El agua sola

María Isabel Henao Vélez
Comunicadora Social y Periodista de la Universidad Javeriana. Especialista en Manejo Integrado del Medio Ambiente de la Universidad de los Andes. Twitter e Instagram: @maisamundoverde
Esta vez pedí ventana. Contraviniendo la practicidad de “pasillo lo más adelante posible” para poder salir pronto del avión, con lo que trato de restar minutos para llegar a casa a sabiendas del trancón bogotano que de rigor me espera. Pero esta vez no iba de regreso, esta vez, iba para el Amazonas y quería gozar la vista desde la altura. Extrañaba el darle forma a las nubes y la poderosa visión del tapete de brócoli denso y verde que asemeja la selva desde arriba.
Le puede interesar: De la Plaza de Bolívar a las urnas: todo lo que debe saber sobre la Consulta Popular
Al comienzo volamos entre tiras de algodones desmechados y luego, más abajo y durante largo rato, sobre un colchón de ñoquis perfectamente armados. Ya acercándonos a Leticia nos sumergimos en una densa capa gris y mi ventana empezó a ser arañada por profusas líneas de agua… ingresábamos justo al interior de un río volador. De repente abajo entre la mata de selva empezaron a avistarse trazos sinuosos de otros cursos de agua. El agua en todas partes y en todas sus expresiones, pensé sonriendo… sí que somos agua.
Es temporada de aguas altas y pronto se alcanzará el pico de altura en el cauce del río, por lo que la lancha, que aquí llaman rápido, se toma en el puerto frente al mercado de Leticia. Aquí es donde la huella humana sobre el agua empieza a hacerse evidente.
Entre el vaivén de las aguas, cerca de la balsa donde se aborda la lancha, flotaban una cuchara de plástico, una bolsa para agua, un portacomidas de icopor y unas cuantas bolsas de rayas azules (esas en las que la gente mete hasta la compra de un botón). A lo largo del recorrido hasta Puerto Nariño divisé no delfines sino botellas plásticas. Esas de bebidas que en promedio la gente demora 12 minutos en tomar y cuyo envase dará vueltas por años hasta tostarse al sol, resquebrajarse y volverse pequeñas partículas que se acumularán en los animales que comemos, los líquidos que bebemos y que terminarán circulando por nuestra sangre y abriéndose espacio en nuestro cerebro. Sí que somos plástico, pensé… esta vez la sonrisa se volvió mueca.
Si piensa en la Amazonia, ¿qué se le viene a la mente? Quizá una gran mancha verde en Latinoamérica. Si ha visto imágenes satelitales con información de puntos de calor y deforestación, la mancha está pintada de naranja y rojo por las abundantes quemas y talas, y de beige por las zonas donde ya no hay selva sino sabana. Quizá también se le venga a la cabeza una frase repetida a lo largo de muchos años en los medios de comunicación e instituciones educativas: “el Amazonas es el pulmón del mundo”.
Pero los verdaderos pulmones del planeta son los océanos, cuyo fitoplancton produce entre el 50 y el 80% del oxígeno liberado por los organismos que realizan fotosíntesis. La vida marina consume oxígeno también, así que no vaya a creer que no son necesarios los bosques y plantas de otros biomas; así que ese cálculo de que la selva amazónica produce el 20% del oxígeno global, resulta preciado para cada inhalación que hacemos.
Piense en el Amazonas como tres ríos en uno: el que viaja serpenteante por el cauce, el que vuela por encima y el que yace subterráneo (según algunos científicos tiene más caudal que el de la superficie). Piense en la Amazonia más bien como un enorme sistema circulatorio acuático, cuyos latidos impulsan y conectan los ciclos de vida de la naturaleza a través de lo que se ha llamado el pulso de inundación.

Una teoría que explica cómo en los ecosistemas ribereños tropicales las aguas obedecen unos patrones de expansión y contracción propiciados por las temporadas de lluvias, el aporte de los afluentes desde los Andes, la bomba biótica de la evapotranspiración de los árboles de la selva y el aporte de las aguas subterráneas, entre otros.
A lo largo del año, atestiguar el ciclo de las aguas en el Amazonas es verse transformar el paisaje de maneras sorprendentes. De un río contraído a caudales mínimos en el pico de aguas bajas que deja al descubierto extensas playas, se da paso en paulatino llenado a las aguas intermedias y ellas a las aguas altas, en las que el cauce del río sube en algunos puntos hasta 12 metros de altura. Asemejado a una sístole y diástole ese sistema circulatorio abre y cierra hábitats y ciclos para todas las especies de fauna y flora haciendo que la vida sea posible.
A esta altura se preguntará por qué titulé “el agua sola”. Son varias razones. Los ríos del Amazonas están corriendo el riesgo de quedarse en solamente agua, un elemento conductor en pena, extrañando la vida que antaño albergó. En este viaje se me atravesó en el corazón la solastalgia y preocupación de mi esposo con respecto al paisaje que ha visto transformarse en 3 décadas.
En lo que ha venido a llamar “desiertos de agua” él extraña el vuelo de abundantes colonias de murciélagos, enjambres de mariposas o bandadas de cormoranes; los caimanes y tortugas que ya no se ven a las orillas de los ríos; el pescado escaso en el mercado y los menús de las casas y restaurantes; las especies de peces que ya no tienen ni el tamaño ni la abundancia de antes, y como pérdida dolorosa y significativa el menor avistamiento de delfines.
Esos seres mágicos, protagonistas de tantos relatos indígenas, por los cuales los turistas pagan el pasaje y el paquete completo moviendo la economía de la región. Una pérdida que hacen evidente los datos del descenso en las poblaciones de delfines rosados y grises en los últimos 30 años, tomados por la Fundación Omacha de manera particular y junto organizaciones y entidades aliadas: 52% para Inia geoffrensis (rosados) 37% para Sotalia fluviatilis (grises).
Fui por primera vez a la Amazonia en el 2003. Y los pasados 10 años he estado yendo de manera regular. Y en 10 años, yo lo noto. El agua se está quedando sola. Tengo en mi memoria risas y alegrías desatadas en horas de ver delfines saltar, soplar o seguir un bote. En este viaje lo que más vi fueron botellas plásticas de gaseosas flotando en el río. Y mi esposo tuvo que irse a dos horas en el bote a buscar delfines con toda la paciencia del mundo para lograr ver lo que antes veía enfrente o a pocos minutos de Puerto Nariño. ¿Y qué podemos hacer para no dejar sola al agua? Complejísima pregunta en una región con tantas amenazas a su biodiversidad y cuyas soluciones dependen de la voluntad de tantos actores.
Empezando por los gobiernos nacionales y locales, y su interacción con los intereses de los dueños de las economías extractivas legales (con poderosos lobbies) e ilegales con brazos armados y criminales. Y siguiendo con las organizaciones de la sociedad civil que empujan procesos valiosos pero muchas veces desarticuladas, perdiendo así potencia e impacto. Y terminando con el ciudadano de a pie, tanto el “consumidor” que se beneficia de los servicios que la selva y el río llevan hasta las ciudades, como el que vive en la región, sea colono o indígena.
También le puede interesar: Otro 1 de mayo sin empleo digno: el trabajo en Colombia no da para vivir
Como todos ustedes queridos lectores entran en la categoría de ciudadanos de a pie, les dejo algunas acciones para que todos los días nos encaminemos al logro de un consumo y comportamiento sostenible, que conserve, proteja y respete la naturaleza vibrante de la Amazonia (sí, aún vibra y es hermosa a pesar de las pérdidas) pero, sobre todo, que permitan que el agua no se quede sola. Apúntenlas en la nevera, o como hace mi mamá, en el espejo del baño para que no se le olviden.
- Empiece por el plato. En primer lugar, tener trazabilidad del origen de la carne de vaca es imposible en estos momentos. Positivo sería que el animalito fuese nacido y criado en sabanas inundables de la Orinoquia donde el ecosistema permite la ganadería sostenible. Pero si viene de la selva deforestada, todo mal. Por cada árbol cortado la llave del agua se va cerrando (menos evapotranspiración), así que bájele al consumo de res, sea creativo ¡fuentes de proteína hay muchas más! (e incluso unas vegetales deliciosas).
En segundo lugar, la sobrepesca ha colapsado las poblaciones de numerosas especies de peces, como los grandes bagres. No solo se surte y consume en la región, sino que, para surtir el apetito por pescado en ciudades más apartadas, las redes atrapan lo que sea y como sea, capturando peces que no tuvieron el chance de reproducirse o de alimentar a otras especies como los delfines… dejando el agua sola. En la línea de trabajo de alimentos de WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza) enseñan: “Coma variado, local y sin desperdicio”. Haríamos bien en poner en práctica esta triada a la hora de consumir conscientes del impacto que millones de personas sumadas podemos ejercer sobre el entorno.
- Promueva economías amazónicas que aprovechen el bosque en pie. Eso significa apoyar a negocios grandes o pequeños que aprovechan recursos del bosque sin agotarlos ni desestabilizar el ecosistema para elaborar sus productos. Por ejemplo, aprovechamiento de nueces, frutos, semillas o maderas que sirven para la elaboración de alimentos, cosméticos y artesanías (que no usen partes de animales). Visite y enamórese de la Amazonia, mueva la economía local contratando servicios ecoturísticos respetuosos de la flora y fauna, ojalá de turismo regenerativo (pregúntele a @andreszmbica eso qué es).
- Los plásticos nos están envenenando y colapsando de basura y tóxicos a ríos, playas y océanos. El reciclaje es una “curita” promovida por innumerables industrias (negocios) ante su abuso de un material perjudicial para nuestra salud. Con él ignoran su responsabilidad con el destino final de los empaques de los productos que venden (Responsabilidad Extendida del Productor).
Maravilloso que separe residuos y recicle en las pocas ciudades del mundo donde en parte funciona; yo lo hago hace 25 años (le recomiendo aprender del tema con @marcelarecicladora). Pero sepa que así lo haga, no tiene como garantizar al 100% que irán a una planta que les dé nueva vida útil (el material tampoco puede dar vueltas eternamente, el reúso tiene un límite y es más bien corto). ¿Lo mejor? escoja otros materiales y siempre cargue bolsa de tela, botella para llenar agua y cubierticos de madera. Ese es un gran comienzo.
- Apoye la transición energética a energías limpias. Interésese por lo que su gobierno y legisladores hacen al respecto. Y no se trata de solo de combustibles fósiles. En lo que al agua se refiere, las represas de las hidroeléctricas generan impactos graves en la disponibilidad del agua en toda la cuenca de los ríos; afectando migraciones de peces y tortugas, dejando a campesinos sin agua para el riego y cortándole la vía también a los delfines.
- ¿Comprando muebles o láminas de piso? Revise antes el origen de la madera y que sea certificada por sello FSC.
- El mayor porcentaje del oro que se comercializa en el mundo es para joyas. Esas con las que creemos que nos vemos más lindos, con más estatus o poder. No hay tal, no nos dejemos engañar. Pero igual si se muere de ganas por el anillo de compromiso, averigüe antes de dónde viene y que impactos causa su extracción, que no solo es la contaminación por mercurio y su afectación a la salud pública (personas y animales como los delfines tienen elevadas concentraciones de mercurio en sangre, no necesariamente por vivir cerca a los ríos sino por comer de ellos).
Sin agua no podemos vivir. Solo de agua tampoco. Que nuestro mejor legado sea garantizar cuerpos de agua vivos, florecientes y plenos de vida; para que nuestra vida y la de nuestros hijos sea feliz y en compañía de otras creaturas fabulosas que aún pueblan la Tierra.