente ni constante, y en ocasiones forzó la toma de decisiones productivas que probaron no ser las mejores. 

El modelo ha sido cuestionado por su impacto medioambiental 

Además de las implicaciones sociales mencionadas, la Revolución Verde ha sido cuestionada por su impacto medioambiental. Al respecto, Tomás León Sicard afirmó que la implementación de los monocultivos y su tratamiento prolongado con agroquímicos han desatado procesos de erosión en grandes zonas del país, e incluso han contribuido a la desertificación de territorios vulnerables a este problema. Asimismo, han generado contaminación de fuentes hídricas y pérdida de biodiversidad animal y vegetal.

Por su parte, Wilson Vergara enfatizó en que, al aplicar el modelo en la región andina y, en general, en zonas de alta pendiente, la mecanización de la producción agrícola ha provocado erosión en los suelos. El exceso de riego y agroquímicos también ha contaminado las aguas, no solo en las fincas donde estos son aplicados, sino en las que están ubicadas más abajo, por efecto de la escorrentía. 

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Asimismo, Vergara señaló que, al otorgar primacía a las semillas certificadas, la Revolución Verde ha provocado la desaparición de variedades de semillas criollas y, en este sentido, ha contribuido a la pérdida de agrobiodiversidad. 

Un gran problema de la Revolución Verde fue la gobernanza de la tecnología

Según Juan Carlos Martínez Medrano, investigador del Centro de Investigación Tibaitatá de Agrosavia —entidad de Ciencia, Tecnología e Innovación que propende por el cambio técnico para mejorar la productividad y competitividad de la agricultura nacional—, cualquier análisis sobre la Revolución Verde debe ser riguroso y detallado, pues supone un análisis de la forma en la que los seres humanos se relacionan con la tecnología y con las técnicas o conocimientos científicos que la hacen posible. 

A su juicio, la mejor forma para analizar la Revolución Verde es a la luz del concepto de “sistemas técnicos”. El académico explicó lo siguiente: “Dentro de los enfoques que existen para hablar de tecnología, el que prefiero es el de sistema técnico. Con este, nos salimos de ese enfoque reduccionista, que asume la tecnología como el simple artefacto o que lo asume solo como el conjunto de conocimientos y saberes científicos que se requieren para usarlos. También nos salimos del enfoque instrumental, propio de los economistas, que asume la tecnología desde sus efectos o impactos en la sociedad”. 

Lo que el investigador de Agrosavia propone es, más bien, pensar la Revolución Verde desde los sistemas técnicos, que no son solo el “artefacto”, sino toda la estructura que se requiere para que este funcione. De acuerdo con Martínez, todos los sistemas técnicos incluyen factores intrínsecos y extrínsecos a partir de los cuales se puede evaluar una tecnología. 

“Los factores intrínsecos, es decir, aquellos que están al interior del propio sistema, son: (i) Eficacia: que la tecnología logre su objetivo. Así, si yo digo que hay una semilla que produce frutos de 4 kilogramos, pues la tecnología —en este caso, la semilla— es eficaz si efectivamente produce frutos de 4 kilogramos. (ii) Eficiencia: que la tecnología no produzca efectos indeseados o que, en caso de ser indeseados, no generen efectos negativos. (iii) Fiabilidad: que la tecnología funcione por un tiempo antes de que quede en desuso. Todos los diseñadores tienen cierto margen de control en el ‘tiempo de vida’ de la tecnología. La idea con este criterio es que ese tiempo de vida sea amplio”, explicó Martínez. 

Además de estos factores intrínsecos, existen otros extrínsecos. Según el investigador de Agrosavia, “el primer factor extrínseco es la viabilidad económica. La tecnología debe ser viable a nivel económico o, más bien, accesible para el mayor número de personas. No sirve mucho que sea una tecnología interesantísima, pero a la que solo puedan acceder cuatro pelagatos, sobre todo si hablamos del sector agrícola. El segundo factor extrínseco es la sostenibilidad ambiental. Todas las actividades producen impactos ambientales. Lo que debemos mirar es que no sean excesivos. Y el tercer factor extrínseco tiene que ver con que las tecnologías no erradiquen los valores, las tradiciones y las costumbres de las poblaciones”.


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Un análisis de la Revolución Verde a la luz de estos parámetros arroja, para el investigador, lo siguiente: “La capacidad que tuvieron las semillas híbridas para aumentar la producción de los alimentos y el rendimiento de los cultivos fue enorme. Haciendo un ajuste de los factores intrínsecos, podríamos decir que esta tecnología [las semillas mejoradas o híbridas] tuvo efectos positivos. Fueron eficaces, eficientes y fiables. Sin embargo, cuando analizamos los factores extrínsecos pues todo se complica un poco”. 

El investigador continuó: “Por esto es que yo digo que el problema de la Revolución Verde no tuvo que ver tanto con los artefactos o tecnologías que se incorporaron al campo, sino con el sistema técnico en el que se inscribieron. ¿Y cuál fue este sistema? Un sistema que incentivaba el desarrollo de las grandes multinacionales o, mejor dicho, de los privados y que no ponía mucha atención sobre la gobernanza de las tecnologías. Los campesinos no podían acceder a las semillas, ni a los insumos químicos, ni a maquinaria pesada, ni a los conocimientos requeridos para usarla. No hubo un proceso de democratización de las tecnologías. Eso por un lado. Por el otro, vemos que la Revolución Verde homogeneizó las formas de producción que ya existían. Con eso no quiero decir que la idea es regresar a esa ‘agricultura fantástica’ o ‘paraíso perdido’ anterior a la incorporación de tecnologías agrícolas. Más bien, quiero resaltar que no se tuvieron en cuenta otras formas de producir que podrían implementarse de forma paralela. Lo que deberíamos hacer es echar mano de todo, mejorar las herramientas, evaluar que sean accesibles y democráticas y, sobre todo, abrir la deliberación pública sobre ellas. Necesitamos una buena gobernanza de las tecnologías agrícolas”.