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Las venas de la vida

María Isabel Henao, Columnista

María Isabel Henao Vélez

Comunicadora Social y Periodista de la Universidad Javeriana. Especialista en Manejo Integrado del Medio Ambiente de la Universidad de los Andes. Twitter e Instagram: @maisamundoverde

El siguiente es un manifiesto de protección de la vida, un llamado a defender la selva amazónica y su gran cuenca. Lo escribí para Conexión Océanos, un evento anual de BeClá, la plataforma ambiental de Claudia Bahamón quien además es embajadora de WWF hace más de 15 años. Este año, su quinta edición visitó la Amazonia (Mocagua, Puerto Nariño y Vista Hermosa).

He tenido el privilegio de acudir a cada edición de esta experiencia que se ha vivido en áreas del Pacífico, el Caribe y la isla de Providencia, y que lleva personalidades de grandes audiencias a conectar profundamente con la naturaleza y las personas para que se conviertan en multiplicadores de acciones y mensajes de conservación y sostenibilidad.

El manifiesto se lee la última noche y se convierte en una comunión de voluntades y sentires. Se lo comparto a usted estimado lector, queriendo darle acceso a lo que esta región del mundo significa para mí, para muchos, en realidad para todos en este planeta. Gracias Claudia por aceptar liberar esto tan nuestro al corazón de quien lo quiera recibir.

Las venas de la vida

Madre río, he llegado a tu gran cauce de vida. Aquí el océano parece tan lejos… no se oye el vaivén ni el golpe de las olas… solo un silencio solemne a veces salpicado por el roce del viento en tu superficie y los arrulladores cantos de las ranas. Aquí el horizonte tiene otra orilla, aquí el paisaje se transforma con islas que un día no estaban, y con orillas que se alejan al descolgarse dejando a la deriva árboles que un día referenciaron algún lugar.

Aquí el océano se respira en la transpiración de las hojas del bosque, de la selva húmeda más grande de la tierra. Hasta aquí los vientos alisios traen la evaporación del Atlántico que abrazada por los árboles inicia la danza del agua. Aquí una poderosa bomba biótica hace que la lluvia ruede por troncos y hojas, se acopie en el suelo, se entregue al río, se absorba por las raíces y se devuelva a la atmósfera en el milagroso acto de la fotosíntesis que forma retazos de nubes sobre las copas de los árboles. Nubes que luego se tejen en poderosos ríos voladores que llegan hasta los Andes para besar los páramos con su aliento de vida.

Aquí también te veo, océano, dejando atrás el salitre, dulcificando tus aguas y alimentando la infinita gama de verdes de las 40 mil especies de plantas de este reino amazónico. Alimentando el reino de la biodiversidad… al hijo del sol: el jaguar, a los reyes del dosel: primates y perezosos, a las reinas del aire: aves que reparten no solo semillas sino alegría y color por la selva, a los dueños de la noche: murciélagos polinizadores, a los pequeños arquitectos del suelo: escarabajos, termitas y hormigas, a la red micelial que todo lo une… y a más, a muchos seres sintientes más en tierra firme, como no han habitado ningún otro lugar del planeta.

Aquí la madre río no es un solo río, es un gran corazón de venas y arterias que desplaza nutrientes, pintado de leche, lleno de sedimentos, navegando con poder y rapidez por el cauce principal y perdiendo su prisa en los meandros. Aquí a la madre río entregan tributo las aguas negras de los lagos interiores, plenas de taninos de las cortezas de los árboles.

Aquí ese corazón bombea para inundar o retirar las aguas, en un ciclo paciente que moldea la vida de todos, cuando están altas, bajas o en transición. En su interior el pirarucú, la anaconda, el manatí y los caimanes danzan caminos trazados bajo el agua, invisibles a nuestros ojos. Bajo ellos, bajo el gran río Amazonas, otro: el río subterráneo Hamza dibuja un mundo tridimensional que demuestra una vez más que nuestro planeta debió llamarse Agua.  

Aquí, bajo la superficie hay un mundo oculto para los humanos, solo descifrado por la ecolocalización de los reyes de las aguas: los delfines. En lo profundo su ciudad mágica alberga la puerta a dimensiones que solo imaginamos. Contadas en historias tejidas junto al hogar en las malocas; donde ancianos sabedores curaban el mundo y recorrían en sus mentes el camino andado por los primeros humanos desde la desembocadura del gran río para poblar la gran selva.

Crédito de la imagen: Laura Gómez OKO-LG

Amazonas, hace dos millones de años en tu antigua cuenca quedaron atrapados delfines oceánicos, que adaptándose a las condiciones que su nuevo hogar exigía, se transformaron sonrojándose ante tanta belleza. En tu selva no tocada por las glaciaciones, sus habitantes tuvieron el tiempo para forjar los cimientos de la diversidad y la resiliencia, para convertirte en el laboratorio creativo más grande de la vida. Por tus venas ella navegó durante millones de años… hasta que hace solo 150 años, humanos que no te habitaron ancestralmente, olvidaron que eras sagrada, que debíamos ser una contigo, que debíamos respetarte y llegaron a ti por la quina, el caucho y las pieles de animales.

Y empezamos a talarte, porque las sociedades humanas más allá de tus fronteras querían maderas “finas”, a quemarte pretendiendo usar tu suelo para lo que no está hecho, a dragarte esculcando el oro que nos obsesiona dejando el veneno del mercurio para condenar la salud de todos, a usar la fuerza de tus tributarios para encender nuestras ciudades y aparatos, sin que nos importe que la presa y la hidroeléctrica infarten la vena que lleva la vida cuencas abajo, cerrando el camino a los seres del agua que necesitan de largas extensiones de los ríos para vivir.

Empezamos a vaciarte la vida en la sobrepesca que intentaba saciar el apetito de millones que también, fuera de tus fronteras, deseaban comer los grandes bagres y peces que un día habitaron el río. Y a cambio, empezamos a verter en tus aguas nuestros desechos y nuestro delirio perezoso por el plástico. Empezamos a sacar de su hogar tus animales mágicos, porque algunos fascinados por su belleza los quieren encarcelar como objetos decorativos en su ignorancia y falta de compasión. Y no bastando lo que te hemos hecho in situ, te afecta lo que toda nuestra especie le ha hecho a la atmósfera; el cambio climático que altera tus ciclos y patrones acuáticos, el delicado balance de la temperatura y tantos procesos más.

Madre río, madre selva… hoy dejo que tu espíritu entre en mí para que no me abandone, que tu verde me impregne hasta la médula y penetre mi corazón como la savia al tronco del árbol y sus ramas. No olvidaré que sin ti la tierra entera pierde no solo su pulmón, sino su corazón verde Anahat, esa rueda de energía del plexo cardiaco que impulsa el latido de la vida. Me comprometo a ser tu guardián, a aprender y enseñar a otros, y a minimizar el impacto de mis pasos por la tierra, porque quiero que no desaparezcas cuando ya no esté. Y así como estuviste antes de nosotros, puedas perdurar para cientos de miles de seres que tengan la fortuna de vivir en este magnífico planeta.

Haré hasta lo imposible para que el aliento del océano, luego de su largo viaje entre el cielo, el suelo y las olas, pueda regresar a la desembocadura del gran río Amazonas, limpio, sano y pleno de vida.

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