“Desinformada”

Victoria E. González M.
Comunicadora social y periodista de la Universidad Externado de Colombia y PhD en Ciencias Sociales del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) de la ciudad de Buenos Aires. Decana de la Facultad de Comunicación Social – Periodismo.
El 13 de noviembre de 1985 subía por la Avenida Jiménez rumbo a la Universidad Externado cuando un compañero de curso paró su camioneta y se ofreció a llevarme el corto tramo que faltaba. Acepté su oferta y de inmediato noté su cara de angustia mientras oía las noticias de la mañana en el radio adaptado de su Ford F-100 Modelo 56.
Le pregunté sobre qué estaban hablando y por qué los periodistas estaban tan ofuscados; supuse que era algún desarrollo de la toma del Palacio de Justicia, un nuevo hallazgo. Él me miró con cara de enojo y de sorpresa y me dijo: “No puede ser que una estudiante de periodismo de séptimo semestre no se haya enterado todavía que acaba de desaparecer Armero.
Me sentí morir de preocupación y de vergüenza. Había pasado algo terrible en mi país y yo no tenía idea porque, como todos los días, me había despertado a poner la música habitual de mi grabadora. Trova, supongo. Desde ese día asumí una obligación, algo así como un hábito similar a tomar la ducha diaria, a lavar los dientes o a desayunar, de oír las noticias del día.
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Pasaron cerca de 40 años de ese terrible momento y ni un solo día dejé de encender la radio para iniciar el día “informada”. Ni siquiera en temporada de vacaciones. Eso, hasta hace dos meses largos. Específicamente el 20 de enero de 2025, inicié mi ritual cotidiano y, de repente, en una especie de Epifanía, supe que no tenía por qué seguir sometiéndome al terrible martirio de estar “súper informada”.
Tantas noticias terribles, tanta opinión encubierta de información, tanta sensación de derrota, de fracaso, del triunfo permanente del mal sobre el bien y de la injusticia sobre la justicia amargando el café de la mañana me puso al límite de mis fuerzas.
No niego que el resto del mes de enero me arropó la culpa de estar andando por el mundo en una especie de sopor sin saber lo que estaba pasando. Tampoco niego que, por momentos, tuve la preocupación de no saber responder a la pregunta de cualquiera de mis colegas sobre un tema de actualidad determinado, mientras, paradójicamente, disfrutaba la placidez de mi ignorancia.
También tuve la tentación de volver a oír noticias, incluso confieso que lo intenté un día, justo uno de esos días en los que aquellos que hablan pomposamente de la libertad de empresa y de la justicia de los poderosos cometieron actos discriminatorios y miserables contra sus semejantes y se ufanaron de ello gracias al eco de sus obsecuentes replicadores mediáticos.
Ese día, que pudo ser cualquiera, volví a mi decisión con más fuerza. No quiero estar informada, no puedo hacerlo, necesito una tregua, un remanso quizá definitivo, una pausa mientras el mundo se ponga un poco mejor, mientras los buenos vuelvan a ganar aunque sea una pequeña batalla.