La vejez
Victoria E. González M.
Comunicadora social y periodista de la Universidad Externado de Colombia y PhD en Ciencias Sociales del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) de la ciudad de Buenos Aires. Decana de la Facultad de Comunicación Social – Periodismo.
Una de las cosas lindas de las vacaciones es poder leer lo que a una realmente le gusta y no lo que coloquialmente llamamos los profes “ladrillos”, es decir, los textos extensos de corte académico que necesitamos para nuestro trabajo cotidiano.
En estas vacaciones que recién terminan, haciendo uso de mi derecho a leer lo que me gusta, me encontré una joya que me atrajo desde el mismo momento en el que la vi en la librería. Se trata de un libro breve llamado Cómo me convertí en una persona mayor, de la autora Mónica Berjman.
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Este texto es de esos que se devoran en una sentada y que habla, como su nombre lo indica, del proceso normal de envejecimiento de las personas, pero, en particular, del proceso de quienes estamos ad portas de ser considerados adultos mayores o de quienes se encuentran cruzando esa delgada línea entre la vejez y la ancianidad.
Me parece que el tema de la vejez se ha concentrado principalmente en lo estético y en la necesidad urgente de mantener la apariencia juvenil a pesar del inclemente paso del tiempo, pero la cosa va mucho más allá de estas nimiedades.
La almendra del asunto es todo esto que se desata alrededor de convertirse en viejo —que trata con gran acierto la autora Berjman— y que implica, entre otras cosas, la forma como cambian las relaciones familiares, las dolencias físicas, la pérdida permanente de seres queridos, el aumento de la brecha generacional con los jóvenes, el desprecio por las opiniones y decisiones que toma alguien mayor o la falta de conciencia acerca de la posibilidad de que podamos hacer las mismas cosas que hacíamos con facilidad años atrás.
Importante aclarar además que la autora está hablando de problemas que se pueden presentar en medio de una vejez digna, con vivienda segura, con un entorno familiar cercano, con una pensión que permite cierta independencia y con atención médica.
Ni hablar entonces de aquellas personas que, llegando a esta etapa de la vida, aún tienen que trabajar día tras día para tener un sustento, que han sido repudiados por sus familias o que viven en total soledad.
El maestro Alberto Cortez en una de sus más hermosas canciones describe a la vejez como “la más dura de las dictaduras”. Un fuerte calificativo; sin embargo, vale la pena reflexionar, en particular para los que amamos la vida con una fuerza avasalladora, en el privilegio de volverse viejo, en particular en un país en el que la muerte acecha por todos los rincones.
Y pensar fundamentalmente en la urgencia de vivir una vejez con todos los derechos, de hecho, con los privilegios que merecemos quienes hemos hecho un largo recorrido aportando trabajo, amor y sabiduría.