La pistola de Stephen
Guillermo Guevara Pardo
Licenciado en Ciencias de la Educación (especialidad biología) de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, odontólogo de la Universidad Nacional de Colombia y divulgador científico.
Mecánica cuántica y teoría de la relatividad son las bases que sostienen el elegante edificio de la física moderna. Ambas difieren de la física clásica o newtoniana, que es la de los cuerpos en reposo o que se desplazan a velocidades mucho menores que la de la luz. Las leyes que postuló Isaac Newton se aplican estupendamente a la física de la vida diaria, la que a nuestros ancestros africanos les permitió solucionar problemas como, por ejemplo, calcular qué tan lejos estaba y cuán rápido se movía un depredador.
Los principios de la mecánica newtoniana explican la física del cuerpo de una persona que pesa, digamos, 70 kilogramos, pero para la masa inconcebiblemente pequeña de un electrón se utiliza la mecánica cuántica.
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La física clásica se ocupa perfectamente del movimiento de un avión, pero cuando en el Gran Colisionador de Hadrones se aceleran protones a velocidades cercanas a la de la luz y se hacen chocar entre sí con gran energía, la física de Newton no es apropiada. Para explicar lo muy masivo, lo muy pequeño, lo muy frío o lo muy rápido se necesitan herramientas conceptuales más abstractas y de mayor complejidad matemática, como son la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad.

Debe quedar claro que, ni Max Planck y demás padres de la cuántica, ni Einstein, invalidaron la física newtoniana. Las tres teorías son verdaderas en unas condiciones particulares, han profundizado el conocimiento de la estructura y comportamiento de la materia y la validez de sus hipótesis está respaldada por pruebas experimentales y observacionales.
Físicos de todo el mundo trabajan para que cuántica y relatividad se unifiquen en una teoría cuántica de la gravedad que explique fenómenos como los del interior de un agujero negro o los que ocurrieron en el origen del universo u otros aún por descubrir.
Las aplicaciones de la física fundamentan mucha de la tecnología que hoy utilizamos: los teléfonos celulares, la tomografía por emisión de positrones, el rayo láser, el GPS, las pantallas de los televisores, el movimiento de un automóvil. Millones de personas usan esas y otras tecnologías, pero no conocen la física que hay tras ellas: la ciencia es muy importante y su conocimiento debe ser parte del bagaje cultural de todo ser humano.
La mecánica cuántica describe un mundo que parece extraño, pero que no tiene nada de misterioso. De esa característica se aprovechan los charlatanes de lo raro para justificar supercherías de toda clase y de paso esquilmar a más de un incauto.
Algunos de esos embaucadores mezclan los modernos conceptos de la mecánica cuántica con los antiquísimos preceptos de la medicina ayurvédica, creando un amasijo bautizado con el rebuscado nombre de «curación cuántica». Tales impostores sostienen que los fotones (las partículas de la luz) tienen consciencia; que el universo, además de ser consciente, está impregnado de «energía cósmica»; que la mente crea y gobierna la materia.
Uno de estos orates llegó al extremo de sostener que tras haber meditado con gran intensidad provocó un terremoto en el sur de California y otros creen que el Rig-Veda, un libro muy antiguo escrito en sánscrito, es un manual de física de partículas y cosmología.
El peligro de creer en la sanación cuántica estriba en que personas que padecen algún tipo de enfermedad grave pueden ser inducidas a abandonar los tratamientos desarrollados por la medicina moderna, con graves consecuencias para su salud. La mecánica cuántica en manos de esos mercachifles desfigura uno de los logros intelectuales más grandes de la humanidad.
La física cuántica tiene un papel muy importante en nuestras vidas y lo seguirá teniendo en mayor medida con las tecnologías del futuro; de allí la importancia de conocerla de manera adecuada para evitar la propagación de todo tipo de falsedades, tarea en la cual el sistema educativo juega el protagonismo central.
Tiene razón el físico español Carlos Sabín, del Instituto de Física Fundamental del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, cuando señala: “La consolidación de una visión oscurantista y mística sobre la física cuántica solo servirá para incrementar la confusión y la incultura, y podría tener efectos muy peligrosos si continúa favoreciendo la proliferación de estafas y supercherías pseudocientíficas”.
Oscurantismo que se fomenta, por ejemplo, con la idea del entrelazamiento cuántico (dos partículas atómicas se comportan como una sola, aunque estén separadas), al cual “le atribuyen una serie de propiedades taumatúrgicas, que lo convierten en una suerte de deus ex machina posmoderno”, puntualiza el físico ibérico.
Cada vez que oigo hablar de cremas faciales que controlan las «arrugas gravitacionales»; de los absurdos de la «sanación cuántica»; del toque terapéutico para «reequilibrar» el invisible «campo magnético» que rodea a un enfermo; de la «energía vital»; de que la mente es «no local» y tiene capacidades telepáticas; de los «cuarzos curativos»; del Reiki como «luz divina respirable»; de pueblos en África que cientos de años antes de Galileo y sin telescopio vieron los anillos de Saturno, las lunas de Júpiter y la estructura espiral de la Vía Láctea, recuerdo a Stephen Hawking cuando oía hablar del gato de Schrödinger y, como él, comienzo a alistar mi pistola.