La exploración espacial

Diego Cabrejo
Matemático e Ingeniero Electrónico, Magíster en Matemáticas Puras, Gerente de Riesgo y Co-Founder de la Fintech Prestanza (R). dcabrejo@prestanza.com
Hace más de dos milenios, Piteas, un audaz explorador griego, emprendió un viaje desde Marsella hasta los confines del mundo conocido en aquel entonces, alcanzando las gélidas tierras nórdicas. Esta odisea no solo desafió las prohibiciones militares al cruzar el estrecho de Gibraltar, sino también los límites del conocimiento y la geografía helenos. Aunque parte de sus crónicas se perdieron en la nebulosa del tiempo, las historias de Piteas alimentaron la imaginación de escritores, geógrafos e historiadores durante décadas y siglos. Sin embargo, pese al deslumbramiento que provocaron, nunca se organizó una expedición que replicara su hazaña.
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En el año 1405, Zheng He, un almirante chino, zarpó con una flota de cerca de 250 barcos entre naves de guerra y mercantes en una serie de expediciones que marcarían la historia. Sus viajes no solo consolidaron el poder militar del imperio chino en el Índico, sino que también lo llevaron hasta las costas orientales de África y el Golfo Pérsico, enriqueciendo al emperador con regalos exóticos y forjando nuevos lazos comerciales. Sin embargo, esta impresionante flota, ochenta veces mayor que la que comandaría Cristóbal Colón décadas después, se detuvo ante el umbral de descubrimientos aún mayores.
Al no rodear el cabo de Buena Esperanza y al omitir las ciudades europeas de su itinerario, Zheng He dejó intacto el curso de la historia. Con el fallecimiento del emperador que auspició sus viajes, el nuevo mandatario chino impuso un abrupto fin a la construcción naval, inaugurando una era de aislamiento que preludiaría el declive imperial y el ascenso de la hegemonía europea.
A diferencia de los relatos anteriores, Inglaterra logró imponer su cultura a nivel mundial, gracias a una sociedad que no solo celebraba las aventuras de sus exploradores con canciones y financiamiento, sino que también comprendía la importancia de descubrir y documentar nuevos horizontes. Esta insaciable sed de conocimiento y progreso, transmitida a través de generaciones, llevó a los ingleses a explorar cada rincón del planeta.
De manera similar, el espíritu aventurero de los españoles les permitió conquistar vastas extensiones del mundo. Movidos por una mezcla de devoción religiosa y búsqueda de gloria personal, creyeron en un destino manifiesto que los llevó a acumular riquezas y experiencias inigualables. Sin embargo, la complacencia de sus élites eventualmente condujo a su declive cultural.
En 1969, la humanidad marcó un hito quizás tan trascendental como los anteriores: el primer hombre pisó la Luna. Este logro disparó la esperanza, la imaginación y la alegría global, prometiendo elevar el destino de nuestra especie más allá de las coyunturas políticas y económicas. No obstante, la euforia inicial dio paso a un gradual olvido de la exploración espacial. La generación que creció maravillada por el alunizaje se volcó hacia la ingeniería con el sueño de contribuir a la carrera espacial, pero sus sucesores priorizaron la prosperidad económica sobre la exploración del cosmos.
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Abandonar la exploración espacial puede revestir el mismo riesgo para la humanidad, que representó para China dejar la exploración de los mares hace 600 años, podemos volvernos una sociedad y cultura decadentes, cada vez más ensimismados y preocupados ante todo por satisfacer placeres individuales inmediatos.
La China del siglo XV era la máxima potencia del mundo, pero en el siglo XIX no solo no lo eran, sino que cerca del 40% de su población era adicta al opio y estaban dominados por los europeos, una cultura que en su momento era vibrante y aventurera. Si no rescatamos lo mejor de nuestra cultura occidental, lo más probable es que nos pase lo mismo muy pronto; cerca del 50% de la población será adicta a los placeres de la virtualidad y seremos dominados por una cultura más vigorosa (por ejemplo, por una cultura creada por AI-Inteligencia Artificial) o lo que sería peor, entraríamos en decadencia hasta que un suceso masivo lleve a la sociedad a un salvaje y nuevo comienzo (por ejemplo, una tormenta solar masiva).
Sin embargo, la solución está al alcance: la colonización de la Luna y Marte representa el siguiente gran paso para la humanidad. Este desafío invita a todos, especialmente a los niños de hoy que podrían convertirse en los científicos e ingenieros del mañana, a resolver los grandes problemas que enfrentamos. Es imperativo elevar la vista hacia las estrellas, llenarnos de emoción y contagiar a quienes nos rodean con el sueño de un futuro interplanetario que nos eleve por encima de las limitaciones terrenales y nos inspire a superar nuestros deseos más inmediatos.
La exploración espacial no es solo una aventura científica; es un viaje hacia lo mejor de nuestra naturaleza colectiva, un recordatorio de que nuestro destino no está atado a las vicisitudes del momento sino a las posibilidades infinitas que el universo ofrece. Al mirar hacia las estrellas, reafirmamos nuestro compromiso con un futuro que trasciende las fronteras conocidas, impulsados por la curiosidad, la valentía y el deseo inextinguible de descubrir. Este es el legado que debemos cultivar y transmitir: una sed insaciable por explorar, entender y, finalmente, habitar los vastos confines del cosmos.
Nota: La corrección de estilo del presente artículo fue realizada con ChatGPT.