Decir no es hacer
Laura Bonilla
Subdirectora de la fundación Pares. Politóloga, magíster en estudios políticos y latinoamericanista. Experta en paz, seguridad y violencias organizadas.
Por mucho que nos esforcemos por creer lo contrario, existe una diferencia abismal entre decir algo y llevarlo a cabo. Nos quejamos permanentemente de que nadie hace nada, pero la verdad es que, en Colombia, tal vez debido a la profunda formación patriarcal que llevamos a cuestas, le tenemos un especial desprecio a “hacer cosas”.
Tanto es así que el llamado voto de opinión (o no-orgánico) ha virado cada vez más hacia personas con cierta popularidad y propuestas más bien vagas. En Colombia, al igual que en otras partes del mundo, a menudo votamos por famosos o por personas que simplemente dicen lo que queremos oír.
La lucha contra la corrupción o la promoción de la transparencia se traduce en un montón de papeleo adicional que deben llenar y revisar hordas de prestadores de servicios, sin que esto realmente prevenga nada. El desprecio por la manera en que se formulan y ejecutan las políticas es una tradición que ha venido empeorando a medida que los partidos políticos se desdibujan.
¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Mucho. Partidos débiles significan propuestas débiles, y en una democracia tan frágil como la nuestra, esto se traduce en resultados débiles. Pero, sobre todo, se trata de ejecuciones a corto plazo que no permiten medir resultados.
Un ejemplo reciente es la comparación entre las transferencias monetarias y el discurso tradicional de fomento a la equidad. Cuando prevalece la prioridad de mantener el símbolo (como la idea de que solo los operadores públicos deben ejecutar políticas públicas), se produce un efecto adverso y negativo sobre los subsidios que, en principio, deberían tener resultados positivos.
Y no es que los privados siempre obtengan resultados positivos. También sería una gran mentira afirmarlo. Lo que siempre debemos hacer es permitir que la evidencia hable. Y en este caso, hacer que una persona pobre y campesina, con hijos y personas adultas a su cuidado, tenga que hacer una fila de tres horas para reclamar un subsidio, no es un tema menor.
Calcule usted que esto implica un costo promedio de $50 mil pesos en transporte y alimentación y, además, probablemente se pierda un día de trabajo (aproximadamente $60 mil pesos).
En total, esto resulta en un costo asociado de $110,000 pesos que se descuentan del subsidio recibido, y que podría haberse evitado manteniendo una solución más eficiente. De esta forma, la percepción de esta persona sobre su subsidio es que su situación ha empeorado. Recordemos que la pobreza también implica pobreza de tiempo, que no se soluciona con simples campañas.
Por otro lado, ocurre un caso completamente contrario con la prestación de los servicios de salud en zonas rurales. Desde la aprobación de la Ley 100 de 1993, el país se ha enfocado en promover un servicio que ningún privado con capacidad quiere asumir en las zonas apartadas porque simplemente quebraría.
Si no nos hubiéramos enfocado tanto en la denuncia del modelo, sino en tener listas y estudiadas las alternativas, el país no se habría enfrascado en una discusión inane sobre la reforma a la salud.
El siguiente ejemplo, y tal vez el más dramático, es la implementación de la política de seguridad. Sabemos que no queremos pacificar el país a través de las armas. Sabemos que los grupos armados tienen cierto componente político incluso en sus estructuras más criminales. También sabemos que hay una profunda vinculación entre este conflicto y las economías ilícitas, y somos expertos en señalar lo que no se debe hacer. Pero no sabemos a ciencia cierta qué se debe o qué se puede hacer. Y aún peor: nos negamos a aprender de nuestra propia evidencia, simplemente porque nos da miedo evaluarnos.
¿Por qué, entonces, sería importante tener partidos sólidos? ¿No bastaría con seguir eligiendo al individuo que me “suene” más? La respuesta es que se necesita conocimiento experto desde adentro para tener propuestas que valgan la pena, produzcan resultados y permitan materializar ideas de cambio a largo plazo, como naturalmente debe hacerse el cambio.
No tiene presentación que los partidos sean una colcha de retazos de cualquier cosa, cuya única experticia sea administrar la burocracia estatal. Si nuestra izquierda no hubiera estado tan concentrada en destrozarse mutuamente, probablemente tendríamos hoy mejores resultados que mostrar.