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jueves, 22 de mayo de 2025
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Monumento al olvido

Santiago Quintero Pfeifer, Columnista, Mas Colombia

Santiago Quintero Pfeifer

Politólogo de la Universidad de los Andes, creador de contenido.

La palabra nostalgia proviene de dos términos griegos: nostós (regreso) y álgos (dolor); es decir, dolor al regresar en el tiempo. Este sentimiento puede experimentarse de forma individual (debí tirar más fotos), pero también de manera colectiva, y las ciudades modernas no escapan al vaivén emocional que provoca esta particular añoranza.

En ese sentido, resulta interesante notar que uno de los pocos sentimientos comunes en la sociedad capitalina actual es la nostalgia que despiertan las fotos de la Bogotá de antaño, previa al magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán. Una ciudad donde la corbata no era un lujo, el tranvía era necesario, el paisaje urbano parecía sacado de una postal europea y el respeto por los monumentos era parte del ADN de la gélida y elegante capital de la República.


Si bien es cierto que los monumentos, tal como los entendemos hoy, aparecen descritos formalmente hacia finales del siglo XVIII en Francia, durante toda la historia republicana de nuestro país ha existido una concepción básica sobre su significado y su importancia.

Sin embargo, el desconocimiento, la falta de iluminación, la escasa apropiación ciudadana y el debilitamiento del civismo han provocado que nuestra relación con estos elementos tan significativos esté en una etapa de ghosting colectivo. Algunas instituciones del orden distrital y nacional realizan un trabajo descomunal —y con presupuestos limitados— para intentar contrarrestar ese sentimiento oscuro y lumínico que es la nostalgia.

Si hay un monumento que vale la pena derribar de una vez por todas en Bogotá, es el monumento al olvido que hemos construido en relación con la historia de la ciudad y los monumentos que aún la habitan.

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