Todo por las ruanas
Santiago Quintero Pfeifer
Politólogo de la Universidad de los Andes, creador de contenido.
Uno de los datos más llamativos y menos mencionados de la vida de Jorge Eliécer Gaitán es que fue alcalde mayor de Bogotá entre 1936 y 1937, en una época en la que no existía el voto popular para elegir alcaldes, gobernadores ni concejales. Su reto esencial era preparar a la ciudad para mostrarle al mundo su potencial, de cara a la conmemoración de los 400 años de su fundación.
Desde su posición como burgomaestre, Gaitán impulsó una serie de reformas que resultaron llamativas —y en no pocos casos controversiales— para la administración pública de la época.

Entre ellas: promover eventos culturales como ferias y encuentros literarios, inaugurar 32 lavanderías públicas que anticipaban políticas en torno al cuidado y la higiene, instalar filtros en las chimeneas industriales para mitigar la contaminación, establecer mediante decreto parámetros para la uniformidad estética de las fachadas en la ciudad (una medida que no imagino recibiendo apoyo hoy de quienes se dicen nostálgicos del caudillo), promover normas de aseo personal mediante campañas públicas, y, de manera particular, prohibir el uso de ruanas y alpargatas entre los conductores de taxis, acompañando esta medida con la obligatoriedad del uso de taxímetros regulados, cuya verificación quedaba a cargo de la Alcaldía.
Fue esta última medida la que desató una fuerte reacción de un sector de la ciudadanía, que incluso llegó a calificarlo de autoritario. La presión social y política terminó por hacer inviable su gestión, forzando su salida del cargo en enero de 1937.
Más allá de juzgar si fue una buena o mala decisión, este episodio me lleva a una reflexión: ni siquiera aquel al que apodaron “el caudillo del pueblo” logró escapar a la crítica constante que parece anidada en el inconsciente colectivo de Bogotá, y que persigue a cada alcalde o alcaldesa desde entonces.

Quienes se han sentado en la silla del Palacio Liévano —de izquierda, de derecha o de centro— han debido enfrentar ese malestar adánico, una incomodidad persistente frente a los intentos de transformación. Las “ruanas” de cada época han tenido diferentes formas: la hora zanahoria de Mockus, el fin del cartucho con Peñalosa, las valorizaciones con Garzón, entre otras.
Confío en que un sector importante de la ciudadanía bogotana sabrá poner por encima de las nimiedades a la ciudad misma y dejar atrás ese malestar que, en 1937, depuso a Gaitán y todo por las ruanas.
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