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martes, 7 de octubre de 2025
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Monstruos del mar

María Isabel Henao, Columnista

María Isabel Henao Vélez

Comunicadora Social y Periodista de la Universidad Javeriana. Especialista en Manejo Integrado del Medio Ambiente de la Universidad de los Andes. Twitter e Instagram: @maisamundoverde

Hubo un tiempo en el que las delicias del entretenimiento las fabricaban narradores de historias en los puertos, convirtiendo en héroes a marineros ajados por el sol y el salitre, embargados del hastío por largas temporadas entre las maderas de sus botes, desembarcando enfermos de escorbuto y a media caña, sedientos de ron aunque hubiesen vaciado los barriles de la despensa. Sí, parece que fue ayer cuando no existían las plataformas digitales, la televisión o la radio, o incluso cuando las imprentas apenas producían unos cuantos libros para el clero o los afortunados que podían leer o comprar algún tomo de aventuras con el cual entretener el espíritu de las faenas diarias.  

Ajustándonos a la cruda realidad de los viejos tiempos, los curtidos marineros, aún el capitán más almidonado, no debieron ser material de inspiración literal para los narradores de historias hambrientos de guion con que deslumbrar a sus audiencias. Vino entonces la creatividad a sazonar las travesías en altamar (tan duras en las tormentas o tan llenas de estupor en las calmas chichas) con monstruos del mar que llenaron de peligro los viajes más allá del horizonte: calamar gigante por Kraken o ballena de grandes dimensiones por Leviatán que devoraba barcos. Apoyadas en animales existentes o totalmente en la ficción, la literatura, y hasta un punto que sorprende también las incipientes ciencias biológicas, describieron monstruos del mar como el Umibōzu del Japón, el Makara en la India o la Hidra de Lerna en Grecia. En griego, κῆτος – kētos-  significa ballena o monstruo marino, y cuenta la leyenda que lo acuñó Aristóteles para referirse a los animales acuáticos de respiración pulmonar. De ahí derivó la palabra cetáceos, que agrupa a los mamíferos placentarios adaptados a la vida acuática y al que pertenecen 89 especies de ballenas, delfines y marsopas.


Maria Isabel Henao. UTR. Ballenas. Columna 2
Foto: Cortesía de María Isabel Henao

Al sol de hoy, las aventuras están más a la orden del día, son menos peligrosas y la literatura de ficción pinta a los monstruos como alienígenas. Hoy podemos avistar ballenas sin querer arponearlas, por el placer de emocionarnos con sus saltos y el sonido de su respiración o de su canto (gracias a los hidrófonos). Es agosto y en el pico de la temporada de ballenas jorobadas en el Pacífico colombiano algunos afortunados viajaremos a nutrir el alma con la presencia de estos colosos cetáceos.  

Incluso deberíamos presentarles disculpas no solo retroactivas por haberlas cazado al borde de la extinción sino por ser los verdaderos monstruos del mar. Dejemos que lo explique el doctor Harry Lillie, quien en 1496 acompañó una de las primeras expediciones balleneras británicas a la Antártida: “Si pudiéramos imaginarnos a un caballo con dos o tres lanzas con explosivos en su estómago, arrastrando un coche por las calles de Londres mientras riega de sangre el suelo, nos haríamos una idea del método de muerte. Los propios arponeros admiten que, si las ballenas pudieran gritar, la industria se acabaría, porque nadie sería capaz de resistirlo”.

Maria Isabel Henao. UTR. Ballenas. Columna 3
Foto: Cortesía de María Isabel Henao

Es imposible matar un animal tan grande y resistente como una ballena de forma instantánea, así que su penuria y agonía silente sigue tiñendo de rojo nuestros mares. El ser humano ha inventado diferentes sistemas, no por compasión, sino por agilizar el proceso con toda clase de arpones eléctricos o envenenados, explosivos y garfios. Por unos momentos imagine que a usted le disparan un arpón en el vientre, luego adentro detona un explosivo y el arpón se abre como una sombrilla y cuatro garfios se enganchan a su carne. ¿Le gustaría una muerte así? Si usted es de los que resiste cierto morbo mortuorio, vaya a este artículo de hace unos años, pero que retrata en detalle los “creativos” y actuales métodos para matar ballenas (por cultura o “fines científicos”) que usan cazadores de Noruega, Japón, Corea del Sur, Islandia o Groenlandia (puede consultar el enlace aquí).

Durante demasiado tiempo hemos desconocido las complejidades de los ecosistemas marinos. Como buenos animales de tierra, la mayoría dejamos a los ojos apenas avistar la superficie y a los pies remojarse en las playas. A lo largo de la historia percibimos el océano como una mezcla entre despensa de frutos del mar y zona plagada de monstruos que había que matar. La industria ballenera se remonta al siglo XI, con artesanales métodos y menores capturas, avanzando a finales del siglo XIX, cuando los barcos de vapor y arpones explosivos permitieron capturar especies más veloces como ballenas azul o rorcuales. Uno pensaría que la caza se orientaba al consumo de su carne, pero la verdad es que las ballenas jorobadas y los cachalotes fueron cazados principalmente para obtener aceite para lámparas del alumbrado en las ciudades. Y de no creerse, en la Primera Guerra Mundial se fabricaron explosivos con glicerina extraída del aceite de ballenas antárticas. 

Nosotros, los verdaderos monstruos del mar, no solo hemos causado la muerte dolorosa a millones de cetáceos (solo en el siglo XX se sacrificaron 2.9 millones de ballenas según cálculos presentados por Marine Fisheries Review) sino que por cortesía de la pesca industrial y sus redes de arrastre hemos acabado con delicadas áreas, puesto en peligro a numerosas especies y en peligro nuestra seguridad alimentaria, porque el mar podría dar el sustento a millones sin métodos tan destructivos como los que seguimos usando. Solo hasta 1982 la Comisión Ballenera Internacional propuso una moratoria total de la caza comercial de ballenas, que entraría en vigor en 1986. De este organismo internacional les voy a escribir pronto, pues es muy interesante su evolución a lo largo de la historia. De ser casi un club de balleneros ha venido orientándose hacia la conservación y el estudio de cetáceos, enfrentando los intereses de Japón, Noruega e Islandia que desean proseguir con la captura de ballenas a la mayor escala posible y que se refugian en lagunas legales de la Comisión y en la excusa de “capturas científicas” para seguir cazando cada año millares de individuos. Seis de las 13 grandes especies de ballenas están clasificadas como en Peligro o Vulnerables, aún después de décadas de protección. Algunas podrían extinguirse en nuestro tiempo de vida si no actuamos ahora. 


Maria Isabel Henao. UTR. Ballenas. Columna
Foto: Cortesía de María Isabel Henao

Si usted tiene la suerte de agendarse este año para ir a avistar ballenas, seguramente el operador turístico le contará aspectos maravillosos de las jorobadas. Como que sus heces ricas en hierro, nitrógeno y otros nutrientes fertilizan el fitoplancton del que se alimentan crustáceos como kril, que a su vez sostienen la vida de cientos de especies de peces, aves y mamíferos marinos, incluidas las ballenas. En este círculo virtuoso, las ballenas mitigan el cambio climático porque el fitoplancton que genera esqueletos de carbonato de sílice, secuestra CO2 en forma más directa, y al morir, ese carbono cae a las profundidades aislándose de la atmósfera durante siglos. 

Por esta época están a mano folletos o artículos de prensa con las normas para una observación responsable. Sígalas y si no se las dicen, averígüelas, mejor dicho aquí se las dejo (puede consultarlas en este enlace). Todavía hay mucho capitán de bote irresponsable que le mete chancleta al motor para perseguir como loco a las ballenas, perturbando la tranquilidad de ellas y fusionando las vértebras de los pasajeros tras una sesión de golpeteo de la lancha contra el oleaje. Yo aquí le voy a contar cosas que en la “lúdica del paseo” sería muy raro que le dijeran. Y son las amenazas que se ciernen sobre unos seres que una vez se tienen cerca, pueden enamorarlo para siempre. 

Entre las actividades humanas que amenazan las ballenas, está el cambio climático, la afectación por la polución química y plástica, y el riesgo de enredarse en las redes de pesca. Se calcula que cada año mueren 300.000 ballenas, delfines y marsopas como consecuencia de las capturas accidentales en la pesca. Pero hoy quiero ahondar en dos amenazas menos divulgadas. Entre 1992 y 2013, el volumen de tráfico marítimo mundial se incrementó en un 300%. Por las rutas marítimas más transitadas del mundo navegan superpetroleros, buques de carga y transbordadores de alta velocidad que se solapan con importantes hábitats de ballenas. Este tráfico no solo libera un mayor número de contaminantes al agua y el aire, y Gases de Efecto Invernadero, sino que comporta múltiples amenazas para los cetáceos. Las colisiones con buques causan mutilaciones, traumatismos o muertes debido a que la mayoría de los grandes cargueros o petroleros viajan a velocidades que no les permitirían alterar el rumbo si detectaran una ballena en su camino. Así que si doña ballena no está mosca para tomar acción evasiva, tiene su impacto. Pues que se corra, dice don marinero. No es tan fácil. Ballenas que descansan o salen a la superficie después de una larga inmersión son especialmente vulnerables si no son capaces de detectar los buques a tiempo para maniobrar y alejarse. De este modo, las colisiones son una de las principales causas de mortalidad para varias poblaciones de ballenas en todo el mundo, incluyendo muchas que ya están amenazadas o en peligro después de décadas de caza de ballenas.

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De igual manera el tráfico marítimo está duplicando la contaminación acústica subacuática cada década, y en el Ártico, esta aumenta a un ritmo todavía más rápido. Este ruido causa daños en la audición, cambios en el comportamiento, enmascara la comunicación, aumenta el estrés y tiene efectos sobre las presas. El ruido submarino creado por la navegación perturba la ecolocalización usada por los cetáceos para navegar y alimentarse, enmascara la comunicación entre los miembros del grupo, causa el desplazamiento de hábitats que necesitan frecuentar y, en casos extremos, puede causar daño en la audición. El documento Shipping and Cetaceans, de WWF (puede consultarlo en este enlace), cita estudios en los que las ballenas jorobadas respondieron al ruido de las embarcaciones con cambios en sus vocalizaciones (aumento del volumen o cese de su canto), cese de la alimentación o cambios en la duración de la inmersión, el comportamiento en la superficie, la velocidad de natación o los patrones de respiración.

Maria Isabel Henao. UTR. Ballenas. Columna 4
Foto: Cortesía de María Isabel Henao

Los cetáceos llevan evolucionando 50 millones de años sobre la Tierra, versus los 7 millones de años atrás a los que se remontan los primeros homínidos. En atención a ese esfuerzo, ¿qué hacer para protegerlos? Es necesario reducir eficazmente el impacto del transporte marítimo, alejando los barcos de las ballenas, reduciendo la velocidad en las principales rutas marítimas (10 nudos o menos), haciendo los buques más silenciosos con tecnologías de reducción de ruido y fomentando los incentivos en los puertos y la eco-certificación. Y algo bien importante: hacer que las políticas internacionales respeten y protejan los “corredores azules” (puede leer sobre el tema en este enlace), supercarreteras de migración que permiten a la megafauna marina moverse entre áreas de hábitat crítico y que son esenciales para su supervivencia. 

Es una tarea de todos —de los científicos que proporcionan evidencia de los riesgos o la escala de impacto para los cetáceos, de la industria y de los responsables políticos (locales, nacionales e internacionales)— incentivar y ordenar medidas de mitigación, y hacerles un seguimiento que asegure el cumplimiento, la evaluación de las estrategias y, en caso de ser necesario, corregir el rumbo. ¿Los ciudadanos como usted y yo? Podemos votar en interés de la naturaleza que nos sustenta, aprender más de los nexos entre ella y nuestro bienestar, hacer veeduría, divulgar, apoyar a comunidades locales de buenas prácticas pesqueras y portarnos bien durante los avistamientos turísticos de ballenas y delfines. Es hora de dejar de ser los monstruos del mar. Es hora de sumergirse en el planeta Océano con respeto y con amor, por cursi que suene. P.D. Le recomiendo ver con los pequeños de su familia la película animada Monstruo del Mar, está en Netflix. Por ella me decidí a escribir estas líneas.

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