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domingo, 21 de diciembre de 2025
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Impuestos en la historia mundial: de orinas, barbas y pies descalzos

Antes de que los colombianos empecemos a sentir los cambios que trajo la reforma tributaria, compartimos con nuestros lectores cinco anécdotas relacionadas con los impuestos a lo largo de la historia.
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Sin duda la discusión sobre los impuestos fue protagonista durante el 2022. El debate que se dio alrededor de la reforma tributaria liderada por el gobierno del presidente Gustavo Petro reveló la amplia gama de posturas asociadas al tema, la naturaleza controversial del mismo y la complejidad de los incentivos que genera.

Las polémicas en torno a la política tributaria no son nuevas. A través de la historia, han sido muchas las formas en que los gobiernos han intentado “desplumar al ganso sin que chille demasiado”, para parafrasear al ministro de finanzas Luis XIV, Jean-Baptiste Colbert. 


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En este comienzo de año, presentamos cinco historias extrañas, curiosas y divertidas asociadas a los impuestos, que ilustran las consecuencias no previstas de la política tributaria, dan cuenta de la creatividad de los gobernantes a la hora de buscar recursos y revelan las respuestas, muchas veces insólitas, de los gobernados.

El dinero y la orina

En la Antigua Roma, el emperador Vespasiano recicló un impuesto sobre la compra de orina que había establecido Nerón años atrás. En aquella época, por su alto contenido en amoniaco, la orina que se recolectaba de las letrinas públicas se vendía para los procesos de curtiembre, la producción de lana y como insumo para blanqueador de túnicas.

Cuando Tito, su hijo, lo interpela a causa de la naturaleza hedionda del impuesto, Vespasiano respondió con una frase que los codiciosos alrededor del mundo parecen tener pegada en la cabecera de sus camas: Pecunia non olet: la riqueza no huele.

Rebeldía Tributaria I: Lady Godiva

Probablemente algún lector habrá degustado los chocolates marca Godiva, originarios de Suiza, pero controlados por el conglomerado turco Yildiz Holding. 

Lady Godiva, en realidad, fue la esposa de Leofric, conde de Mercia (en las tierras medias inglesas). La historia cuenta que, a causa de las excesivas veleidades de Leofric por los impuestos exagerados, Godiva decidió desafiarlo saliendo a dar un paseo por la población inglesa de Coventry, desnuda sobre su caballo y cubierta solo por su frondoso cabello.


Los lugareños, conmovidos por el acto, decidieron no salir a la calle mientras ella paseaba y cerraron las ventanas y las puertas para evitar echar un vistazo, incluso por equivocación, a la portentosa aliada que consiguieron en su lucha contra los impuestos excesivos. 

Solo un habitante del pueblo, un sastre de nombre Tom, cedió ante su lascivia, su curiosidad o ambas, y decidió mirar. Desde entonces, en inglés se conoce como Peeping Tom (Tom el mirón) a aquel que practica el arte y la indiscreción del voyerismo.

Caras limpias

Ni las barbas, con su apariencia desordenada y su resistencia a ser domesticadas, se han salvado de los impuestos. 

En 1698, Pedro el Grande, en su afán por “modernizar” a Rusia en la línea de las potencias occidentales de la época (que tanto había disfrutado en sus opulentos viajes), no solo decidió construir San Petersburgo, sino que decidió también establecer un impuesto al vello facial, dirigido principalmente a los boyardos, que conformaban la nobleza agrícola, barbuda y retardataria a los ojos del zar. Esta contrastaba con la aristocracia francesa u holandesa tan admirada por el zar y que, por cierto, se afeitaba al ras.

Más que buscar un aumento en el recaudo, el impuesto buscaba modificar radicalmente el comportamiento de la población: los que decidían mantener la barba y pagar el impuesto, a cambio recibían una moneda de cobre que debían portar en todo momento.

La moneda tenía en su reverso un águila y en su anverso media cara con una boca enmarcada por una fina barba y pequeños bigotes. En ella se podía leer “el dinero se ha entregado” y,  de no portarla, la policía del zar tenía facultades especiales para afeitar con violencia al barbudo. 

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El impuesto, para el que las barbas postizas no eran tampoco una opción, fue abolido por Catalina La Grande en 1772.


Por otra parte, en 1936 el reino de Yemen adoptó un impuesto sobre la “no barba”, lo que permitía a lampiños y pogonofóbicos (aquellos que tienen una aversión irracional a las barbas) mantener la cara afeitada a cambio de un pequeño pago. De hecho, este es un ejemplo sutil de la tradicional rebeldía yemení, pues en otros países donde se sigue la ley islámica, el no llevar barba se castiga directamente. 

Rebeldía tributaria II: el seno de Nangeli

En el siglo XIX, los reyes de la India garantizaban la estabilidad del sistema de castas mediante los impuestos: los campesinos debían pagar un impuesto si querían usar alguna joya y las mujeres pobres debían hacer lo propio si querían cubrir sus senos, pues este tipo de pudor era considerado un privilegio exclusivo de las castas superiores.

Este último impuesto, conocido como mulakkaram, es la fuente de una leyenda trágica y poco conocida de resistencia tributaria. La historia cuenta que en 1840, en el pueblo de Cherthala, que por aquel entonces hacía parte del Reino de Travancore (hoy hace parte de Kerala, al sur del país), una mujer de nombre Nangeli decidió cortarse los senos y dárselos a los recaudadores del mulakkaram envueltos en una hoja de plátano como pago y como protesta.

Nangeli murió desangrada, y su esposo, devastado por la pérdida, decidió suicidarse arrojándose a la pira funeraria. En algunas regiones de la India esta costumbre solía ser a la inversa y con un giro macabro: a la muerte del marido le seguía la incineración obligatoria de su esposa.

La leyenda cuenta que el gobierno eliminó el impuesto al día siguiente. Y, durante mucho tiempo, Cherthala recibió el nombre de Mulachiparambu, que quiere decir “tierra de las mujeres con senos”.

El Puente de la Reina Emma

Muchas veces las buenas intenciones en materia tributaria terminan en situaciones inesperadas y generan consecuencias no previstas. Finalizamos este recuento con una anécdota caribeña que ilustra lo anterior.

Hasta 1934, se cobró en Curazao un peaje para cruzar el Puente de la Reina Emma. 


Con el propósito de aliviar la carga económica del peaje sobre los menos favorecidos, este se cobraba solo a las personas que tuvieran zapatos al momento de cruzar. 

Dicen los curazaleños de la época que a las autoridades les salió el tiro por la culata, pues muchos de los habitantes más pobres, temiendo ser estigmatizados como tales, con frecuencia pedían zapatos prestados para cruzar, mientras que los habitantes más ricos, siempre tacaños para pagar, no tenían inconveniente en cruzar descalzos.

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