Conmemorar el trabajo
Victoria E. González M.
Comunicadora social y periodista de la Universidad Externado de Colombia y PhD en Ciencias Sociales del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) de la ciudad de Buenos Aires. Decana de la Facultad de Comunicación Social – Periodismo.
El 1 de mayo se conmemora el Día Internacional del Trabajo, una fecha elegida a propósito de la represión sangrienta que padecieron los obreros de la fábrica McCormick en Estados Unidos en el año 1886.
Si bien cientos de movilizaciones, marchas y huelgas en todo el mundo han permitido, con el paso de los años, la creación de leyes que mejoran las condiciones de tantos y tantas trabajadoras que a diario se vuelcan a empresas y fábricas para buscar el sustento, también lo es que las políticas retardatarias de varios gobiernos han logrado destrozar en poco tiempo, años y años de reivindicaciones laborales.
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Para las generaciones de mediados del siglo XX la mayor aspiración laboral era vincularse a una empresa que les permitiera permanecer, construir una carrera ascendente y, luego de un poco más de dos décadas, recibir una pensión para sobrellevar la vejez con dignidad y decoro. Y así fue para algunos, sin embargo, en países como Colombia, la grandes mayorías quedaron por fuera de ese “sueño” porque no había suficientes empresas para tantos necesitados de trabajo, porque mucha gente no contaba con la formación requerida para desempeñar ciertos cargos ni espacios para capacitarse o porque los dueños de muchas empresas desconocieron sus derechos fundamentales.
Esa mayoría infortunada se dedicó entonces al rebusque, a las ventas informales, al trabajo no calificado, por unos pocos centavos y con todo lo que ello implica, es decir, sin seguridad social y sin la posibilidad de retirarse en un momento en el que el cuerpo necesita reposo y la vida llama a recoger frutos.
Enfrentamos una situación compleja con esas generaciones, pero no solo con ellas, también con quienes en el siglo XXI empezaron a trabajar a destajo; por meses en el mejor de los casos; por días y haciendo parte de equipos constituidos para desarrollar proyectos efímeros. Esta generación que trabaja cuatro meses del años y se ve obligada a “descansar” y a comerse sus poco ahorros los ocho meses restantes tampoco tendrá una pensión. Entre tanto, muchos de ellos deberán sortear de alguna manera las deudas que le ha dejado su formación y trabajar sin horarios, sin límites y sin derechos, para poder sobrevivir.
En mora estamos de una gran reforma laboral, una en la que se deje de pensar en la inmediatez, en soluciones pensadas para el día a día. Una reforma que castigue a quienes se enriquecen gracias a la explotación de personas en condiciones de vulnerabilidad quienes inmersas en su propia necesidad terminan renunciando a sus derechos. Una reforma que, por fin, dignifique a los y las trabajadoras y que reconozca que son los ellas y ellos los que generan riqueza, desarrollo y calidad de vida para toda la sociedad.
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