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La frontera final

María Isabel Henao, Columnista

María Isabel Henao Vélez

Comunicadora Social y Periodista de la Universidad Javeriana. Especialista en Manejo Integrado del Medio Ambiente de la Universidad de los Andes. Twitter e Instagram: @maisamundoverde

Dicen que desde el albor de nuestra historia los humanos hemos dirigido la mirada al cielo tratando de descifrar las estrellas. Antes, como ahora, fascinados por las formas de las constelaciones, el súbito oscurecimiento del cielo o la transformación de la luna en un eclipse, el paso de un cometa o los mágicos colores de las auroras boreales. Todas esas manifestaciones del universo las hemos vivido en una balanza que oscila entre experiencias místicas y discusiones científicas junto a telescopios y computadores. 

Si a eso sumamos el espíritu andariego y explorador de nuestra especie anhelante de traspasar fronteras y conocer hasta el último rincón de la Tierra, pues el siguiente paso vienen siendo las estrellas. Algo comprensible, humano y fascinante.

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Surge la pregunta paradójica de si hay una frontera final en un planeta redondo, donde un eso queda lejos para mí, no es más que un eso está a la vuelta de la esquina para ti, y donde el final de un camino no es más que el comienzo de otro. En este planeta iluminado por una estrella que quizá, algún ser desde su planeta esté viendo durante las noches en su cielo, no existen fronteras. 

Poco a poco hemos venido entendiendo que la vida en esta Gaia se comporta como un organismo, compuesto de muchos otros seres individuales. Dicen que incluso en el universo encontrar una frontera final está como difícil en algo que parece estar en expansión… ¿hasta dónde?  

La seducción de traspasar fronteras parece que nos acompañará siempre. Pero la meta de la humanidad hoy es no traspasar algunas peligrosas, mortalmente peligrosas. Ya llevamos un año con un promedio de 1,5° Celsius más de temperatura media global y cada año que pasa se baten registros de los días más calurosos, los incendios más devastadores, los huracanes más grandes y duraderos, las sequías más prolongadas o las inundaciones más impredecibles; todos con resultados catastróficos. 

El próximo informe Planeta Vivo de WWF a salir el 10 de octubre (un estudio exhaustivo de las tendencias de la biodiversidad global y la salud del planeta). Seguramente reflejará el descenso abrumador de poblaciones de especies terrestres y acuáticas debido al impacto de una sola: la humana. 

Ese ser humano que observa extasiado las estrellas (pero no la gran mayoría que vive en las ciudades, porque la iluminación nocturna difícilmente alguna deja ver), hoy más que nunca debería estar enfocado en su planeta; en no traspasar las fronteras que detonan la doble crisis interrelacionada de la pérdida de naturaleza y cambio climático, crisis que está llevando al planeta a puntos de inflexión peligrosos e irreversibles. 

En cambio, estamos fabricando armas, embarcados en guerras, demorando la descarbonización que se necesitaba para anteayer, mirándonos el ombligo de nuestra tragicomedia política interna, pensando cómo salvar los negocios que se alimentan de quemar combustibles fósiles y mirando a las estrellas, pero para ver cómo llegamos a Marte o algún día a otro planeta donde no nos achicharremos o muramos envenenados por la contaminación. 

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Y vaya ironía, en el camino de encontrar el cohete potente que lleve turistas al espacio exterior, este ser humano (en este caso Elon Musk) termina impactando áreas de conservación y comunidades. 

Por mencionar un caso, el primer lanzamiento de Starship de SpaceX en abril de 2023 no solo provocó la destrucción del cohete, sino también de la plataforma de lanzamiento, ocasionando la caída de escombros, arena, tierra, trozos de metal y hormigón en un radio de hasta 10 km y de ceniza sobre comunidades cercanas. Incluso, el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos documentó una lluvia radiactiva. Por supuesto, de los errores se aprende y seguramente la tecnología será cada vez más segura, pero no va a dejar de impactar. 

No se me malinterprete, no condeno la carrera espacial. Soy una trekkie declarada que se sabe de memoria: “El espacio: la frontera final. Estos son los viajes de la nave Enterprise. Su misión continua: explorar extraños nuevos mundos, buscar nuevas formas de vida y nuevas civilizaciones, ir audazmente donde nadie ha llegado antes”. 

Mi punto es… nuestra misión conjunta como especie debe ser antes que cualquier otra, arreglar el desastre que tenemos armado en nuestro hogar y luego pensar en colonizar otros mundos (o extraerles los minerales). No nos digamos mentiras, no hay planeta B. El tiempo y la tecnología no nos va a dar para hallar un planeta como este y salir a tiempo hacia él antes de que todo colapse aquí. Debemos concentrar esfuerzos económicos, creativos e intelectuales en revertir la pérdida, restaurar el daño y encontrar soluciones a las causas, no en poner curas en heridas sangrantes. 

Un esfuerzo del que todos debemos estar pendientes y auditar como ciudadanos, es la agenda política internacional que intenta poner de acuerdo a los gobiernos de los países para diseñar los caminos a recorrer en la implementación de soluciones que descarbonicen el mundo y protejan y restauren la naturaleza. 

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De esa agenda, de esas cumbres o conferencias internacionales donde esas negociaciones ocurren, nuestro país será anfitrión de una radicalmente importante: La Conferencia (o cumbre) número 16 del Convenio sobre Diversidad Biológica de las Naciones Unidas. 

Más de 190 países harán presencia en Cali, entre delegaciones de gobierno, organizaciones intergubernamentales, no gubernamentales, expertos, científicos, comunidades y sociedad civil, para tomar decisiones políticas y adoptar medidas que permitan detener la pérdida de biodiversidad y avanzar en el plan para conservarla al 2030, denominado el Marco Global Kunming Montreal. 

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Durante la COP16, se revisarán los avances de los países en sus planes de acción, lo que ayudará a definir prioridades futuras y se avanzará en el desarrollo de un marco de seguimiento y en la movilización de recursos para enfrentar la crisis de biodiversidad. Las decisiones tomadas por los miembros (o partes) del convenio impactarán directamente la protección de especies y ecosistemas de todo el mundo.

Resumiendo, la COP16 es el principal espacio global donde los países revisan y actualizan sus compromisos de conservación de la biodiversidad, negocian acuerdos, avanzan en la movilización de recursos económicos y definen mecanismos para el uso sostenible de esos “recursos” que la naturaleza nos provee. 

También tratan el llamado “reparto justo” de los beneficios que trae el uso de esa biodiversidad, un tema central en la justicia ambiental y el desarrollo sostenible. Asunto no de poca monta es el beneficio derivado de los recursos genéticos: la información concentrada en el ADN de los organismos donde pueden residir el secreto de la resistencia a enfermedades, la adaptación al clima, principios activos para medicamentos más efectivos y alimentos, o el desarrollo de nuevas variedades de cultivos más resistentes.

La COP es un espacio donde las fronteras se diluyen. Donde entendemos que los límites los ponemos nosotros en el mapa político mental de unas naciones de las que no entienden las otras especies, y que la contaminación y las acciones en un lugar de la Tierra no se quedan confinados sino que afectan al resto. Un espacio donde personas de todos los aspectos, etnias, culturas e ideologías tratan de ponerse de acuerdo (y luchar entre el lobby de hombres grises que no quieren que lo hagan) para construir el mapa de un futuro de bienestar para todos. 

Los invito a estar pendientes de las noticias de esta COP16, a ser auditores, a interesarse en aprender más sobre cómo funciona la naturaleza y cómo ser parte consonante y no disonante de ella. Los invito a indagar sobre cómo implementar modos de vida más sostenibles y hacerlos una realidad en la casa, la oficina, el barrio y la ciudad. Los invito a enamorarse y cuidar de su entorno natural más cercano y del más lejano que visiten. 

Porque la frontera final está a la vuelta de la esquina, está en cada paso que damos para conservar esta maravilla biodiversa de planeta. No podemos mirar al espacio buscando al horizonte un planeta idílico cuando tenemos bajo los pies el planeta más extraordinario posible. Es nuestro deber moral sanarlo y permitir que todos los seres magníficos que lo habitan puedan prosperar en él.   

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