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En el aniversario del nacimiento de Lewis Hine, debemos enfrentar la realidad del trabajo infantil en el siglo XXI

Fernando Morales De la Cruz, Columnista, Más Colombia

Fernando Morales-de la Cruz

Por Fernando Morales-de la Cruz, fundador y editor en jefe de The Lewis Hine Initiatives

El 26 de septiembre, hace 151 años, nació Lewis Hine en Oshkosh, Wisconsin. Fue maestro y se convirtió en un fotógrafo pionero que defendió el derecho de los niños a la educación al denunciar el trabajo infantil con su cámara. Sus imágenes obligaron a Estados Unidos a enfrentar una verdad intolerable: millones de niños estaban siendo despojados de su infancia en fábricas, minas de carbón y campos agrícolas.

Las fotografías de Hine eran más que arte: eran pruebas. Su lente expuso la inhumanidad del trabajo infantil y ayudó a construir la voluntad política para prohibirlo. Sin embargo, hoy muy pocos maestros han oído hablar de Lewis Hine, a pesar de que su obra transformó la vida de los niños en Estados Unidos y la educación en general.

Pero en 2025, el mundo todavía se niega a confrontar su propia complicidad. El trabajo infantil no es historia: es nuestro presente. Hoy trabajan casi 400 millones de niños. Casi un millón de niños trabajan en Estados Unidos, y cerca de dos millones dentro de la Unión Europea. Incluso las sociedades más ricas han fracasado en actuar.

El mundo se comprometió a eliminar el trabajo infantil y el trabajo forzoso para 2025, y los líderes del G7 renovaron esta promesa en las Cumbres de Elmau, Hiroshima y Puglia; sin embargo, prácticamente no se ha hecho nada para cumplirla.

1910 – Niños seleccionadores de carbón (“breaker boys”) trabajando en Ewen Breaker, Pennsylvania Coal Co

La Unión Europea afirma tener tolerancia cero hacia el trabajo infantil, pero al mismo tiempo apoya modelos de negocio que explotan a los niños, perpetuando el mismo sistema que dice combatir. Los políticos han fallado a los niños más pobres, dejando que millones continúen trabajando en condiciones inhumanas.

Al mismo tiempo, decenas de millones de niños se desloman en las cadenas de suministro de corporaciones globales. Noruega, que administra el mayor fondo soberano del mundo con 2 billones de dólares en activos y acciones en más de 9.000 corporaciones, obtiene beneficios de la explotación de estos niños. No se trata de un descuido: es un modelo de negocio. Al invertir en empresas que dependen del trabajo infantil, Noruega se enriquece a costa de los derechos de los niños, violando tanto el derecho internacional como su propia constitución.

La hipocresía va aún más lejos. Durante 54 años, el Foro Económico Mundial ha afirmado estar “comprometido con mejorar el estado del mundo”. Sin embargo, hoy más de 75 millones de niños trabajan para el beneficio financiero de los 2.500 participantes del Foro: directores generales, financieros y políticos que se reúnen cada año en Davos. Su retórica sobre sostenibilidad y derechos humanos se derrumba frente a una realidad que se niegan a reconocer. Y mientras esta esclavitud moderna continúa, gran parte de los medios internacionales miran hacia otro lado.

Tampoco las corporaciones pueden declararse inocentes. Ninguna empresa de la lista Fortune 500 puede afirmar que sus cadenas de suministro están libres de trabajo infantil. Demasiadas de ellas explotan conscientemente a cientos de miles de niños para reducir costes y aumentar beneficios. Incluso organizaciones que aseguran luchar contra el trabajo infantil —incluidas UNICEF, la OIT y muchas ONG— reciben importantes fondos de esas mismas corporaciones, generando un conflicto de intereses que socava su misión declarada. Su silencio no es ignorancia: es complicidad.

Legislaciones como la Ley de Esclavitud Moderna del Reino Unido o la Directiva de Diligencia Debida de la UE no eliminarán el trabajo infantil ni la esclavitud en las cadenas de suministro. Sin una aplicación rigurosa y mecanismos de rendición de cuentas, tales leyes permanecen en gran medida como gestos simbólicos mientras los niños siguen sufriendo.

Por eso el legado de Lewis Hine es tan urgente. El mundo necesita una iniciativa global coordinada de periodistas de investigación, fotógrafos y reporteros audiovisuales que, como Hine, conviertan el sufrimiento invisible en verdad innegable. Sin investigación hay negación; sin imágenes hay invisibilidad. El periodismo y la fotografía juntos tienen el poder de transformar estadísticas en historias humanas, de despertar indignación y de presionar a gobiernos, corporaciones y ciudadanos a actuar.

Pero el valor no es suficiente. Los reporteros de investigación y los periodistas visuales necesitan protección, recursos financieros y reconocimiento. Si hablamos en serio sobre acabar con el trabajo infantil, debemos invertir en quienes arriesgan todo para exponerlo.

Los niños no pueden hacer lobby en los parlamentos. No pueden organizar ruedas de prensa. Pero su realidad sí puede documentarse —y una vez documentada, no puede ignorarse.

Laura Petty, una niña de 6 años que recogía bayas en la granja Jenkins. Recibía 2 centavos por caja. Rock Creek, Maryland, junio de 1909

En el 151 aniversario del nacimiento de Lewis Hine, honrémoslo no con nostalgia, sino con compromiso. Compromiso para construir un nuevo movimiento global de periodistas de investigación y narradores visuales, asegurando que en nuestra vida las cámaras y el periodismo vuelvan a ser herramientas de justicia lo suficientemente poderosas como para abolir el trabajo infantil en todas partes.

Y apelamos también a los maestros, en todas las aulas y en todos los países: enseñen la historia de Lewis Hine. Enseñen a los niños que la educación es un derecho, no un privilegio, y que fue defendida por un maestro que usó su cámara para luchar por la justicia. Si su historia se recuerda, puede inspirar a la próxima generación no solo a valorar la educación, sino también a defender los derechos humanos con la misma valentía.

Debemos ir más allá. Las universidades y las escuelas de periodismo deberían integrar la obra de Lewis Hine en sus programas, formando a futuros periodistas de investigación, fotógrafos y reporteros audiovisuales para seguir sus pasos. Al educar a los jóvenes profesionales sobre el poder de la narración visual y la investigación periodística, podemos asegurar que el legado de Hine perdure y que los derechos de los niños sean protegidos en todo el mundo.

Fernando Morales-de la Cruz es fundador y editor en jefe de The Lewis Hine Initiatives.

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