A esa gran-diosa media humanidad

María Isabel Henao Vélez
Comunicadora Social y Periodista de la Universidad Javeriana. Especialista en Manejo Integrado del Medio Ambiente de la Universidad de los Andes. Twitter e Instagram: @maisamundoverde
Tuve una experiencia un tanto atemorizante, a lo película de suspenso y ciencia ficción, buscando un dato para esta columna. Consulté algunos contadores de población que se encuentran en línea y me impresionó ver moverse aceleradamente las cifras de las personas que están muriendo (y de qué enfermedades principalmente), las que están naciendo (casi el doble de las primeras) y el total aproximado de seres humanos que habitamos el planeta (consumiendo y acabando la naturaleza a lo que marca).
Más allá de esta impresión inicial, el asunto es que al día de hoy las mujeres representamos el 49.5% de los seres humanos. Hombres y mujeres pisamos la Tierra casi en números iguales, aunque no con igualdad de condiciones.
El 8 de marzo es un día que llama a las mujeres a expresarnos sobre nuestros innumerables retos, necesidades y aspiraciones; un día en el que resuenan con algo más de fuerza nuestras denuncias sobre el abuso y violencia machista, la inequidad en las oportunidades laborales o en nuestros derechos y el papel dentro de la familia y la comunidad.
El 8M convoca a la atención a esa contraparte de la humanidad que ha venido teniendo el timón del barco a través de muy diversas sociedades y culturas patriarcales.
Sociedades y culturas alrededor del mundo en las que sorprende que Diosas como Demeter, Era, Artemisa, Flora, Gea, Pachamama, Prithví, Coatlicue, Freyja, Flidais, Zonget, Bachué o Chía… hayan podido sobresalir al ligar lo sagrado a la Tierra.
La figura de la diosa madre ha venerado y resaltado experiencias humanas fundamentales como la gestación de la vida y el amor necesario para cuidarla y hacerla prosperar, o el cultivo de los alimentos y la fertilidad necesaria para proveerlos. Todos venimos de ese útero húmedo y oscuro, como la tierra y la noche, aunque para algunos eso de sagrado ya no tenga nada.
Hoy leeremos y veremos tan diversos puntos de vista expresarse, como mujeres hay en su personal y particular manera de acoger y comprender su feminidad. Hoy convoco a esa otra media humanidad, los hombres, a abrir su mente y corazón escuchando sin juzgar apresuradamente. A ponerse en los zapatos de nosotras.
Hoy quiero, a diferencia de tantas veces en las que les he ofrecido reflexiones, datos y contenidos gruesos de ciencia o ambiente y un corazón enamorado de este planeta, abrazar a la grandiosa media humanidad a la que pertenezco.
Desde mi visión y sentir de mujer quiero enviar un mensaje de amor y solidaridad a todas las que buscan ser visibles, ser escuchadas, respetadas, tener oportunidades de formarse y construir su vida por sus propios medios, respaldadas por sus sociedades y gobiernos.
Nunca he compartido mi sentir de mujer en público, pues sé que puedo salir crucificada porque dije o porque no dije, como pasa en Twitter. Pero me voy a atrever hoy a compartir mi privilegiada experiencia por si alguna rueda positiva puedo mover en alguien. Y digo privilegiada por varias razones.
Me crié en un entorno familiar donde la mujer era valorada, respetada y apoyada a estudiar y formarse; con dos tías abuelas que salieron adelante en su vida, trabajando, sin un hombre al lado. Un ejemplo de entrega y amor a sobrinos y familiares, fueron madres sin haber parido.
La ausencia de una figura paterna (mi abuelo y mi papá murieron cuando era muy chica) me hizo valorar más aún la capacidad de mi género para no necesitar de una media naranja y de valorar también la decisión de compartir la vida con otra naranja, pero entera.
No sufrí en carne propia violencia doméstica, pero la vi de cerca (psicológica y física sin consecuencias que lamentar, pero violencia al fin y al cabo). Logré escapar del peligro de un pedófilo que tenía acceso a uno de los entornos donde crecí porque no logró encontrarme sola (o pasar por encima de los severos ángeles de la guarda que creo tener).
Nunca un hombre me ha puesto un dedo encima, y le doy gracias a la vida, porque conociéndome, mato y como del muerto. Esa es una línea que sé que nunca cruzaría, permitir que un hombre me maltrate. Por eso me duele tanto ver mujeres con miedo, sin saber qué hacer e incapaces de pedir ayuda. Me duelen las niñas y jóvenes que no pueden estudiar, que han sido abusadas psicológica o sexualmente, y a quienes se les ha hecho creer que son menos.
Critico con desespero y enojo las religiones y culturas misóginas porque es mi anhelo vivir en un mundo donde tod@s podamos ser tratados en equidad y vivir en paz siendo lo más fiel a sí mismos en nuestra concepción de persona y género.
Yo he tenido suerte de vivir la mujer que he querido ser, como lo he querido ser y con mi percepción de feminidad. Con alma de animalito de monte, débil ante el sufrimiento de los animales y con corazón de hada del bosque, abanderada del cuidado de los suelos (pueden leer tres columnas al respecto en este portal) y agricultora frustrada que se fascina viendo el despertar de una semilla o el crecimiento de un solitario tomate de maceta en la agreste atmósfera de terraza en medio de una selva de cemento.
Tengo instalado un chip de Susanita que se expresó en la maternidad, en lactancias prolongadas y el cuidado de mis hijos (semillas que hoy prosperan y bregan hacer mejor esta Tierra).
Hoy agradezco la marcha de las hormonas reproductivas que dan paso a la mujer sobre la que ya no rige la programación para ser cuidadora y vaciarse en los otros. Porque me está dando alas para volar, para cuidarme, ponerme de primera y escuchar a la mujer sabia y aprendiz de Diosa que busca salir para iluminar mejor mi camino y el de otros.
Hoy agradezco haber tenido cerca hombres con visión, generosidad, empatía y tan seguros de su propia valía, que no se sienten amenazados porque una mujer sobresalga. También agradezco la fortuna de estar rodeada de mujeres especiales. En la familia y en los ambientes de trabajo y estudio.
La lista es enorme, y este espacio no me alcanzaría para mencionarlas a todas y agradecerles el quererme, tenerme en cuenta, animarme, sacudirme, haber movido y seguir moviendo ruedas poderosas y positivas en mí. Ellas saben que lo son, ellas saben que las amo.
A ellas y a todas las mujeres que no conozco, va mi corazón lleno de amor con un mensaje a través de la red de pensamiento universal: seamos #unaparatodas, es nuestro tiempo de apoyarnos conociéndonos o no, de liderar banderas de cambio, junto a ellos también, pero en el frente de batalla, jamás a la retaguardia.
Es nuestro tiempo de empujar la rueda de los cambios que la crisis climática necesita, de resembrar la Tierra con sus especies nativas para no perder más naturaleza, de gestar vientre afuera, ser guardianas de la vida, y no heraldos de la muerte; porque en este dominio masculino (perdón mis queridos congéneres de la otra media humanidad) sus representantes hasta ahora no han logrado conducirnos hacia un planeta de bienestar para todos.
Mujer: puedes ser y hacer maravillas, no tengas miedo, sé estratega de tu vida y enciende esa estrella grandiosa que hay en ti y espera encenderse para iluminarlo todo.
De Maísa, con todo mi amor para las otras dos chavitas: Isa y Liz.
Feliz día de la mujer a todas las mujeres científicas, lideresas sociales y ambientales, artistas y de todos los campos del quehacer humano que a pesar de no haber tenido las mismas oportunidades se han destacado. Y entre muchas, para: Olguita, Mía, Pili, Cata, Pili, Pato, Macló, Macha, Conchita, Clau B, Francoise, Maria I, Monicas, Olga, Tati, Mache, Caro, Clem, Jim, Vivi, Alex, Lakshmi, Sandra, Juli, Silvi, Xile, Shak, Lécala, Pauli, Manu, Dianis, Gaby, Patricia, Nati, Maga, Marce…
También de esta columnista: Entre el cielo y el suelo… de un país anfibio