La vergüenza del sector agropecuario
Miller Preciado
Ingeniero agrónomo, especialista en gerencia, MBA con énfasis en Finanzas y estudios de alta gerencia internacional. Gerente de Operaciones de Elite Blu, empresa exportadora de arándanos.
Desde el año 1819, Colombia ha existido como nación. Según los historiadores, en ese momento se vislumbraba el nacimiento de un gran país con un inmenso potencial de recursos naturales, destinado a convertirse en una potencia en el sur del continente.
Sin embargo, desde este pronóstico han pasado más de 200 años en los que el agro se ha convertido en una de las vergüenzas más infames de nuestra historia. A pesar de ser un país con un gran potencial agrícola y pecuario, el potencial para estar entre los 10 países más prometedores para abastecer la demanda mundial de alimentos, hemos quedado rezagados.
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En más de dos siglos, solo se han realizado tres censos nacionales agropecuarios en Colombia, siendo el último de ellos del año 2014. Estos censos proporcionan datos reveladores e interesantes que deberían ser compartidos y discutidos ampliamente con la población. Por esta razón, he decidido escribir esta columna.
Iniciemos con el objetivo de censar la población rural y el uso de la tierra. Según el DANE, el del Censo Nacional Agropecuario 2014 es “suministrar información estadística estratégica, georreferenciada y actualizada del sector agropecuario, forestal, acuícola, pesquero y sobre aspectos ambientales, así como sobre los productores agropecuarios y la población residente en el área rural dispersa para la toma de decisiones y la estructuración del Sistema Estadístico Agropecuario”.
El objetivo está actualizado al requerimiento actual, en el que se pretende establecer espacialmente cuántas unidades agrícolas productivas existen, así como determinar la capacidad real del país para proporcionar su propio alimento y tener una oferta de productos competitivos que satisfagan la necesidad de los mercados internacionales.
Sin embargo, al hacer la lectura del entregable bastante denso –1.036 páginas– dicha información, que se publicó en el 2014 y brinda importante información de carácter estratégico para el país, es inevitable pensar que 7 años después no se han podido ejecutar proyectos con base en esa información, que sean de ámbito nacional y estructuren una ventaja para el sector agrícola del país.
Aún vemos en los titulares de periódicos que la población que labora en el campo y deriva de ahí su sustento siente descontento ante falta de acompañamiento estructural del Estado, pues este no llega de manera oportuna y expedita a solucionar los problemas del campo.
Si bien no puedo desestimar los esfuerzos que se han hecho, estos no han impactado de la manera que se esperaría después de 7 años de obtener los datos que arrojó el censo, el cual nos mostró nuevamente el potencial que tiene el país, las oportunidades que brinda y el área potencialmente agrícola que podría crear riqueza y disminuir desigualdades en el campo, punto importante del origen del conflicto en Colombia, especialmente centrado en el uso y tenencia de la tierra, pues hoy indistintamente en las manos en que se encuentre está subutilizada y no alineada a las necesidades de alimentar el mundo.
Si bien es importante haber realizado el censo en el 2014, que fue lanzado con bombos y platillos como una de las más grandes gestiones realizada para consolidar las cifras del sector e identificar la realidad del agro, traeré para ustedes un resumen de algunos de los datos comentados en columnas anteriores que intentaré armonizar con la conclusión general de este último censo.
“Se permite identificar el uso y la cobertura del suelo en el área rural dispersa censada. Entre los principales resultados obtenidos se destacan que del área total censada (111,5 millones de ha), el 56,7 % corresponde a bosques naturales; el 38,6 % tiene uso agropecuario; el 2,2 %, uso no agropecuario y el 2,5 % está designado para otros usos.
En la distribución del área destinada al uso agropecuario, que equivale a 43,0 millones de hectáreas, el 80 % corresponde a pastos y rastrojos; el 19,7 %, a tierras con uso agrícola; y el 0,3 % está ocupado con infraestructura agropecuaria.
En lo que concierne al área con uso agrícola (8,5 millones de ha), el 83,9 % corresponde a cultivos (7,1millones de ha); el 13,6 % está asignado para áreas en descanso; y el 2,5 %, para áreas en barbecho”.

Al ver esta categorización me pregunto: ¿será que sentimos vergüenza de identificarnos como agricultores en un país con un área tan relevante para tal actividad, que podría convertirse en un potencial agrícola indiscutible?

Al ver el gráfico anterior me cuestiono sobre la cifra de 34,4 millones de hectáreas en pastos y ganadería. Si bien dicha actividad le ha aportado muchísimo al país, genera empleo, produce alimentos, nos ha hecho potencia regional en la producción de leche y sus derivados, y nos ha permitido abastecer de carne el mercado nacional y exportar y satisfacer las necesidades de mercados internacionales, el cuestionamiento radica en qué costo de oportunidad estamos dejando escapar y cuál sería el impacto social de optimizar muchas de esas hectáreas con enfoque agrícola.
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Es lamentable que, a pesar de nuestros abundantes recursos naturales e indiscutible potencial agrícola, no hayamos logrado aprovechar plenamente estas ventajas para impulsar nuestro desarrollo como nación. La falta de información actualizada y detallada sobre nuestra producción agropecuaria ha obstaculizado nuestra capacidad para tomar decisiones informadas y estratégicas en este sector crucial de la economía.
En un mundo donde la seguridad alimentaria es una preocupación global y donde la demanda de alimentos está en constante aumento, Colombia tiene una posición privilegiada para convertirse en un importante proveedor de alimentos a nivel mundial.
Sin embargo, para lograrlo es imperativo contar con información precisa y actualizada que nos permita comprender nuestras fortalezas, identificar oportunidades de mejora y tomar medidas concretas para impulsar nuestro sector agrícola.
Podemos generar empleos estructurales dentro de los municipios y regiones y así convertir a Colombia en ese potencial agroexportador que está llamado a ser. Querido lector, somos agricultores por vocación, por recursos y por ubicación. Tenemos que entender la relevancia del agro para este país y la importancia de implementar políticas públicas claras, impulso y estímulos de inversión que aprovechen la gran oportunidad que nos brinda nuestro país.
Teniendo en cuenta las condiciones ambientales, la abundancia en recursos hídricos y la cercanía a los principales mercados del mundo, ¿será posible que los colombianos después de 200 años aún no hayamos entendido que el potencial más grande que tenemos está en nuestro campo? En efecto, ignoramos casi por completo la oportunidad que este nos brinda para estabilizar un país con necesidad imperante de combatir la pobreza y disminuir las desigualdades.
Producir alimentos no debe ser un motivo de vergüenza. Al contrario, debemos enfocar todas las herramientas posibles del Estado y del sector privado para impulsar la inversión en un sector que requiere atención urgente, no solo por el abandono histórico, sino por la gran oportunidad que tenemos en nuestras narices y que estamos dejando perder de manera casi decidida.
Estamos dejando un espacio importante, el cual están aprovechando otros países latinoamericanos como Perú y Chile que, pese a tener más limitaciones, se configuran como referentes mundiales de la exportación de productos agrícolas al mundo.
Estoy decidido a contribuir con el desarrollo de nuestro campo y espero que muchos más se unan a esta causa y podamos ver florecer de una vez y para siempre las oportunidades de nuestra agricultura y aprovechar nuestra riqueza natural que está literalmente bajo nuestros pies.