Obsolescencia programada
Victoria E. González M.
Comunicadora social y periodista de la Universidad Externado de Colombia y PhD en Ciencias Sociales del Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) de la ciudad de Buenos Aires. Decana de la Facultad de Comunicación Social – Periodismo.
Hace algunas semanas mi celular se cayó al piso y, debido al golpe, se le rompió la cobertura que tenía la pantalla. El fin de semana, debido al horrible toc que me obliga a reparar las cosas rotas o vencidas de inmediato, fui a una tienda MAC a conseguir la dichosa cobertura.
Me atendió un chico muy joven. Cuando le consulté acerca del producto me miró con sorpresa y me preguntó qué modelo de celular era el que yo le mostraba porque no lo reconocía, ya que le parecía muy viejo. Por supuesto, lo que yo necesitaba no estaba disponible, así que volví con cajas destempladas a mi cobertura rota.
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La reflexión que me quedó de este suceso, probablemente calificada por muchos como reflexión de vieja, se desprende de la famosa obsolescencia programada, esa práctica tan capitalista que les asigna a los productos una vida útil determinada que, en muchos casos, no tiene que ver con su deterioro físico sino con la imposibilidad de poder acceder a las actualizaciones permanentes que necesita un equipo para “funcionar” correctamente.
En los últimos años he acuñado un mal chiste que dice que la obsolescencia de los electrodomésticos está sincronizada con el número de años que duran las relaciones de pareja, de modo que cuando se acaba una relación, en un lapso de dos o tres años, ya no hay nada que repartir porque todos los electrodomésticos están dañados u obsoletos.
Probablemente, más que un chiste, sea una realidad, pero acá lo importante es mirar esta loca carrera en la que estamos gracias a la bendita obsolescencia. Las viejas generaciones recordamos las neveras de 30 y 40 años de uso en nuestras casas; algunos de nosotros también entendemos que estos electrodomésticos tenían unas especificaciones técnicas que generaban un consumo excesivo de energía.
Sin embargo, la pregunta que queda es cómo se contrapone en ganancia para el planeta del ahorro de energía que hacen los nuevos electrodomésticos frente a las 50 millones de toneladas de residuos que, según el Programa para el Medio Ambiente de las Naciones Unidas, se producen al año en el mundo por productos electrónicos “obsoletos”.
Por estatus, por moda, por presión social, por tantas razones, seguimos trabajando como dementes, endeudándonos como orates, para poder cambiar nuestro celular o nuestro computador mínimo cada dos años. Entre tanto, las grandes empresas que proveen al mundo de estos objetos siguen creando más y más restricciones para hacerlos lo más perecederos posibles con el fin de mantener sus grandes ganancias.
Amerita una reflexión este proceso que se ha convertido en algo cotidiano, pero que, sin duda, nos está afectando a todas y a todos. ¿Obsoletos los objetos, obsoletas las personas que no están de acuerdo con esa obsolescencia?