Regalo de navidad

Marta Isabel González
Ingeniera de Diseño de Producto, Magíster en Mercadeo, creadora de La Vendedora de Crêpes.
¿Cuántos dolores guardamos en el alma? Uno cree que vive tranquilo y que está bien; que es fuerte y que lo que antes le dolió ya no duele más.
Uno cree que está en paz hasta que llega algo, un chuzón, un golpe, algo. Algo que no necesariamente es horrible y que en teoría no tendría que dolernos, pero nos duele.
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Lo que pasa es que, aunque nos creamos tan fuertes y de cuero duro, todos guardamos dolores que pasan desapercibidos hasta que ese algo nos roza, nos pasa la mano pero lo sentimos hasta el fondo del alma, como si ese dolor no viniera de ese roce sino de una vieja herida
No soy experta y ni siquiera conocedora de esos temas de salud mental o emocional, pero soy sensible; sensible como si no estuviera hecha de carne y hueso sino de trapo; llorona profesional de cuero blandito y sangre caliente.
Siento todo, a veces incluso siento a las personas y sé cuándo están cerca sin necesidad de verlas, ni escucharlas, ni saber que están cerca, pero con la certeza de que lo están porque algo en mí que queda entre el pecho y el estómago las siente con total certeza.
A pesar de esa hipersensibilidad, o más bien debido a esa hipersensibilidad, tuve una época en la que decidí, de alguna manera inconsciente, dejar de sentir. Me cansé de ser llorona y se me olvidó llorar; me cansé de entender a todo el mundo y dejé de escuchar; me cansé de ser vulnerable y dejé de sentir. Suena como un superpoder, pero es un trauma.
Volví a ser llorona, a escuchar y a sentir porque tuve que aceptar que yo soy yo y que por mucho que quiera ser otra persona nunca voy a serlo. Y volviendo a ser yo me he ido encontrando con dolores y con heridas que no sabía que tenía, que en algún momento hice como si no me dolieran, pero me dolieron, y como no quise sentir terminaron haciéndome más daño.
Cuando menos pienso me duelen cosas que no sé por qué me duelen y que hasta me da rabia que me duelan, que me complican las relaciones con otros y hasta conmigo misma, pero ahí están.
Este es el regalo de navidad: escriba. Pero no como escribo yo en esta columna que trato de parecer decente y de tener lógica.
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Escriba sin pies ni cabeza, sin lógica y sin coherencia, escriba hasta que las manos escriban solas y usted no sepa de dónde están saliendo las palabras y ahí va a encontrar la causa de esos dolores que no sabemos de dónde vienen pero que ahí están; ahí va a encontrar paz.
No es fácil encontrarse con lo que somos pero es sano, y aunque todavía me quedan muchos dolores por sanar y por encontrar, escribir me ha permitido despedirme de cosas que ya no quería sentir.
Usted no necesita más cosas, ni el vestido carísimo que vio en internet ni los zapatos del color Pantone 2024 (que es divino), usted necesita paz. Regálese un tiempo con usted; no puedo prometer que sea chévere, pero le va a servir mucho. Feliz Navidad.