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martes, 16 de abril de 2024
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Si se calla el cantor

Victoria González, Columnista

Victoria E. González M.

Comunicadora social y periodista de la Universidad Externado de Colombia y PhD en Ciencias Sociales del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) de la ciudad de Buenos Aires. Decana de la Facultad de Comunicación Social – Periodismo.

En días pasados tuve la oportunidad de ver el documental «El niño de Medellín» que muestra algunos aspectos personales e íntimos del cantante J. Balvin. Ad portas del concierto del 30 de noviembre de 2019 en Medellín, que representa el retorno triunfante de la estrella del reguetón a su ciudad natal, él y su equipo se enfrentan a la posibilidad de que el espectáculo sea cancelado debido a las masivas movilizaciones sociales del 21N, una situación que influye negativamente en la difícil condición emocional que tiene el cantante a causa de la depresión y la ansiedad que lo aquejan.

La pregunta que persigue a Balvin a lo largo del documental es si debe o no asumir una posición categórica en torno a las movilizaciones y al abuso de parte de la fuerza pública colombiana, en particular contra los jóvenes, que constituyen el grueso de sus seguidores. Las posiciones de sus asesores y consejeros al respecto son discordantes. Algunos le dicen que él está ahí, simplemente para entretener y que, como figura mediática, debe marginarse de tan complejas discusiones. Otros le recuerdan que como artista se debe a un público que espera, además de calidad, sensibilidad y compromiso social. El concierto termina siendo un éxito, tal como se esperaría de una estrella mundialmente famosa; sin embargo, el cuestionamiento no se resuelve ahí, más bien, queda flotando en el aire a la espera de una nueva oportunidad. Y el debate se vuelve a dar, esta vez a raíz de las movilizaciones en Cuba de comienzos del julio de 2021. Tanto Balvin como Juanes, otro reconocido cantante, se declararon a favor de los movilizados contra el gobierno de Miguel Díaz-Canel. El primero, adhiriendo al hashtag «SOS Cuba»; el segundo, con un contundente tweet que cierra con la frase «el comunismo es una mierda».


Es entonces cuando la polémica adquiere un nuevo tinte. Ahora no se trata únicamente de preguntarse si un artista tiene la obligación moral de condenar las injusticias, sino de establecer de qué manera selecciona las causas que merecen su apoyo y las causas que merecen su silencio ¿Lo debe hacer por sus convicciones políticas? ¿Por conveniencia económica? ¿Lo debe hacer a pesar de que su posición lo lleve ser un perseguido, un proscrito o un exiliado?

De este debate sin fin me queda una sola reflexión que tomo prestada del inmenso Horacio Guarany: «Que no calle el cantor porque el silencio cobarde, apaña la maldad que oprime. No saben los cantores de agachada. No callarán jamás, de frente al crimen».