Párenle bolas al campo
Diva Criado
Abogada y periodista, Master en Gestión Pública de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Coordinadora de la Sección de derechos humanos, redactora y editora de la Agencia de Noticias La Independent de España.
Hace unos días me recomendaron una película que se estrenó con muy buenas críticas en el pasado Festival de Cannes y que ha sido nominada a los premios Oscar, Goya y galardonada con varios premios. “As Bestas” —Las Bestias—, de Rodrigo Sorogoyen, inspirada en hechos reales ocurridos en Galicia-España.
El contexto de la producción hispano francesa es la vida en el campo de una pareja de franceses, que una vez jubilados y con un imaginario digno y feliz, deciden irse a vivir a una aldea gallega.
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Buscaban una vida tranquila, en contacto con la naturaleza. Vivir de la agricultura ecológica y del voluntariado para restaurar viviendas. Recordarán mis lectores que en otro artículo hablaba de la España vacía, que se refiere a las regiones de la España interior, como Galicia (entre otras), que sufrieron emigraciones masivas durante el denominado éxodo rural de las décadas de 1950 y 1960.
Pero un conflicto con los vecinos crece hasta extremos insospechados. Los granjeros quieren vender las tierras a una empresa que proyecta poner molinos de energía eólica y el voto de los franceses era decisivo. Ellos se niegan a dar su voto, consideran la venta de los predios, nefasto para el medio ambiente.
Independientemente de la trama, la moraleja de ésta película es que, es dura. Sin contemplaciones. Pone el dedo en la llaga, porque muestra la dura realidad del campesino. Un discurso contrario a la idealización del campo con las consecuencias cotidianas que puede acarrear la violencia y la discriminación.
Ver la película marca el camino de por dónde va la narrativa rural en los países latinoamericanos. A las pruebas me remito. Colombia es un país que ha olvidado al campo, a pesar de que el sector agropecuario es un catalizador de oportunidades para la generación de empleo, el desarrollo sostenible y la calidad de vida.
El desprecio hacia lo rural por parte de la población y el olvido del campo por parte de los gobiernos ha sido una constante.
Aunado a lo anterior, la continua violencia en el campo ha hecho que la población se haya ido desplazando a las ciudades. El campo pasó a un segundo plano cuando dejó de ser productivo y hasta denigrante para algunos, a tal punto, que decir “soy campesino” es motivo de vergüenza. Contrario a lo que pasa en otros países, donde ser campesino no solo es motivo de orgullo, sino un signo de empoderamiento económico.
Veo mal al campo colombiano, porque a lo anterior se suman los riesgos generados por los cambios climáticos y se ha visto golpeado por costes tan lejanos como la guerra de Rusia-Ucrania, la crisis de los contenedores de China o el aumento de las tasas de interés en Estados Unidos.
A modo de ejemplo, un campesino que siembre papa tendrá problemas con su terreno por culpa de Putin, así de simple. Enfrenta otros retos; muchos campesinos no saben leer ni escribir, no tienen posibilidades de acudir a un crédito para financiar su producción o no tienen maquinaria agrícola para trabajar.