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lunes, 13 de octubre de 2025
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Así fueron las protestas por el precio del pan que asolaron a Bogotá hace 150 años

El ilustre escritor payanés, José María Cordovez Moure, relató en el siglo XIX la historia de las revueltas que hubo en Bogotá por el encarecimiento del pan, y que terminaron con la casa del fundador del Banco de Bogotá parcialmente destruida. Le contamos la historia.
pan, plaza de Bolívar en Bogotá, Bogotá antigua

Pasada la primera mitad del siglo XIX, Bogotá solo contaba con tres molinos dedicados a la producción de harina de trigo. En el año de 1868, sus dueños se pusieron de acuerdo en exigirles a los productores del cereal un elevado precio por su uso, sabiendo que no podrían negarse a contratar sus servicios.

Los Alisos, Tres esquinas y El Boquerón eran los nombres de estos molinos movidos por rueda hidráulica, según lo consigna el gran escritor, abogado, ministro y diplomático payanés, José María Cordovez Moure.


El cartel de los molineros

En su icónica obra, Reminiscencias de Santafé y Bogotá, Cordovez Moure cuenta cómo un empresario, al ver el oligopolio, montó un molino movido por vapor. Por ser esta una tecnología más avanzada que la de sus competidores, podía poner a trabajar el molino de día y de noche, incluso en épocas de verano. Así, pudo disminuir el precio de la maquila para quedarse con los clientes de los molineros especuladores. 

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Los tres empresarios, al ver amenazado su ‘cartel’ —como se les conoce a los acuerdos de precios en contextos de escasa competencia u oligopólicos—, decidieron hacer una buena oferta a su nuevo competidor con la condición de que renunciara al derecho de poner en funcionamiento otro molino, a lo que obtuvieron respuesta positiva.

Una vez los empresarios volvieron a controlar el negocio, acordaron aumentar la tarifa que cobraban por el uso del molino, lo que, a su vez, llevó a los panaderos a dejar de producir el “pan de a cuarto”. Este era el pan más barato, y por lo tanto el más popular. Por solo “dos y medio de centavo”, los compradores recibían “cuatro panes de regular tamaño, aunque de ínfima calidad”.

No era solo el pan

El caso del pan no fue el único que generó indignación en la época. Cuenta el cronista payanés que el chocolate con el que se alimentaba a los reclusos del presidio de Bogotá era fabricado por el contratista con cáscaras del grano, y que el pan, en vez de ser de harina de trigo, era hecho con harina de habas y salvado. 

“Nadie se preocupaba por la pésima calidad de los víveres que desalmados especuladores venden como buenos… bastaría ligera inspección a los ventorrillos o chicherías para persuadirse que en estos se propina la muerte en vez de la nutrición apetecida”, señaló en su momento. 


Fin del pan de a cuarto

El lunes, 18 de enero de 1875, fue el día en el que los panaderos decidieron no producir más el pan de a cuarto. La población, furiosa, salió a protestar. Según Cordovez Moure, algunos poderosos financiaron las protestas y definieron qué lugares debían ser atacados, como en efecto ocurrió. 

Cinco días después, el 23 de enero de ese año, una gran cantidad de pobladores inconformes se presentó en el Palacio de San Carlos, por ese entonces palacio presidencial. El mandatario de la República, Santiago Pérez, no tuvo otra opción que recibirlos. En la reunión, les explicó que el pan “debía ser fruto del trabajo y no de asonadas inconducentes”. 

Cordovez relata que un leguleyo que se encontraba presente respondió a gritos: “‘El que es causa de las causas es causa de los causados. ¡Abajo los molineros!’”, a lo que la muchedumbre enardecida contestó con “un tormentoso ‘¡Abajoo!’”. 

Dándole curso a lo previamente acordado, se dirigieron a la habitación de Joaquín Sarmiento, uno de los molineros que especulaba con las tarifas que se les cobraban a los productores de trigo por moler el cereal. Ni un solo vidrio de su residencia, ubicada en la calle Florian, hoy conocida como la carrera Séptima, quedó en pie. Los muros también fueron víctimas de los revoltosos. 

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De nada le sirvió ser uno de los fundadores del Banco de Bogotá; la furia era tal que la casa quedó casi en ruinas. Así permaneció el inmueble hasta 1910, cuando fue restaurado en el marco de los festejos por el centenario de la Independencia.

Luego de atacar la casa de Sarmiento, la turbulenta masa se desplazó a las diferentes panaderías de la ciudad, donde “ejerció el pueblo soberano el derecho a la lapidación”,  consignó el cronista. La panadería más afectada fue la de Matías Pérez, ubicada sobre la calle 12, debajo del puente de San Victorino, pues a este comerciante se le había atribuido la idea de suprimir el pan de a cuarto.

Después de estos ataques, aparecieron grandes carteles en los muros de la ciudad, en los que los panaderos anunciaron que continuarían amasando el pan de a cuarto, y en mejores condiciones. Así fue como terminó el “conflicto del pan de a cuarto”, como se le llamó al incidente.


¿Y qué fue de Sarmiento?

Después del ultraje al que fue sometido, Joaquín Sarmiento decidió radicarse en París y dejar en el pasado la afrenta recibida. En 1876, contrajo matrimonio con una señorita de nombre Sofía, por medio de un apoderado. 

En junio de 1877, y después de haberla instituido como heredera de la mayoría de sus bienes,  el ilustre personaje falleció. Su esposa mandó a embalsamar el cadáver por la suma de $12.000 pesos, toda una fortuna de la época. 

El cuerpo fue traído de vuelta a Colombia y posteriormente paseado por las fincas que le habían pertenecido al personaje. “El cadáver envuelto en tela impermeable, flotaba dentro de una gran caja de plomo llena de líquido, que al contacto con el aire esparcía delicioso perfume no solo en la casa, sino también en la vía pública: era tan perfecto el embalsamiento, que parecía dormido”. De esta manera narró Cordovez el lujoso y excéntrico sepelio. 

Doña Sofía terminó siendo asesinada por su sobrino, Justiniano Gutiérrez, en un intento por hacerse con su fortuna. Por este acto fue condenado a 10 años de presidio, pena máxima que era impuesta en castigo a los delitos atroces. 

Cordovez Moure dio en la época sus impresiones sobre lo sucedido, tras el aumento acordado de las tarifas: “El negocio de especular con el hambre del pueblo, empleándose en ello la adulteración de los víveres o el alza del precio en los artículos de primera necesidad por medio de odiosos monopolios, sobre inmoral es peligroso”, señaló, y la historia le dio la razón.

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